La nueva estafa ideológica: el Sur Global, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Todo significado tiene un significante originario el que al ser escrito o hablado domina y da sentido a ese mismo significado. Pero suele ocurrir que en ocasiones, como sucede con los pájaros en primavera, los significantes vuelan desde el nido originario para situarse en otros objetos a los que resignifican. Así sucede en la poesía. Un poema escrito con significados originarios deja de ser un poema y se convierte en prosa. Eso –la dislocación de los significantes con respecto a sus significados originarios– es sin duda un rasgo que comparte la poesía con la locura. En los dos casos, el del poeta y el del loco, actúan las fuerzas indómitas del inconsciente, sea individual o colectivo.
Pero no es a esa separación inconsciente (metonímica o metafórica) entre significado y significante a la que nos referiremos en este texto, sino a otra. Nos referiremos a la des-significación consciente, esto es, a la que opera de modo intencional o ideológicamente premeditado. O dicho en idioma cotidiano: a ese propósito alevoso de quienes intentan hacerte pasar gato por liebre, a los que te dicen vender carne de ovino y te la venden de equino, a los que te quieren presentar una invasión genocida como un acto de pacificación. Esa transmutación del significante es lo que en lenguaje corriente llamamos estafa.
La ofensiva autocrática
Los conceptos son productos y al ser intercambiados no están exentos de la posibilidad de convertirse en una estafa. Por eso suponemos que las grandes estafas son cometidas en el área del comercio, en todas sus formas, locales o mundiales. Sin embargo, pueden hacerse extensivas a todas las áreas en donde tienen lugar relaciones de intercambio, y una de ellas, no solo por devenir en parte de las prácticas comerciales, son las del intercambio político.
¿Cuántas dictaduras se han establecido en nombre del ofrecimiento de la democracia y de la libertad? Si no todas, la mayoría. Incluso las que levantaron como consigna teórica «la dictadura del proletariado», cuando llegaba el momento de postularse, escondían el antipolítico término, reemplazándolo por el menos agresivo de «democracia popular». No hay en efecto dictadura que no piense de sí misma que, en última instancia, es una democracia de «nuevo tipo». Peor aún, como se han atrevido a decir los dictadores de China o Rusia, la que ellos representan es una «democracia superior».
Mirando así la realidad política internacional, podríamos afirmar que toda dictadura estafa a sus ciudadanos. Como estafas son las promesas que levantan a escala internacional. Una de esas estafas –y es a la que nos referimos en este artículo– es la que hoy proponen los dos máximos poderes antidemocráticos de la tierra, China y Rusia: la de un orden multipolar enmarcado en el concepto más amplio de Sur Global, antagónico al supuesto orden unipolar, representado por la supremacía económica, política, cultural y militar de Estados Unidos y Europa, vale decir, por lo que ambos megadictadores llaman Occidente.
En las palabras de Kawita Krischman: «la multipolaridad (contenida en el concepto de Sur Global, F.M.) se ha convertido en piedra angular del lenguaje compartido de los fascismos y autoritarismos globales. Es un grito de guerra de los déspotas, que sirve para disfrazar de guerra contra el imperialismo, su ofensiva contra la democracia»
El Sur Global sería, según sus propagandistas, una nueva fuerza internacional erigida, de acuerdo al discurso sur-globalista, en contra del Occidente libertino, hipersexualizado, inmoral, colonialista, capitalista, explotador. De más está decir que una oferta de ese tipo encandila a no pocos miembros de las extremas derechas y de las extremas izquierdas a la vez. Para las primeras, el Sur Global es una rebelión en contra de un Occidente que arrasa con las costumbres y tradiciones de las naciones, subordinándolas a una cultura –digamos en los términos de Putin– «degenerada». Para las segundas, el Sur Global es una fuerza histórica surgida de los países anticolonialistas, anticapitalistas, antimperialistas y sobre todo, antinorteamericanos.
Debido a esa dualidad compartida por izquierdas y derechas definimos en otro trabajo a Putin como «una bestia de dos hocicos», con un hocico dirigido a las derechas, con otro a las izquierdas. Pocos dictadores han logrado conciliar de un modo tan astuto ambos extremos del espectro político universal.
Del Tercer Mundo al Sur Global
Desde un punto de vista geográfico, el Sur Global parte de una incongruencia radical. El Sur, de acuerdo a la lógica más elemental, debería ser antinomia del Norte. Pero de acuerdo a sus voceros, el Sur Global ha sido erigido como antinomia de Occidente. Vamos a dejarlo pasar pues ya hemos insinuado que quien busca una correspondencia estricta entre los significados y los significantes, está destinado a fracasar.
