La oposición no es un laberinto, por Simón García
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Un laberinto, dice la Real Academia, es «…lugar …formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir al que se adentre en él.». En la definición hay varios componentes. Uno, el lugar, con referencia a sitio en el espacio, tiempo de una oportunidad o puesto en el sentido administrativo de la palabra. Dos, su formación, artificiosa, ´termino que puede implicar ingenio o simulación. Tres, su composición, en calles y encrucijadas. Cuatro, la intención de confundir.
La situación opositora puede tentarnos a sumarla a los cinco laberintos de la antigüedad: el de Egipto; los dos de Creta; el etrusco y el de la isla de Lemnos en Grecia. Pero, aunque en la oposición haya fragmentación, dificultad para salir de su debilidad política confusiones y desorden estratégico, también puede observarse un giro hacia un nuevo orden con más fuerza y unidad. En términos de demostración de fuerza ese giro lo expresa hoy María Corina Machado.
Todas las ramas de la oposición están formalmente de acuerdo en asumir la vía electoral, pese a los obstáculos que necesariamente creará un régimen que tiene que resistir a una vía democrática. Ese aspecto formal hay que hacerlo real y desechar que las ilegalidades y ventajismos autocráticos puedan ser pretexto para abandonar la participación electoral.
Lo que precisamente permite superar debilidades y alcanzar un triunfo electoral es mostrar en los hechos que la vía electoral no es una decisión improvisada, sino parte de una estrategia democrática, junto con otros elementos como la propuesta de transición y el programa para resolver las calamidades que la crisis del gobierno ocasiona a la población y al país. Una y otro exigen cambios a partir de una nueva propuesta de gobernabilidad.
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Para dejar atrás las confusiones el país pueda conocer el concepto de transición que tienen los partidos y quienes están compitiendo para ser candidatos de las fuerzas de cambio. Esta noción, que va más allá de la tradicional distinción entre gobierno y oposición, permite sumar organizaciones y sectores que estando en el territorio de influencia oficialista consideran que este gobierno ya no da más.
No hay un modelo único de transición y en ese sentido hay que estar abierto a cualquier indicio que ayude a ampliar las alianzas o incorporar nuevas energías al objetivo común de pasar del autoritarismo a la democracia. Para que ello ocurra hay que tener una visión acertada acerca de la transición que queremos y cómo lograrla.
Una idea errónea de transición es considerar que los cambios se van a producir instantánea y simultáneamente. Hay dos realidades: el sistema de poder no se reduce a la presidencia. No se debe actuar con ánimo de persecución y liquidación, cuando un aspecto de la propuesta de cambio es sustituir la represión actual por la convivencia entre todos los venezolanos.
La regla de la transición es la gradualidad y la combinación de presión internacional e interna, movilización pacífica, diálogo con Maduro y negociaciones con el gobierno y los factores de poder dominantes.
La desaprobación general al actual gobierno permite aumentar las iniciativas para neutralizar sectores en su seno, atraer sus bases descontentas y saber combatir a las cúpulas que presionan hacia una deriva totalitaria.
Son requisitos que debemos exigir y estimular en la propuesta de transición de todas las fuerzas y dirigentes de las fuerzas democráticas de cambio. No conviene mantener lemas de doble sentido, ofertas irrealizables o inconvenientes porque al colocar el conflicto en una perspectiva de violencia, aumentan las ventajas de las fuerzas no democráticas.
Estamos ante una posibilidad cierta de victoria. No tenemos que volver al laberinto de los fracasos.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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