La oficina de Juan Guaidó, por Américo Martín
Con el temple que le caracteriza, el presidente interino ilustró la situación diciendo que pronto ocuparía su oficina en el Palacio de Miraflores. No siempre ha podido cumplir sus anuncios; por ejemplo el “sí o sí” de la ayuda humanitaria. El régimen agotó sus reservas de malignidad para frustrarla mientras sus desalmados ejecutores se dieron a entonar cantos de victoria. ¡Bonita “victoria”!: causantes de la tragedia, impiden a tiro limpio paliar cuando menos sus macabros efectos.
En cambio la supuesta derrota de la operación opositora expandió por la superficie mundial la solidaridad con Venezuela y el desprecio sin atenuantes a la índole cruel del régimen socialista. Podría Maduro repetir con más razones que el general macedonio Pirro, las palabras de éste tras la última batalla en apariencia ganada a los romanos en el sur de Italia:
Otra victoria como esa y me quedaré sin soldados
Y digo, “con más razones” porque la cantidad de nuevos países amigos de la alternativa democrática encarnada en Guaidó y la AN y la emocionada inclinación de la opinión pública a su favor, se hicieron virales con las incidencias de la ayuda humanitaria. Si por infinita desgracia los urgentes insumos no llegan a las almas que los imploran, semejante inhumanidad dañará más severamente si cabe al régimen y certificará la índole humana de la lucha opositora.
Aunque en general la experiencia indica que Guaidó y la AN no dan puntada sin dedal, el mencionado incidente hace ver que las circunstancias pudieran en algún momento bloquear sus intenciones. Valga lo dicho para preguntarnos: ¿abrirá pronto el presidente provisional –según anunció- su oficina en Miraflores? Empleó un tono confiado al referirse a los militares dejando flotar ideas acerca del avance de sus relaciones con ellos.
No estoy de acuerdo con fracturas en la cadena de mando, afirmó
Entreveo que se mantiene correctamente en la idea de evitar salidas cruentas hasta donde lícitamente se pueda. Pide que no disparen contra el pueblo y cumplan y hagan cumplir la Constitución. Es obvio que si el régimen se envuelve en arrebatos violentos tendrá que asumir la entera responsabilidad de lo que ocurra.
Tampoco ha suscrito Guaidó el clamor de las invasiones, que por supuesto no son descartables pues el régimen cree que arremetiendo contra la oposición encubrirá la índole salvaje de su política. Si atentara contra Guaidó no sería extraño que le respondieran por vía de hecho. Paradójicamente ese factor frena el zarpazo contra el líder opositor, al tiempo que muestra la fragilidad del Poder.
Dudo que EEUU dicte, a las primeras, medidas de ese tipo, que podrían ser innecesarias y potencialmente cuestionadas, si, como se aprecia, el régimen sigue su acelerado declive. Imperdonable ingenuidad es decir que solicitar la invasión equivale a desencadenarla, más todavía si los solicitantes permanecen a cómoda distancia.
Dados el caos económico, la producción petrolera -según Asdrúbal Oliveros- en trance de caer a 500 mil b/d, el desastre eléctrico y demás calamidades encendiéndose como ansiosas luciérnagas, el cambio lo tenemos a la vista. Son varios sus elementos condicionantes: liderazgo unificado Guaidó-AN, poderosa y activísima comunidad internacional, temple o desinterés de la inteligencia castrista, indecisa FANB, gastada burocracia oficialista, y colectivos sin especial convicción
Guaidó ocupará, sin duda, su oficina presidencial. Pero subsiste algo importante: ¿cómo será el cambio? Si el régimen negociara un tránsito pacífico, sería excelente. Si no quiere o no lo dejan, duro será para nuestro país y peor para él. Porque preferible es, Nicolás, salir pacíficamente al abrigo de la Constitución, que ser arrollado por la turbamulta.