El hecho es que ese Sur Global quiere «englobar» a un conjunto de naciones a las que se supone en desarrollo, en contra de un Occidente «capitalista» que inhibe ese desarrollo. Esa es la intención ideológica.
Visto así, nos encontramos con que el Sur Global no sería sino otro concepto para designar a lo que en el pasado reciente los «científicos sociales antimperialistas» llamaban Tercer Mundo. ¿Por qué ese cambio de nombre? La explicación puede ser obvia: Después del derrumbe del mundo comunista solo quedaban dos mundos: el democrático y el resto. Después de 1990, en efecto, no sobrevivió ninguna sociedad socialista, a menos que llamemos como tal a esos mierdales autocráticos que existen en países como Siria, Corea del Norte, Nicaragua, Cuba, Venezuela.
*Lea también: Ucrania: las razones de la solidaridad, por Fernando Mires
China es hoy –de acuerdo a todas las definiciones– el país más capitalista del mundo y en Rusia hasta gran parte del ejército que invade a Ucrania, es una empresa privada dirigida por un magnate financiero de la guerra. Como es sabido, la base de apoyo social de la dictadura de Putin es una masa consumidora subordinada a una oligarquía capitalista salvaje de la cual Prigozhin es solo uno de sus miembros.
Ahora bien, de acuerdo al discurso anticapitalista del pasado reciente, el Tercer Mundo estaba formado por los países pobres desde donde debería provenir una revolución en contra de los países ricos y capitalistas. No obstante, no todos quienes se referían al Tercer Mundo opinaban lo mismo. Para los comunistas pro-URSS el Tercer Mundo era un espacio potencialmente revolucionario en contra del Primer Mundo (el capitalista), pero solo en el marco de revoluciones democrático burguesas dirigidas por la URSS y sus partidos comunistas.
Para los comunistas pro-China, los maoístas, el Tercer Mundo estaba formado, de acuerdo a la imagen de Mao Tse Dong, por «las aldeas que avanzarían hacia las ciudades» del Primer Mundo donde estaba incluida, según los manuales de Mao, la propia URSS.
Inspirada en la doctrina de Mao, recordemos, tuvo gran éxito académico-político en América Latina la llamada «teoría de la dependencia» cuyos principales exponentes fueron los norteamericanos André Gunder Frank, Paul Sweezy y Paul Baran, y en América Latina, el brasileño Ruy Mauro Marini. De acuerdo a la inspiración maoísta –que no reconocían pero era más que evidente– el mundo se dividía para estos ideólogos en metrópolis y periferias (las aldeas de Mao) y, naturalmente, desde las periferias, surgirían las revoluciones tercermundistas en contra de los países imperialistas.
Esas revoluciones, hechas no en nombre de las libertades sino de las necesidades, deberían ser –dada la extrema polarización que se da entre países pobres y países ricos– productos de la violencia revolucionaria. Los años sesenta y setenta conocieron el auge del pacifismo de tipo hippie y beatnik, pero también la fiesta de los teóricos de la lucha armada. Sobre todo de los que escribían desde el llamado Tercer Mundo.
Las teorías posthegelianas del psiquiatra martiniquez Frantz Fanon, causaban furor entre los intelectuales del «primer mundo». Hasta Jean Paul Sartre –abandonando por un tiempo la fenomenología de Husserl, base del existencialismo filosófico– decidió prologar, desde el café Les Deux Magots, el mítico libro Los Condenados de la Tierra, donde Fanon invertía la dialéctica hegeliana del siervo y el amo, no para explicar la sumisión, sino para proponer la negación dialéctica del amo mediante su muerte física.
Menos sutil, Regis Debray desarrollaba en su ensayo Revolución en la Revolución la teoría del foco guerrillero cuya función sería catalizar el potencial revolucionario que se anidaba en los países latinoamericanos.
Dicha teoría buscaba, antes que nada, dar formato ideológico a la ideología de la revolución mundial proclamada por Che Guevara en su mítico discurso de Argel (1965), uno de las más desordenadas y alucinadas visiones de las que se tiene noticia, pero que, quizás por eso, enamoraba a generaciones de estudiantes «occidentales», «revolucioneros» y marihuaneros a la vez.
