La nacionalidad no se quita, por Stalin González
Hablar de quitarle la nacionalidad a un venezolano no es solo un disparate político: es una agresión directa contra los derechos humanos, la Constitución Nacional y la esencia misma de nuestra identidad nacional. La amenaza del régimen de despojar de su nacionalidad a los ciudadanos representa un paso más en la peligrosa ruta de la persecución política, y en el intento de silenciar voces disidentes por la vía del miedo y la arbitrariedad.
El artículo 35 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es claro y categórico: «Los venezolanos y venezolanas por nacimiento no podrán ser privados o privadas de su nacionalidad.» Pretender lo contrario no solo sería inconstitucional, sino un ataque a los cimientos del Estado de Derecho. La nacionalidad no es una concesión del poder político ni un favor otorgado por el gobierno de turno, es un derecho inalienable que nos pertenece desde el nacimiento y que simboliza nuestra pertenencia a la República, a su historia y a su destino. Ser venezolanos es parte misma de nuestra identidad.

Si se abre la puerta a una arbitrariedad como esa, estaríamos frente a un precedente peligroso que pondría en riesgo la condición de ciudadanía de cualquier venezolano. Venezuela no necesita más abusos ni caprichos autoritarios. Lo que necesita es un Estado que actúe dentro del marco de las leyes, que respete los derechos fundamentales y que garantice la igualdad ante la justicia sin distinciones políticas o ideológicas. Necesitamos más políticas públicas que se preocupen del bienestar de la gente, no nuevas medidas autoritarias
La historia reciente de América Latina deja lecciones dolorosas sobre regímenes que usaron este mismo método como instrumento de represión. Lo hizo Daniel Ortega en Nicaragua, cuando despojó de su nacionalidad a más de 300 opositores, periodistas y defensores de derechos humanos. Lo hizo también Augusto Pinochet en Chile, con quienes se oponían a su dictadura. Cada vez que un gobierno intenta convertir la nacionalidad en un arma política, lo que realmente busca es destruir el sentido de ciudadanía y la posibilidad de construir una nación libre y plural.
Arrebatar la nacionalidad es una forma extrema de persecución: se busca borrar a la persona, negarle su pertenencia, convertirla en un «nadie» ante el mundo. Es una violación grave de los derechos humanos y un signo inequívoco del deterioro institucional. Lo que está en juego no es solo la situación de unos pocos dirigentes, estamos hablando de la garantía de que ningún venezolano pueda ser borrado de su propia patria por pensar distinto.
Venezuela necesita recuperar el respeto por la Constitución Nacional, por las leyes y por el valor de la diferencia. Nadie puede ser menos venezolano por ejercer su derecho a disentir. No existen los venezolanos más venezolanos que otros. La nacionalidad no se quita ni se negocia: se defiende, porque en ella reside el derecho más profundo que tenemos como pueblo, el de seguir siendo dueños de nuestro destino.
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Stalin González es político, abogado y dirigente nacional del partido Un Nuevo Tiempo
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