La oposición sorda y dogmática, por Armando J. Pernía
Las habilidades para lograr acuerdos políticos que algunos le atribuyen a Ramón Guillermo Aveledo tendrán que hacerse milagrosas. No parece posible, de verdad, que haya diálogo entre las fuerzas que adversan al régimen de Nicolás Maduro. Hay que reconocerlo.
Sin duda, existen los contactos, incluso ha habido reuniones después del proceso electoral del 20-M; pero de acuerdo político, nada. El problema está en los partidos y el dogmatismo con el cual están mirando la realidad.
Hay un grupo que no quiere saber nada de elecciones. Organizaciones como Primero Justicia, Voluntad Popular y, sobre todo, Vente Venezuela decidieron que esa ruta está «cancelada, cerrada». Quieren, entonces, «tocar el cielo con las manos» por una vía no claramente insurreccional, aunque sí basada en la movilización callejera.
Avanzada Progresista, esa suerte de capilla en ruinas que es el Movimiento al Socialismo (MAS) y los restos de Copei, entre otras agrupaciones que respaldaron a Henri Falcón, ahora son electoralistas radicales. Poco les falta para decir que inscribirán candidatas incluso a reinas de Carnaval en todo el país, si esas elecciones consiguen el objetivo de derribar al gobierno.
La Causa R, dentro de la MUD, también abraza la causa de la movilización callejera como forma básica de lucha, pero se sabe que hay matices. Acción Democrática, tal como su secretario general, es indescifrable.
Por el otro lado, está la ola cristiana evangélica. Javier Bertucci le está ganando la mano a Henri Falcón, pues se mantiene sonando con su «diálogo» con el gobierno y su oferta de ayuda humanitaria masiva, a través de la red de iglesias critianas.
Bertucci es un outsider con proyecto propio. Su foco político está en restar base social al chavismo y a la oposición. Populismo para los pobres y pragmatismo económico liberal para los estratos medios. La receta no por usada, deja de ser eficiente.
Hay además una oposición social que necesita articulación, pero no para ser convertida en parte del engranaje de un proyecto político particular, sino para activar un frente eficiente y eficaz que gane algo que la oposición requiere con urgencia: capacidad real de presión política.
Si los sindicatos críticos, los gremios profesionales, las organizaciones empresariales, las iglesias, las universidades, las asociaciones de vecinos y consejos comunales, las organizaciones campesinas y hasta la gente que se conecta en chats en urbanizaciones, centros deportivos y cualquier otro grupo se organizara para luchar por sus reivindicaciones más cercanas, por la expresión de la crisis que más le duele, entonces el panorama comenzaría a cambiar.
Para articular ese descontento silvestre y hacer entender a esos grupos tanto la importancia de luchar por lo suyo, como por lograr los cambios políticos y sociales que permitan enfrentar la crisis como un todo, es necesario que los dirigentes de los partidos dejen de lado sus tradicionales vicios y apetitos.
La verdad es que el debate entre electoralismo y calle –con su correlato ridículo de establecer si tienen razón los que votamos o los que se abstuvieron– no tiene sentido.
Habrá que decirlo otra vez: la necesidad estratégica es unidad y articulación social de la lucha; los mecanismos de acción política pueden ser muchos y deben ser aplicados en la medida en que lo aconsejen las circunstancias. Punto.
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¿Cómo demonios podemos decir que «dejamos las calles»? ¿Eso qué significa? ¿Tiene, de verdad, sentido que una organización política diga eso? ¿Eso qué es… miedo, resignación, cobardía?
Por supuesto que nadie puede olvidar a los jóvenes muertos en 2014 y 2017; por supuesto que entendemos que ese costo es demasiado elevado; por supuesto que hay que pensar en esas familias rotas por el dolor, pero estamos muy mal si asignamos la causa de esos crímenes a la acción política PACÍFICA de la oposición, en lugar de poner la culpa donde va: en el gobierno y sus fuerzas represivas
Lo que hay es que pensar creativamente en cómo protestar sin tener que pagar ese costo invaluable que significa perder una sola vida humana. Eso es sensatez, prudencia, inteligencia y responsabilidad; pero de ahí a decir que nunca más a la calle, porque nos pueden matar.
Igual pasa con las elecciones. ¿Cómo es eso de que ese camino está «cerrado»? ¿Cómo es ese cuento de que «no hay salida electoral»? Por favor, la única salida racional, sensata y que garantiza gobernabilidad es que la sociedad decida su futuro en comicios libres. Lo otro es más despeñadero, y siempre se puede estar peor.
Ningún partido puede decir que abandona la lucha electoral, incluso en malas condiciones. ¿Las elecciones del 20-M se podían ganar? Claro, pero el problema no es solo el dispositivo electoral tramposo del gobierno, es que no había capacidad para enfrentarlo, y en lugar de enterder esto y comenzar a crear esa capacidad, algunos decidieron la abstención.
Hay que dejar de lado tanta encuesta y tanta cháchara en redes sociales, para entender lo que realmente quiere este país, escuchar los múltiples mensajes –porque no es uno solo– que enviamos los que votamos y los que se abstuvieron.
La oposición no solo tiene que reorganizarse, tiene que repensarse profundamente.