Recordemos a Guevara cuando escribía: «No hay fronteras en esta lucha a muerte; no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo; una victoria de cualquier país frente al imperialismo, es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos». Esa sería la premisa ideológica de su famosa consigna lanzada desde la sierra boliviana: «Crear dos, tres Vietnams» (como si uno solo no hubiera sido suficientemente atroz). En otras palabras, la revolución del Tercer Mundo – hoy llamado por los seguidores de Xi y Putin, Sur Global- era, para Che Guevara –vamos a decirlo con palabras actuales– una revolución global en contra del imperialismo global.
Xi, cuyas cicatrices maoístas son evidentes, no usa la palabra revolución cuando habla del nuevo orden multipolar proveniente del mítico Sur Global. Pero Putin usa una peor: guerra: Guerra en contra de Occidente, guerra de la cual la invasión a Ucrania –un país en vías a la democracia– ha sido vista por el tirano ruso como un capítulo inicial.
Sin embargo, aunque sin usar la palabra guerra, el discurso de Xi quiere ser también antioccidental. La declaración previa de ambos mandatarios durante las olimpiadas en China, dieron testimonio de esa mancomunidad.
El Occidente de los gobiernos canallas
¿Qué entienden los dos megadictadores de nuestro tiempo bajo el concepto de Occidente en contra del cual emergería el Sur Global arrastrando consigo un supuesto orden multipolar de carácter internacional? Aparentemente, una cultura, frente a la cual se unen las demás culturas de la tierra. Pero esa es solo una apariencia.
La tesis que aquí sugiero no es que Occidente sea, ni para Xi, ni para Putin, ni para los miembros del imaginario Sur Global, una cultura a la que ellos intentan oponer una multiculturalidad, sino algo más preciso: Un orden político. Un orden político llamado democracia. Un orden político diametralmente opuesto al que ambos dictadores defienden en la arena mundial. De modo que, para avanzar en la fundamentación de la tesis, parece conveniente intentar responder a la pregunta: ¿Qué es Occidente? O mejor formulada: ¿qué es Occidente para las dictaduras de la tierra?
La diferencia entre lo que es y lo que ha llegado a ser Occidente para sus enemigos, es pertinente. Occidente, en primera línea, no fue una invención de los occidentales sino un término acuñado por primera vez en el siglo XVI, cuando gobernantes de países no cristianizados del Asia se referían a los países cristianos de la zona occidental de Eurasia. La definición primaria era, como vemos, religiosa-cultural y hecha en tiempos en los que no había una separación entre religión, cultura y estado. En cierta medida, Occidente era el espacio de jurisdicción ideológica de la Iglesia Católica, de tal modo que la cristianización era entendida en el pasado medieval –sobre todo desde el mundo musulmán– como un sinónimo de occidentalización.
Hoy en día, en cambio, Occidente no puede ser definido ni por una cultura ni por una religión sino como resultado de la adopción creciente de una forma democrática de gobierno que hace posible la coexistencia de diferentes ideologías, partidos, culturas, bajo la hegemonía de un estado constitucional que garantiza la separación de los tres poderes públicos, es decir, de todo lo que no pueden reclamar para sí, las llamadas «culturas antioccidentales».
Cuando autores como Spengler, Toynbee, y más recientemente Huntington, nos narraban acerca de «la decadencia de occidente», apuntaban al sustrato cultural de las naciones occidentales. Pues bien, ellos no se engañaban. Las naciones occidentales vivieron un largo periodo de decadencia cultural. Pero –y eso fue lo que no lograron entender los tres grandes pensadores– la decadencia cultural de Occidente no llevaba al fin de Occidente, sino a todo lo contrario.
La decadencia cultural de Occidente fue la condición histórica para que naciera otro Occidente: el Occidente de nuestros días, el Occidente moderno surgido desde la Constitución norteamericana, de la Asamblea Constituyente francesa y. más recientemente, de la revolución democrática y anticomunista de Europa del Este, de la caída de las dictaduras del sur europeo y, no por último, del declive de las dictaduras del cono sur latinoamericano.
En fin, un Occidente político, o dicho más claramente: el Occidente democrático y político de nuestro tiempo. Un Occidente ya no regido por la tradición, por la religión o por la cultura, sino por la política como forma de gobierno y de vida.
Naturalmente, las potencias y semipotencias imperiales anti democráticas, al no poder definir a Occidente en términos políticos –si lo hubieran hecho habrían tenido que aceptar su índole democrática– intentaron definirlo en términos económicos.
Durante la Guerra Fría, Occidente fue para la URSS y China, el espacio del capitalismo mundial al que había que ocupar mediante una revolución anticapitalista y socialista. Pero hoy, cuando Rusia y China también han llegado a ser potencias capitalistas, tampoco pueden definir a Occidente en términos económicos.
