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La pandemia nacional populista, por Fernando Mires



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La pandemia nacional populista
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Fernando Mires | @FernandoMiresOI | junio 10, 2025

X: @FernandoMiresOl


No se trata de que haya pandemias políticas; pandemia es un concepto clínico; no aplicable a las ciencias políticas. Solo estoy intentando hacer una metáfora. Y desde el punto de vista metafórico, es posible imaginar que el ascenso y crecimiento mundial de las llamadas ultraderechas populistas actúa como si fuera el producto de un virus altamente contaminante al interior de los países democráticos. Digo democráticos. La pandemia nacional-populista a la que muchos llaman ultraderechista no parece atacar a los países donde gobiernan autocracias y dictaduras.

Siguiendo con la metáfora, es posible afirmar que es un virus no solo anti, sino también inter-democrático, es decir, uno que corroe interiormente a las democracias alcanzando, en no pocos casos, los cerebros, es decir, a los gobiernos. Si es un virus mortal, no lo sabemos todavía. Pero por lo menos, hemos observado que su desarrollo es gradual y progresivo. Probablemente, como ocurre con todas las ofensivas pandémicas, algunas democracias no lograrán recuperarse; otras quedarán debilitadas, otras sobrevivirán fortalecidas e inmunes a nuevas contaminaciones.

El avance de los nacional-populistas emerge al interior de los fundamentos liberales de la democracia moderna. No precisamente en contra de la llamada democracia liberal sino en contra de sus fundamentos, vale repetir. La liberalidad es solo uno de los componentes de la democracia y no la democracia per se. Además, el liberalismo es una ideología, y al ser democrática, una sociedad no puede ser regida por una ideología.

 El liderazgo nacional populista

Dentro de una democracia coexisten muchas ideologías, y la liberal, aun siendo hegemónica, es solo una de ellas. Podríamos reemplazar entonces el término de liberalidad por el de pluralidad, pero no podemos hablar de una democracia plural pues por definición toda democracia es plural. Sería como decir «belleza hermosa». Lo cierto es que los nacional-populistas atacan la pluralidad y, para hacerlo, atacan a las instituciones de la pluralidad.

Por tal razón, uno de los símbolos más divulgados del ataque a las instituciones sigue siendo la toma del Capitolio al fin del primer mandato del presidente Donald Trump. El Capitolio, lugar del habla política, ahí donde los partidos parlan, fue visto por la chusma trumpista como el enemigo principal. Ese es precisamente un rasgo de los nacional-populistas: su profundo antiparlamentarismo.

Por eso no extraña que en los países donde los nacional- populistas son gobiernos, no suprimen el parlamento, pero sí lo relegan a un lugar muy secundario. Luego, los nacional-populistas no terminan con la división de los poderes del Estado, como hace las dictaduras, pero sí alteran esa división. El poder Judicial se convierte en un brazo del Ejecutivo y el parlamento en una institución de limitados poderes. Deber ser así, porque todo populismo, también el de los nacional- populistas, está subordinado a la persona de un líder más que a los partidos y a las instituciones.

No hay ningún movimiento nacional-populista que no se encuentre sometido a los dictámenes de un líder. En cierto sentido la política del nacional-populismo funciona más de acuerdo con el principio de aclamación que con el principio de deliberación. Democracia directa, la llaman sus seguidores. Führerprinzip (principio del líder) lo llamaba uno de los más versados apologistas de la democracia directa, Carl Schmitt. En el caso de la Alemania de Hitler, a la que se refiere Schmitt, es la que se daba entre el Führer y la masa.

En otros textos hemos explicado porque preferimos aplicar el término nacional-populismo para designar a los nuevos movimientos antidemocráticos, y no los más usados, como son los de neofacismo y los de ultraderecha. Neofascismo nos remite irremediablemente a comparar con los tipos de fascismo del siglo XX, proceso que termina por ocultar los nuevos rasgos de los movimientos anti-democráticos emergentes. Ultraderecha, a su vez, lleva a suponer que los nacional populistas son parte del esquema izquierda-derecha, es decir, parte de un sistema de relaciones políticas. Por lo general esa denominación viene de las izquierdas establecidas.

