La narrativa oficial, por Aglaya Kinzbruner

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Foto: Observatorio Petrol
Hace muchos años, entre el 1700 y el 1600 AC el Faraón tuvo o dijo que tuvo dos sueños. A ver: primer sueño del Faraón. Estaba descansando cerca del Nilo admirando su verde ribera cuando ¡Zuás! de ahí emergen siete hermosas vacas gordas. Después vienen siete envidiosas vacas flacas y se las comen. Segundo sueño del Faraón. Siempre cerca del Nilo, seguramente iba siempre ahí a dormir su siesta faraónica, surgen siete espigas doradas y fecundas y ¿adivinaron? Entonces vienen siete espigas quemadas y secas y acaban con las primeras.
Llamó a José quien había sido vendido como esclavo por sus hermanos, las relaciones entre familiares nunca habían sido las mejores, porque tenía fama de adivino. Quizás quería saber qué significaban esos sueños. José se quedó pensando y luego le dijo: Mire no quiero darle falsas esperanzas, yo soy reencarnado y vengo del futuro, de un país donde llevamos ya veintiséis años de vacas flacas, cada vez más flacas, no engordan con nada y si esto sigue así tendremos que llamar a alguna bruja para que levante el maleficio.
En cuanto a las vacas gordas y las vacas flacas usted quiere que yo haga la siguiente interpretación. Las vacas gordas son siete años de riquezas durante los cuales hay que ahorrar porque luego vendrán siete años de penurias cuando habrá que gastar lo ahorrado. En realidad usted no ha soñado nada en absoluto.
Usted solo quiere crear una narrativa oficial para explicar porqué habrá en el futuro siete años precarios durante los cuales usted se enriquecerá, le podrá vender los productos agroalimentarios que produce a otros países y le venderá humo al pueblo.
Si aprende a viajar en el tiempo podrá aprender del Vaticano que fumata blanca o negra tienen años de experiencia en esa materia.
El Faraón no podía con el asombro. Después se puso muy contento. ¡Esa sí era una narrativa amplia y completa! Cuénteme más# le exigió a José. Este se puso a recordar, no hay que olvidar que venía del futuro y le preguntó al Faraón: «¿Ha oído usted hablar de la mafia albanesa?» El Faraón puso cara de nintendo ni papa. Pues acaban de llegar a mi país. Eran muchos y ya todos están a buen resguardo. No vaya a haber otra Operación de Extracción. No crea, mi país es muy especial, hasta las guacamayas actúan en operaciones como los mejores médicos colegiados.
«Ya hemos suspendidos todos los vuelos con la hermana República como medida de prevención». «¿Los vuelos de las guacamayas?» El Faraón estaba más perdido que el hijo de Lindberg. Decidió pedir otro adivino, uno que no fuese reencarnado y no hablara tantas sandeces. Había tenido razón Putifar cuando lo desaconsejó de llamar a ese señor que se había atrevido a rechazar las ofertas de su esposa que solo quería introducirlo a las delicias de algún masaje asiático.
Luego cambió de idea. Le preguntó ya muy en confianza si él había alguna vez preparado una narrativa oficial que fuese totalmente convincente. José se puso a pensar con diligencia y luego le dijo al faraón que eso era imposible porque nadie en su país podía superar a la narrativa oficial.
«Mire – le dijo – eso es algo complicado, vamos a elecciones adonde nadie va a ir para borrar de la memoria de los ciudadanos que votaron el año pasado donde todos acudieron pero con el resultado que nadie le hizo caso al resultado». Es una paradoja más ilustrativa que la de Aquiles y la tortuga de Zenón de Elea.
En esta instancia nos perdonan una pequeña digresión. Nos referimos brevemente a un libro que hizo las delicias de innumerables adolescentes y no es otro que «Tarzán de los Monos». El libro es de un escritor de Chicago, Edgar Rice Burroughs y se basa en un hecho real que aconteció en África un siglo antes, un niño huérfano criado por unos monos. El éxito inmediato hizo que Rice Burroughs escribiera otro y otro libro hasta llegar a series, películas y al fin, los comics.
Por eso cuando tenga más sueños que necesiten ser interpretados, mejor llame a la «Mamá de Tarzán».
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Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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