Al final, los dictadores de ambos países parecen haber optado por definir a Occidente como el espacio donde dominan los Estados Unidos, es decir, no en términos políticos, pero sí geopolíticos. De este modo, occidentales serían todos los países aliados de los Estados Unidos, independiente a sus coordenadas geográficas, como por ejemplo Israel, Japón, Tailandia, Corea del Sur, Nueva Zelandia, Australia y otros, más una parte importante del continente sudamericano.
En síntesis: todos los países que se oponen al avance de los imperios chino, ruso, o de sus semipotencias autocráticas aliadas, como son Corea del Norte, Irán, India, Sudáfrica, pasarían a ser llamados países occidentales. De acuerdo a la doctrina Xi, gracias a esas «potencias emergentes» (las ayer llamadas «naciones en vías de desarrollo») más algunos países clientes, como el Brasil de Lula, comenzaría a ser conformado un nuevo orden mundial de tipo multipolar. Ese nuevo orden mundial, dirigido por el estado chino, avanzaría desde el Sur Global hacia el hemisferio norte, despojando a EE UU de su hegemonía económica, y con ello, de su hegemonía política y militar.
Interesante es constatar que el término Sur Global comenzó recién a tomar formas ideológicas en el marco determinado por la invasión de Rusia a Ucrania. Esa guerra se ha convertido definitivamente en una línea demarcatoria: a un lado las naciones que apoyan a la invasión, al otro las que la rechazan.
Ahora, si tenemos en cuenta que, con la excepción del Brasil de Lula no hay ningún país democrático que haya apoyado la invasión de Rusia a Ucrania, el Sur Global puede ser considerado, desde el punto de vista político, como una asociación internacional de dictaduras y autocracias.
Desde el punto de vista económico es también el lugar desde donde China pretende lograr su hegemonía mundial. Desde el punto de vista militar, la Rusia de Putin, como ayer en Siria, después en Mali, en Ucrania, y más recientemente en Níger, opera como matón a sueldo al servicio del imperio chino.
La gran estafa ideológica
Como los conceptos Tercer Mundo, «países no alineados», «países en vías de desarrollo», «mundo pluripolar», y otros tantos más, el concepto de Sur Global también fue fraguado en las academias de estudios e investigaciones de los países llamados occidentales. En un comienzo sirvió para designar a la cooperación técnica, económica, ambiental, energética, entre países del hemisferio sur. En ningún momento sus creadores intentaron configurarlo como un bloque antinorte, y mucho menos antioccidental. Pero suele suceder que los poderes autocráticos internacionales, así como buscan apoderarse de las materias primas, de las innovaciones tecnológicas y de las producciones culturales originadas en los países democráticos, también intentan hacerlo con los conceptos politológicos.
El Sur Global, digámoslo con todas sus letras, ya no es un concepto teórico. Es solo el espacio imaginario desde donde comienza la expansión geoestratégica de los poderes autocráticos hacia el resto del mundo.
Como todo bloque de naciones, el llamado Sur Global no es una asociación homogénea. La hegemonía de este bloque reside inevitablemente en los países con mayor capacidad económica, en este caso China, y en los que mejor puedan imponer condiciones militares al Occidente político, vale decir, en los que poseen los medios de exterminio nuclear, como son Corea del Norte, Irán, India, Pakistan y, sobre todo, Rusia.
Si debemos tomar partido en materia de política internacional no hay que hacerlo ni por Occidente, ni por el Oriente, ni por el Norte, ni por el Sur. Tampoco por un orden unipolar, bipolar o multipolar. Basta que te decidas por un mundo democrático o por otro autocrático. Y ambos están presentes, más allá de ficciones geoestratégicas y de estafas ideológicas como el llamado Sur Global, en todas las latitudes del planeta.
O para decirlo en estilo tuitero: «La definición no es tomar partido por China-Rusia u Occidente. La definición es tomar partido a favor o en contra de un orden basado en la libertad de opinión, con partidos políticos parlamentarios, en un gobierno libremente elegido. Democracia o dictadura, esa es la definición».
Referencias:
Kawita Krischman – LA «MULTIPOLARIDAD», EL MANTRA DEL AUTORITARISMO (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires – EL NUEVO-VIEJO ORDEN POLÍTICO MUNDIAL (polisfmires.blogspot.com)
Ernesto (Che) Guevara – DISCURSO DE ARGEl, 24 de febrero de1965.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo