La ola verde, por Fernando Mires
Cuando todos pensaban que la gran novedad que traería consigo la elección europea del 26 de mayo iba a ser el avance imparable del populismo-nacional, la sorpresa fue otra: el crecimiento de la llamada “ola verde”. Sobre todo, en Alemania, Francia, los estados del Benelux, Finlandia, Dinamarca e Irlanda. Los verdes alemanes doblaron su votación. El 2014 obtuvieron el 10,7% y el 2019 el 20,5%.
Muy pocos vieron venir el avance de la ola, pero pocos días antes de las elecciones comenzó a tomar forma en movimientos juveniles aparecidos en diversas naciones euro-occidentales. Con ello ya se está señalando dos signos de la ola: su carácter juvenil y su impronta euro-occidental. Del carácter juvenil, si tomamos en cuenta que muchos de los manifestantes neo-ambientalistas ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad electoral, podemos deducir que la resurrección de los movimientos ecologistas recién está comenzando.
Por lo mismo, de todos los partidos representados en Bruselas, Los Verdes son los que cuentan con la mayor proyección de cara a futuras elecciones regionales y nacionales. Siguiendo esa lógica, representarían la tendencia que mejor ha logrado articular los ideales del futuro. Léase bien: ideales, no ideologías. La diferencia dista de ser irrelevante: mientras los ideales están orientados hacia un futuro impreciso, las ideologías son construcciones cerradas que dan forma al futuro considerado como hecho objetivo o dado. Y bien, si comparamos al movimiento verde con los anquilosados partidos conservadores, con los cansados partidos liberales y socialistas, con los distópicos partidos nacional-populistas, veremos que son los únicos que proyectan ideales hacia el futuro.
Ideales que tampoco son utópicos. Como ha destacado recientemente John Gray “Lo que se necesita no es un desarrollo sostenible, sino algo más parecido a lo que James Lovelock, en su obra A Rough Ride to the Future [Una dura carrera hacia el futuro] (2014), denominaba una “retirada sostenible”. Utilizando las tecnologías más avanzadas, entre ellas la energía nuclear y la solar, y abandonando la agricultura en favor de los medios sintéticos de producción de alimentos, se podría alimentar a la todavía creciente población humana sin seguir haciendo demandas aún más intolerables al planeta” (Cambio climático y extinción del pensamiento. El País, 09.06. 2019)
Todos esos son aspectos que obligan a no confundir lo que algunos dirigentes de los Partidos Verdes ya han confundido: a saber, no fue la acción de esos partidos la que atrajo a la masa electoral sino más bien a la inversa: el renacimiento de una suerte de conciencia ecológica entre las multitudes juveniles fue el factor que las llevó a votar por los partidos ecologistas, algunos de antigua data. Eso quiere decir: los votantes eligieron a los partidos verdes de modo condicionado. Para emplear una distinción weberiana, la mayoría de ellos son electores pero no partidarios y, mucho menos, militantes.
Los primeros sorprendidos con la alta votación fueron los propios dirigentes de los partidos ecologistas. Cierto es que esperaban un aumento en su hasta ahora exiguo caudal electoral, esperanza que se deducía de dos hechos: el primero, la crisis que viven los partidos socialdemócratas que llevaría, como es casi costumbre, a aumentar la votación de Los Verdes, cuyo público tradicional se encuentra cercano a los socialdemócratas. Pero un resultado tan alto estaba lejos de sus cálculos. El segundo hecho fue aún más decisivo: nos referimos a los efectos de la amenaza nacional populista. Es importante detenernos en este segundo aspecto.
La amenaza nacional populista logró, efectivamente, tensar el periodo pre-electoral. Considerada en el pasado reciente como elección rutinaria, sin mayores proyecciones, los nacional-populistas, en contra de lo que ellos imaginaron, lograron politizar al evento hasta el punto que dividieron a la masa votante en dos sectores: los enemigos de la Europa democrática y liberal y sus defensores.
Ahora bien, dentro de los segundos hay que contar a Los Verdes. Más aún: de todas las tendencias representadas en Bruselas, Los Verdes son los que levantan el discurso más antagónico al nacional-populismo. Por una parte, en el parlamento europeo constituyen la fracción más internacional e internacionalista, radicalmente contraria al nacionalismo populista. Particularidad que se deduce de su propio discurso ecológico. Pues el clima no es nacional, es global, y por lo mismo las alternativas dirigidas a minimizar los efectos del cambio climático deben ser globales (internacionales) o no ser.