No obstante, si analizamos bien la discursividad de esos movimientos y partidos, podemos observar que en muchos de ellos prevalecen motivaciones que nada tienen que ver con las derechas hasta ahora conocidas. Más aún, incorporan a su léxico categorías propias a las antiguas izquierdas. Vienen efectivamente, nos guste o no, de movimientos populares y de masas, y son anti-sistema por excelencia. En algún sentido podemos calificarlos como revolucionarios, o por lo menos, insurgentes, algo totalmente contrario a lo que entendíamos por derecha de acuerdo a los repertorios en uso. Ideológicamente se definen como nacionalistas, y en muchos casos lo son. Pero el suyo es un nacionalismo de masas y de caudillos; de ahí el agregado «populista». Hecha esta precisión podemos intentar entenderlos.

Ahora bien, lo que por ahora logramos percibir con certeza es que no se trata de apariciones espontáneas. Todo lo contrario; vinieron para quedarse. A esa penosa conclusión hube de llegar hace algunos días, cuando en las elecciones presidenciales del 2025 en Polonia, el candidato nacional-populista Karol Nawrocki se impuso por una muy escasa diferencia al candidato liberal Rafal Trzaskowski (50,89% y 49,11% respectivamente). Duro golpe para los demócratas europeos.

El caso polaco

Polonia, bajo la conducción de Donald Dusk, había llegado a constituir un eje político militar junto a Inglaterra, Francia y Alemania. Más duro es el golpe entonces si consideramos que el puesto de presidente en Polonia no es solo simbólico (posee derecho a veto y es autoridad superior de las fuerzas armadas). Dusk deberá jugar, de ahora en adelante, no el rol de líder europeo que con justicia había alcanzado, sino el de simple administrador gubernamental. Consciente de esas limitaciones, el jefe de gobierno ha llamado a pedir un voto de confianza a la cámara de representantes.

De más está decir que el nacional populista Nawrocki contaba con el apoyo de Trump con quién se entrevistó en mayo y naturalmente con el del ultracatólico JD Vance quien cultiva estrechas relaciones con todas las mal llamadas ultraderechas europeas. El Partido PiS de Polonia es visto como hermano del partido Fidez de Viktor Orban en Hungría, de tal modo que, pese a no ser pro-ruso, el triunfo del PiS debe haber sido celebrado con alegría en el Kremlin. En verdad, donde hay trumpismo, hay putinismo.

Todos los partidos nacional populistas son apoyados directamente desde Moscú y al mismo tiempo todos se declaran partidarios de la línea de Trump. El término putitrumpismo puede ser, en este caso, adecuado. Sobre todo, en el tema de las migraciones.

Detener las olas migratorias es sin duda la primera oferta del putitrumpismo europeo. Sin ese tema, no tendrían nada que ofrecer, dicen los demócratas europeos. Aun así, no deja de llamar la atención que el problema migratorio haya calado profundo en las recientes elecciones polacas pues Polonia está lejos de ser un país atractivo para los emigrantes. Todo lo contrario: Polonia, aun pese a los logros económicos alcanzados durante Dusk y su Plataforma Cívica, sigue siendo un país más exportador (sobre todo a Alemania) que importador de fuerza de trabajo.

Si hay un problema migratorio en Polonia es la afluencia de refugiados ucranianos los que, al ser rechazados desde Alemania, deben regresar a Polonia. Un problema en vías de solucionarse durante la administración Merz. Pero en ningún caso dramático como el que enfrentan otros países. Sin embargo, el candidato populista insistió en ese tema, y al parecer con éxito, al igual que Trump en los Estados Unidos, Weidel en Alemania, Le Pen en Francia, Abascal en España, y, sobre todo, Wilders y su Partido por la Libertad en Holanda.

Llamativo fue el hecho de que, aprovechando el impulso polaco, el islamofóbico Geert Wilders haya provocado una crisis política en Holanda con el claro propósito de, recurriendo con insistencia al problema migratorio, abrir el camino hacia nuevas elecciones y así hacerse del poder. Evidentemente, la migración es un tema políticamente rentable para los nacional populistas. Si no existiera, ellos la inventarían.

El trauma migratorio

Las altas tasas migratorias es un problema más que demográfico, político. Uno que tiene lugar en la mayoría de los países llamados occidentales. No obstante, llama la atención que, precisamente en las zonas donde la tasa migratoria es comparativamente baja, el rechazo a las migraciones suele ser más alto. Alemania es un caso paradigmático. El ultraradical nacional-populismo alemán tiene sus bastiones en la zona Este del país, mucho menos afectada por olas migratorias que el Oeste. Las razones saltan a la vista, y tienen que ver más con la psicopolítica que con la política.

