La náusea, por Teodoro Petkoff
Este escándalo de los bancos de la boliburguesía no es una mera crisis bancaria, semejante a la del 93-94. En el caso actual estamos ante un juego cuyo nombre es CORRUPCIÓN. De ningún modo pretendemos exculpar a los pillos de aquellos años, pero los utilizamos como término de comparación para subrayar la responsabilidad del propio gobierno en el actual desastre financiero, del Presidente para abajo, ante cuyos ojos, y contando con la complicidad obscena de muy altos funcionarios oficiales, en particular del sector financiero, los llamados boliburgueses y sus compinches gubernamentales construyeron fortunas colosales prácticamente de la noche a la mañana.
El Presidente pregunta de dónde salieron los reales con los cuales fueron adquiridos bancos y aseguradoras. ¿No lo sabe? Difícil de creer que no estuviera enterado del monto paquidérmico de las colocaciones bancarias de las instituciones del Estado en el sistema bancario, que de 14 mil millones de bolívares fuertes al cierre de 2005, pasaron a 44.200 millones de bolívares fuertes al 30 de septiembre de 2009. De esta suma, los banquitos de Fernández Barrueco y Perucho Torres, para esa fecha, contabilizaban 5.581 millones de bolívares fuertes. Estas son cifras de la Sudeban.
¿No las leía el Presidente? ¿No le llamaba la atención que, al mismo tiempo, esos pequeños bancos, amén de las colocaciones, recibieran financiamiento de bancos estatales, vía préstamos overnight, por 19.200 millones de bolívares fuertes? Con esta plata se compraban bancos y aseguradoras. Plata de la nación, de cuya correcta administración, por mandato constitucional, el principal responsable es el presidente de la República, es decir, Hugo Chávez Frías.
¿No recuerda el Presidente que fue el propio Eleazar Díaz Rangel, desde Últimas Noticias, quien primero llamó la atención sobre el superguiso con las notas estructuradas, que tuvo como protagonista de excepción al entonces ministro de Finanzas Rafael Isea?
¿No se le ocurrió al Presidente preguntar cómo funcionaba esa operación, de la cual el señor Franklin Durán, por ejemplo, se jactaba, en las conversaciones con Antonini (que le grabara el FBI), que le había permitido ganarse 100 millones de dólares en una noche? ¿No supo el Presidente que el guiso de las notas estructuradas comportó una pérdida patrimonial para la República de alrededor de US$ 3.000 millones, que alimentaron las cuentas de boliburgueses y bolifuncionarios? Su compañero y amigo Díaz Rangel lo denunció; TalCual también. ¿Por qué no le prestó atención a estos secretos de Polichinela? ¿Será porque sabía de los estrechos vínculos entre Ricardo Fernández y su hermano Adán, y de la amistad entre José Vicente Rangel y Perucho Torres, y que mejor era no menear esa mata? ¿Se ha molestado el Presidente en averiguar las cosas que se dicen de Diosdado o va a esperar que el G2 cubano lo informe también? Esta situación nauseabunda revela meridianamente la gigantesca estafa a la esperanza popular que ha significado esta «revolución», más entrecomillada que nunca. Sería el colmo del caradurismo que el Presidente nos venga ahora con que está luchando contra la corrupción de los «ricachones». Es de esperar que ya esta coba no se la trague nadie.