La no-pandemia (I), por Bernardino Herrera León
Las no-pandemias han matado más gente que las pandemias. La historia lo revela. Sabemos de las muertes por enfermedades, bacterianas o virales. Pero junto con las pandemias se producen una cantidad de fallecidos que no son resultado directo de la letalidad de las sucesivas pestes. Muchas de esas muertes resultan de la reacción ante la pandemia. Destacan dos: el pánico y la culpa. Y han demostrado ser tan o más letales que la enfermedad. A estas consecuencias llamo “no-pandemia”.
Se cuentan muchas pandemias a lo largo de la historia. Su escala de contagio dependía de la interactividad humana. Abatían especialmente a las ciudades. Quizás por ello éstas no crecían demográficamente en el pasado. Una de las primeras grandes pandemias fue la “Cipriana”, en la Roma del siglo III DC, años 250 y 269. Contagió a Europa, norte de África, Oriente Medio y Asia occidental.
Las descripciones de época no permiten precisar cuán enfermedad la causaba. Pudo tratarse de viruela, gripe viral o una versión del virus Ébola, ya que éstas coincidían en producir mortales fiebres hemorrágicas. Tampoco se cuenta con datos demográficos como para estimar la letalidad. Pero debió ser muy alta. Tan altas como las muertes por la crisis que causó.
Entre las consecuencias no-pandémicas de la Cipriana, los historiadores coinciden en el debilitamiento general del Imperio Romano, por estallidos masivos de guerras civiles. Los paganos, que entonces eran la gran mayoría de la población, culpaban a los cristianos como causa de la peste. Y éstos a los paganos.
Ganaron los cristianos con el ascenso al trono del primer rey cristiano, Constantino. La causa de la fragilidad de Roma fue al mismo tiempo su única protección contra las invasiones de sus enemigos. La peste misma, qué ironía. Luego de sucesivos brotes, ésta “desapareció” dos décadas después. Desaparecer es un decir. Realmente, la población sobreviviente había logrado inmunidad comunitaria. Lo que sea que la causó, posiblemente el Variola Virus, o Viruela, azotó por muchos siglos más. Acabó con la mitad de los habitantes del Imperio Azteca en el siglo XVI, por ejemplo. Hasta que, en 1980, fue oficialmente erradicada en el mundo.
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La siguiente gran pandemia fue la “Peste Negra”, que se originó Catay, China, entre 1347 y 1382, extendiéndose por tres continentes, con una letalidad de 20 fallecidos por cada 100 contagiados. Pero las estimaciones coinciden en que la peste arrasó con la mitad la población de Europa. Entonces ¿Qué mató al otro 30%? La respuesta es la no-pandemia.
Primero el pánico. Los campos de cultivo fueron abandonados, provocando escasez y hambrunas.
Segundo, muchos de los que padecieron la enfermedad y podían curarse por inmunidad posterior fueron condenados al aislamiento, literalmente abandonados a morir de hambre e incluso enterrados vivos en tumbas colectivas.
Tercero, las culpas provocaron violencia de exterminio. Los judíos llevaron la peor parte, pues casi que fueron exterminados de Europa. Además, una secta laica fanática, los flagelantes, predicaba que la peste es un castigo divino, y desfilaron en procesiones por las calles, golpeándose la espalda con látigos y derramando sangre contagiada que contribuyó a expandir aún más la enfermedad.
Cuarto, la no-pandemia acabó con el comercio, aislando y empobreciendo al extremo y por largos años a los sobrevivientes.
La vida que aquel mundo ofrecía a quienes sobreviviesen a la pandemia resultaba en una pesadilla peor que la misma muerte.
Durante el siglo XX se cuentan al menos nueve pandemias. La centuria comienza con la “Gripe Española”, entre 1918 y 1919, con unos 50 millones de muertos en todo el mundo. Un letalidad de 3 fallecidos por cada 100 contagiados. A falta de un tratamiento efectivo, se aplicó el confinamiento extremo en algunas partes del mundo, lo cual provocó revueltas y protestas, como en algunas ciudades de Estados Unidos, propagándose aún más la enfermedad. Un ejemplo típico de reacción no-pandémica, similar a la concentración del 8M en España.
La segunda pandemia fue la Gripe Asiática, entre 1957 y 1958, con un millón cien mil muertos, causado por el virus H2N2. Ancianos la mayoría de las víctimas. Impactó en casi toda Asia y partes de Europa y América. Diez años después, la Gripe de Hong Kong, que afectó a Asia y Estados Unidos, entre 1968 y 1970, con saldo de un millón de fallecidos.
Sigue la pandemia viral de la misteriosa familia de los retrovirus, la VIH, cuyo origen se sospecha de primates africanos. Desde 1981, aún se mantiene incurable, apenas ralentizada por tratamientos de retrovirus, que evitan el mortal Síndrome de Inmuno-deficiencia Adquirida, SIDA. Acumula 32 millones de víctimas. Entre sus consecuencias no-pandémicas destaca la ola de discriminación contra la homosexualidad, especialmente en países islámicos, donde se considera un delito de pena de muerte. Los muertos por violencia segregacionista que produjo el VIH no se refleja en las estadísticas de salud.
Siguen el SARS y la Gripe Aviar, de origen chino, entre 2003 y 2004. Gracias a la alerta oportuna de la OMS se contuvo con baja mortalidad, 774 y 400 fallecidos, respectivamente, y un casi nulo efecto no-pandémico, pues muy pocas personas en el mundo se enteraron.
Pero estas últimas enfermedades se anunciaban como advertencias. Le siguieron la Gripe AH1N1, de 2009-2010 mató a 18.500 y el Ébola 11.300 personas. Estas últimas ya avisoraban lo que ocurriría en el 2020. De las terribles consecuencias de la no-pandemia escribo en la segunda parte de este artículo.
Ilustración: “Flagelantes”, Fotos de Stóck-Álami, https://www.alamy.es/imagenes/flagelantes.html