¿Razones económicas? No necesariamente. El deterioro económico por sí solo no causa animadversiones, pero sí el miedo y la inseguridad que este provoca. Con el descenso de la industrialización y el ascenso de la llamada sociedad digital, muchas clases y estamentos constitutivos al primer orden se encuentran en vías de disolución. Aún en sectores de ingresos medianos y altos puede primar la inseguridad cuando las relaciones de trabajo y producción no están ajustadas a contratos seguros. Esa inseguridad produce miedos y los miedos suelen ser compensados con odios.

Ahora bien, en ese punto, la figura del emigrante ha llegado a ser la de un chivo expiatorio. En primer lugar, el emigrante es un desconocido, no solo extranjero, además extraño. En segundo lugar, avanza en oleadas, o como dicen los partidos xenófobos, en «inundaciones».

Sigmund Freud intuyó que el alma humana se encuentra permanentemente amenazada por las inundaciones que provienen del, por él, llamado Ello, instancia del Yo que contienen los deseos no plenamente domesticados que subyacen en cada uno de nosotros. En ciertas ocasiones las aguas del Ello inundan al Yo. Pues bien, para liberarse del miedo a ser inundado, los humanos tienden a proyectarlo en representaciones psíquicas colectivas. Ayer, por ejemplo, Hitler inventó al «judío» como figura corrosiva del alma nacional europea y alemana. Hoy el enemigo interno y externo ha sido sustituido por los líderes nacional-populistas con la figura del «emigrante», alguien que amenaza «nuestra» identidad, «nuestra» cultura, «nuestra» nación, «nuestros» valores, «nuestras» familias, «nuestra religión».

El emigrante es lo que Freud llamaba lo «Unheimlich» (lo tenebroso, lo inquietante, lo aterrador). Frente a miedos que los acosan, los individuos y las masas suelen recurrir a mecanismos de defensa y uno de los más conocidos es la búsqueda de una entidad protectora, figura que en la política suele ser un líder autoritario cuya supuesta misión es la de restituir el también supuesto orden perdido.

La animadversión no es dirigida por cierto en contra de todos los emigrantes. Futbolistas, músicos, profesionales, serán siempre bien recibidos. La amenaza proviene de los emigrantes pobres. No porque sean pobres sino porque reflejan la pobreza en la que muchos, sobre todo los que ocupan posiciones sociales intermedias, tienen miedo a caer. Así como el judío de ayer fue construido como propietario de la riqueza, el emigrante de hoy ha sido construido como el propietario de la pobreza.

Las masas suelen envidiar a la riqueza y a temer (u odiar) a la pobreza. ¿Y quién tiene la culpa de la importación de la pobreza? Según los nacional-populistas, la tiene el liberalismo político que, como consecuencia de un pervertido concepto de democracia, permite que en su seno habiten los «enemigos» de la nación. Pues bien, la máxima institución del liberalismo político es, para los nacional-populistas, la UE. La que ellos quieren es una Europa de naciones autónomas, no subordinada a imperativos unionistas.

La decadencia de los ciudadanos

Para Trump, Europa es un continente que roba dinero a los EE UU. Para Putin, es un enemigo militar, cultural y religioso al que hay que hay que liquidar, comenzando por la europea Ucrania. Para los nacional-populistas, la UE limita la riqueza de las naciones, no las deja prosperar, aparte de negar a las características culturales de cada una de ellas. Esa Europa continental, es la opinión de ellos, debe ser sustituida por una Europa de las naciones.

Bajo esos lemas, los extremistas polacos lograron derrotar al cosmopolitismo representado por Donald Dusk. Cierto es que los vencedores no son o no se declaran prorusos, aunque cultivan el anti-germanismo, excluyendo por supuesto a los nacional-populistas alemanes. Pero no está de más agregar que, aun no siendo antirusos, su antieuropeísmo ideológico favorece las posiciones de Putin; y eso al final es lo que cuenta.

En Polonia, como en toda Europa, los enemigos del nacional-populismo residen en las grandes ciudades. En sentido estricto, son los ciudadanos. A la vez, las grandes cantidades de votos a favor que obtienen los nacional populistas provienen de provincias agrarias o marcadas con los signos del agrarismo. A ellos les hablan sus líderes. Más aún, independientemente al bagaje cultural de cada líder nacional populista, ellos intentan discursear con la rudeza de los campesinos e, incluso, con la de los marginales.

