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La obesidad: un problema social, no individual, por Jimmy Ramos y Martha Jaramillo



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La obesidad
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Opinión TalCual | mayo 10, 2021

Twitter: @Latinoamerica21


Los metadiscursos —forma en que se proyectan los discursos para interactuar con los receptores— difundidos por los medios de comunicación y «redes sociales» representan el peso corporal como una consecuencia del estilo de vida. Estos equiparan la «gordura» con la «enfermedad» y la «delgadez» con la «salud» y, en consecuencia, los «gordos» serían personas perezosas que no siguen estilos de vida «saludables». La obesidad, asociada a la gordura, es entendida, por lo tanto, como una enfermedad que las personas deberían controlar y evitar. En las sociedades neoliberales en las que el «individuo autónomo y autorregulado» es muy valorado, la construcción social respecto a los «gordos» es especialmente condenatoria.

En el año 2015, según datos de Healthdata, había en el mundo 107,7 millones de niños y 603,7 millones de adultos obesos. Y desde 1980, la obesidad se ha duplicado en más de 70 países y ha aumentado continuamente en la mayoría de los demás países. La obesidad, sin embargo, sigue siendo para las sociedades un problema estético y de comportamiento, según el medio especializado Medwave. Esto es una luz de alarma para los países latinoamericanos que, en los albores de la tercera década del siglo XXI, muestran estadísticas que reflejan un importante incremento de la problemática.

*Lea también: La brecha de inmunidad contra covid-19 en América Latina, por Marino J. González R.

Los dos países que mejor representan la relación política neoliberal/incremento de peso en la población en Latinoamérica son Chile y México. Por ejemplo, para el caso de México, uno de los países más afectados, en 1993 el Síndrome Metabólico —factores de riesgo de enfermedad cardiaca, diabetes y otros de salud vinculados a la obesidad— afectaba al 30% de las personas mayores de 20 años, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut). Mientras que para el 2012, siete de cada diez personas adultas presentan sobrepeso y obesidad.

A dos décadas de la declaración del estado de alerta por la globesidad—término acuñado por la Organización Mundial de la Salud para referirse a la creciente pandemia de sobrepeso— el aumento de la obesidad no ha parado de incrementarse y su dispersión es mucho más compleja.

Esto refleja el fracaso de las estrategias puestas en marcha en países como Estados Unidos y el Reino Unido que siempre abordaron la problemática desde una esfera individual, asociada con el comportamiento, en lugar de abordarlo de forma integral planteando cambios en los subsistemas económicos, alimenticios y políticos.

El gran ejemplo de la década de los 90 de incremento de esta problemática de salud, asociada con los cambios en las políticas económicas y sociales, fue Irlanda.

Obesidad versus el estilo de vida

La complejidad que arrojan los estudios sociales sobre obesidad puede resumirse en los resultados encontrados por el reconocido especialista en obesidad Arnaiz de 2014. Sus resultados muestran que las personas obesas, a pesar de presentar sobrepeso y obesidad, consideran que su estado de salud es «sano». A pesar de ello, las personas también interiorizan concepciones predominantes respecto a «la gordura» como una condición mala y poco saludable, lo que a su vez establece concepciones contradictorias sobre su propio cuerpo y estado de salud.

Más allá de diferencias, el actual enfoque reduccionista de la salud y la «guerra contra la obesidad» mundial son problemáticos y potencialmente perjudiciales. Mientras los riesgos medioambientales, como afirman los especialistas Costa-Font y Mas, se miden empíricamente en el sistema de producción y distribución globalizado, los «riesgos del estilo de vida» se basan en el uso —o mal uso—que los individuos hacen voluntariamente a largo plazo de los bienes de riesgo que se distribuyen legalmente en el mercado.

En Estados Unidos y el Reino Unido el abordaje de la problemática no tuvo en cuenta que es una afección sistémica que trasciende esferas psicológicas (individuales), económicas (sociales) y políticas (sociales). Esto enquistó el debate y limitó la puesta en marcha de políticas públicas eficientes para contrarrestar el incremento de la enfermedad.

¿Quién tiene la culpa?

La definición, la importancia y las consecuencias de la obesidad como enfermedad han cambiado drásticamente en las últimas décadas. La obesidad, que antes era considerada una comorbilidad común de otras enfermedades crónicas, es definida ahora como una afección médica específica que merece atención y recursos públicos.

La etiología—ciencia centrada en el estudio de la causalidad de la enfermedad—de la obesidad está atribuida sistemáticamente al triunvirato de la sobrealimentación, la disminución de la actividad física y los factores del estilo de vida. Investigaciones recientes ubican a unos 22 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso debido al estilo de vida sedentario y a los hábitos alimenticios occidentales.

Los países desarrollados registran tasas sin precedentes de enfermedades crónicas comórbidas y la aparición más temprana de la diabetes de tipo 2 entre niños y adultos jóvenes.

Aunque las tasas de obesidad han estabilizado su incremento, la prevalencia de esta enfermedad sigue siendo un problema de salud pública para las generaciones actuales y futuras. En cuanto al coste económico y a la conciencia pública, la obesidad ha adquirido una posición destacada en el ámbito de los problemas sociales al suscitar preocupación y controversia, y estimular la acción pública en favor de los ciudadanos afectados. Socialmente, la medicalización de la obesidad definió a las personas obesas como «enfermos» debido al riesgo para su salud personal, el coste para la sociedad y la marginación social. La obesidad sigue siendo un asunto privado sin una solución socialmente construida o informada.

La institucionalización de la obesidad como problema de salud pública a finales de la década de 1990 reforzó la experiencia médica en los esfuerzos de tratamiento y prevención. La biomedicalización promovió una despersonalización y desestigmatización de la condición de obesidad como un resultado únicamente atribuible a los hábitos personales y a la responsabilidad individual.

Por ello, las propuestas para frenar la dispersión de la obesidad en Latinoamérica deben tener en cuenta que la representación social de la obesidad por parte de los expertos pasó de ser un problema moral a una enfermedad que hay que explicar y medir científicamente. Y sobre todo abordar integralmente.

Martha C. Jaramillo Cardona es profesora e investigadora de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Especializada en salud y políticas públicas. Doctora en Ciencias Sociales por el Colegio de la Frontera Norte (México).

Jimmy E. Ramos Valencia es profesor de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Doctor en Estudios del Desarrollo Global por la UABC. @IANUSMANU https://orcid.org/0000-0002-8809-6822

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TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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