La otra lectura del fraude electoral, por Vladimiro Mujica
Twitter: @MujicaVladimiro
6 de diciembre de 2020. Ha concluido la primera etapa del penoso y lamentable espectáculo de un régimen decadente y sombrío, abandonado por su propio pueblo, intentando avanzar un fraude disfrazado de elección que ha sido condenado por la comunidad internacional democrática. Aún maquillando extensamente los resultados, el régimen no puede presentar más de un magro porcentaje de participación del 30% de los electores, que según los observadores independientes está más cercano al 20%. Ello comparado con más de un 70% de participación en las elecciones del 2015 que le dieron la mayoría de la AN a la resistencia democrática.
Es decir, que el régimen de Maduro y sus cómplices en el CNE, el TSJ y los partidos políticos intervenidos por la dictadura, pretenden apoderarse del último reducto de institucionalidad democrática de la nación con un acto no solamente írrito y fraudulento desde el punto de vista constitucional, sino convalidado por una fracción muy pequeña de la población del país.
La captura de la AN es el objetivo obvio del régimen y no cabe duda de que pretenderá hacer valer su “triunfo” en todos los espacios nacionales e internacionales. Pero más allá de esta victoria viciada del régimen se esconde el hecho de que la votación del domingo puede en verdad ser interpretada como la primera parte de la Consulta Popular que promueve la sociedad civil, el gobierno encargado de Juan Guaidó y la AN legítima. Y esta interpretación arroja el resultado de que el 80% del electorado, que incluye una parte importante de los otrora bastiones del chavismo, rechaza el fraude de Maduro y su banda, enquistados en el poder con el apoyo de un sector de la fuerza armada y un colectivo de estados forajidos y bandas criminales y terroristas internacionales.
Pero esta interpretación, presumiblemente auspiciosa, es tan solo un escenario, un futuro posible. Las encuestas que predecían un porcentaje minúsculo de participación en el fraude del 6D también arrojaban resultados similares para la participación en la Consulta Popular.
Es decir, que la predicción primaria de las encuestas es que la población rechaza profundamente al régimen, pero no se siente interpretada por las acciones de la resistencia, de la oposición democrática, o como quiera que se pretenda denominar a los grupos, organizaciones e individuos que se oponen a la dictadura oprobiosa que ha hundido a Venezuela en un hueco histórico del que nos costará largos y difíciles años salir.
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Que la acción de los distintos desgobiernos del chavismo-madurismo ha ido profundizando su control de la población a través del miedo y del hambre —y que ha provocado el éxodo de más de cinco millones de venezolanos— es un hecho incontrovertible sobre el que no es necesario abundar. La pregunta crucial en este momento es: ¿qué debe hacer la oposición al régimen en presencia de los resultados del fraude? Pienso que lo más evidente es reconocer que se está en presencia de una nueva oportunidad para enmendar rumbos, si se logra actuar con decisión y sentido de la emergencia nacional.
La primera reflexión es que todos los sectores de la oposición han equivocado su estrategia. Pero no todos en el mismo grado. El avance de la gesta opositora asociado con el gobierno encargado de Guaidó, y que se origina en el triunfo de 2015 en las elecciones de la AN, es innegable. Nunca se había logrado un apoyo internacional como el que se obtuvo en los últimos años, pero el precio ha sido muy alto porque se ha producido una desvinculación importante con el día a día de la miseria de la vida de nuestra gente.
El colapso de los partidos políticos y de la hegemonía del G4 no puede ser reemplazado por la sociedad civil y esa fractura entre el mundo político y el mundo del ciudadano juega un papel determinante en la frustración de la gente. Por otro lado, el sector más radical, representado primariamente por las posiciones de Antonio Ledezma y María Corina Machado, no ha podido tampoco resolver lo que se presenta como un dilema insalvable: buscar una solución de fuerza apoyada por la comunidad internacional y que desplace al chavismo, cuando la propia comunidad internacional no está convencida de este rumbo, y el indispensable apoyo militar interno ha sido duramente reprimido.
Por último, el sector más proclive al diálogo con el régimen y que participó en la reciente elección, no logró unificarse ni siquiera alrededor de una lista única nacional, y mantuvo una situación interna de continua tirantez, agravada por las posiciones oscilantes de un líder importante como Henrique Capriles. Vale la pena también precisar que la situación dentro de la sociedad civil no es de mayor unidad ni presencia de liderazgo.
Visto este cuadro de carencias en la estrategia y el liderazgo opositor, no es ninguna sorpresa que la frustración y la resignación —adicionalmente inducidas por un régimen que ejerce la represión implacable y la tortura como herramientas adicionales de control— se hayan impuesto en buena parte de la población. Pero es imposible rendirse porque todos llevamos el sufrimiento de nuestro país encima como un doloroso recordatorio de que es necesario seguir.
El resultado del fraude del 6D abre una nueva oportunidad para el reencuentro de la oposición en una estrategia unificada que pueda usar a la Consulta Popular como un instrumento de rebelión cívica.
Pero esa consulta es insuficiente. Es perentorio y urgente reunificar a las fuerzas opositoras o bien para avanzar en un proceso de negociación que permita manejar la catástrofe humanitaria que arruina a Venezuela, o bien para aumentar el tenor de la apuesta contra el régimen de Maduro utilizando para ello todas las herramientas previstas en la Constitución con el apoyo de la comunidad internacional. Ambas posturas son posibles, pero es indispensable generar una respuesta unitaria que avance a partir de la interpretación tanto del fraude como de las carencias de la estrategia opositora. Y en ambos casos, sería indispensable promover la conformación inequívoca de un gobierno de transición. Un reto complejo que no hemos sido capaces de atender, pero cuya urgencia toca a nuestras puertas con más fuerzas que nunca.
Vladimiro Mujica es Doctor en Química. Profesor emérito de la UCV y actualmente en Arizona State University. Activista en ONG.
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