Por otra parte, Los Verdes, los ecologistas en general, son hijos de la democracia liberal europea, sobre todo de la que se abre en el llamado periodo post-industrial. Nacieron del debate público y requieren del debate público para hacer valer sus ideales hegemónicos. No hay nada que contradiga más a la presencia verde que regímenes autoritarios como son los implantados por los nacional-populistas en Polonia, Italia y Hungría. Aversión mutua y compartida. Los regímenes del nacional-populismo, generalmente cerrados al debate público, ven en los movimientos ecologistas sus enemigos naturales, aún más peligrosos que los movimientos de género y otros de signos radical democrático. Esa es una de las razones que explica una de las principales características de la “ola verde”: la de no hacerse presente con fuerza en los países del Este ni en los del Sur europeo. Aunque los motivos son distintos.
En los países del Este europeo el fin del comunismo no trajo consigo el desaparecimiento de las estructuras autoritarias que surgieron de la dominación comunista. En la mayoría de ellos han sido erigidas sociedades formalmente democratizadas, mas no democráticas. No extraña entonces que sigan prevaleciendo relaciones sociales y culturales de índole antidemocrático cuyo mejor reflejo son los propios gobernantes nacional-populistas.
En los países del Sur europeo -con la excepción de Francia- el fenómeno en cambio es algo diferente: la democratización que en países como Grecia, España y Portugal tuvo lugar fue construida sobre la base de una oposición “de izquierda” en resistencia a las “derechas” representadas por regímenes oligárquicos como fueron el franquismo, el salazarismo y el de los coroneles griegos. Hecho que ha traído consigo que ser de izquierda (o de derecha) sea parte de una tradición nacional lo que induce a una fuerte resistencia del electorado a abandonar el eje regulador izquierda-derecha, ya en crisis en la mayoría de los países euro-occidentales. En otras palabras, en los países del Sur europeo hay (todavía) muy poco espacio para el aparecimiento de partidos de centro y transversales.
Y bien, Los Verdes -partidos de la sociedad post-industrial al fin- pertenecen o han llegado a pertenecer a esa categoría. Su lugar es el centro político y sus movimientos políticos deben ser transversales. Por cierto, este proceso no está consumado. Dentro de los propios partidos Verdes occidentales hay resistencias a abandonar los esquemas políticos del periodo industrialista. Incluso en Alemania, país que fuera cuna del más grande movimiento socialdemócrata y hoy del más grande movimiento ecologista del mundo es posible observar tendencias regresivas. Si hoy su líder Robert Haveck aparece en todas las encuestas como el político mejor evaluado de la nación, lo es porque ha sabido oponerse a esas tendencias.
PS: Los Verdes de Bremen
Repetimos: entre Los Verdes alemanes operan fuerzas regresivas. Lo hemos visto recientemente en el estado de Bremen. Habiendo llegado allí la hora de formar coalición de gobierno, Los Verdes debían elegir como socios entre el partido mayoritario, el social cristiano, o los dos partidos de izquierda perdedores, socialdemócratas y extrema izquierda (Linke). Pues bien, optaron por la segunda posibilidad. Los genes de izquierda anidados al interior de los cuadros medios verdes resultaron ser más poderosos que los genes transversales del movimiento ecologista que votó por ellos.
Queda solo rogar a los dioses que el mal ejemplo de Bremen no haga escuela. De ser así Los Verdes, embarcados en el absurdo proyecto de llegar a ser el partido líder de “la izquierda”, correrían la misma suerte de Ciudadanos de España partido que en su afán de convertirse en “líder de las derechas” dilapidó su único capital político: su centralidad. Por cierto, La Linke no es un “partido paria” como sí lo es Alternativa para Alemania (AfD). Bajo determinadas condiciones, vale decir, por razones de gobernabilidad, la última ratio es y ha sido integrarla en coaliciones a nivel comunal e incluso regional cuando no hay otra alternativa. Pero no era este el caso de Bremen.
Naturalmente cada partido es libre de unirse con quien estime conveniente. El problema es que, al no coaligar con el partido mayoritario, Los Verdes de Bremen se saltaron unas de las reglas básicas del fair play político. Más grave aún fue que al decidirse por un “frente de izquierda” desconocieron el mandato simbólico de las elecciones europeas, a saber: el de cerrar el paso a los partidos anti-europeos. Y la Linke (partido pro-Putin) pertenece a ese grupo. Definitivamente Los Verdes de Bremen no lograron entender el momento político que les permitió avanzar a nivel continental. Europa les queda algo grande todavía.
Quien fuera líder de los conservadores de Baviera, Franz Josef Strauss, acuñó una vez el lema: “los verdes son como las sandías: verdes por fuera, rojos por dentro”. En los momentos en que Strauss sentenció, tenía algo de razón: muchos Verdes se consideraban a sí mismos como una variante verde de la izquierda roja. No así hoy.
Sin embargo, a pesar de regresiones como las que tienen lugar en Bremen -no será la última- la “ola verde” representada en sus votantes y en su dirección central, continuará avanzando. Aunque no con la velocidad y fuerza que de ella esperábamos. Puede que sea mejor así.