Los enemigos de la nación, les dicen, son los que propagan normas disolutas, entre ellas la diversidad sexual y la permisividad del aborto. Los «corruptos» habitantes urbanos al relativizar las identidades sexuales, se declaran enemigos de la familia, de la religión y, por eso mismo, de la nación. Los verdaderos defensores del país son los jefes de familias, hombres honestos y trabajadores, y no pedantes con títulos universitarios, parásitos que nunca han trabajado en su vida, opina la gran mayoría de los nacional populistas.

En pocas palabras: la llamada cultura Woke, que ayer designó a los ambientalistas, al feminismo y a otras formas relevantes de protesta, se ha hecho extensiva, de acuerdo con el discurso nacional- populista, a un amplio espectro social predominantemente urbano. Así nos explicamos por qué Trump en los Estados Unidos ha declarado la guerra a las universidades, principalmente a Harvard. Los intelectuales, en la estrecha visión del presidente norteamericano, no son rentables, no producen riquezas. El poder debe ser restituido a los hombres de trabajo.

Si los nacional populistas llamaran a los intelectuales, burguesía, y a los trabajadores, proletarios, tendríamos restituido el discurso de los revolucionarios de la izquierda de ayer. El argentino Milei es un claro ejemplo. El suyo es el viejo discurso peronista; en esencia anarquista, con claros ribetes anti-estatales, pero con otros enemigos. ¿Será esa la razón por la cual la ideología anti-sistema que propaga el nacional populismo ejerce una atracción creciente entre los segmentos jóvenes de cada nación? Así parece.

En las elecciones que tuvieron lugar en Polonia, se repitió el mismo fenómeno. La ciudadanía en anteriores elecciones había votado por los candidatos liberales. Pero en las presidenciales del 2025, los votantes jóvenes (entre 18 y 29 años de edad) tendieron a inclinarse a favor del ultraderechista Karol Nawrocki. Quizás el lenguaje procaz del candidato, quien fuera en el pasado boxeador y guardaespalda, les pareció más «contestatario» que el del político profesional Rafal Trzaskowski. Como sea, no estamos frente a un conservadurismo clásico. Estamos frente a una tendencia creciente que ha sabido combinar el impulso económicamente modernizador con reaccionarios atavismos nativistas. En eso, los nacional socialistas sí pueden compararse con sus antecesores nacional-socialistas del pasado siglo. Pero no en mucho más.

Un ascenso global

Lo que no podemos negar es que las tendencias nacional populistas crecen y crecen y abarcan a todo el espectro occidental, incluyendo al latinoamericano. Desde un punto de vista histórico las recetas económicas neoliberales que aplicaron en Sudamérica los gobiernos militares de Pinochet y Videla no son muy distintas a las que propagan hoy los nacional populistas de nuestro continente, aunque bajo condiciones muy diferentes. No es casualidad que tanto Javier Milei como el trumpista chileno José Antonio Kast, reivindiquen los «logros» económicos de las antiguas dictaduras.

En Brasil también las han hecho suyas los bolsonaristas. En El Salvador, Bukele se declara ferviente seguidor de Trump. Y, de verdad, ambos se parecen. Mientras el norteamericano quiere eliminar la pobreza con deportaciones (re-emigraciones las llama Alice Waidel en Alemania) el salvadoreño la quiere eliminar con encarcelamientos. Lo importante, luego, no es que la pobreza exista; lo importante es que no se vea.

La ola trumpista ha avanzado incluso sobre la Venezuela del putinista Maduro, donde después del fraude electoral cometido por el dictador, la líder María Corina Machado, habiendo renunciado a continuar la exitosa vía electoral del 2024, apuesta a una salida militar o a una intervención directa de los Estados Unidos de Trump, algo muy difícil dada la concordancia internacional que en estos momentos practican Putin y Trump.

*Lea también: ¿Hay salida? ¿Es este el final de la crisis?, por Ángel Monagas

La ola nacional populista, avalada en el Occidente político por dos potencias mundiales como son los EE. UU y Rusia, parece ser por el momento un desafío imposible de contrarrestar. No podemos saber cuáles serán las defensas que utilizarán las democracias occidentales en contra de ese enemigo interno y externo a la vez. Lo único que podemos aventurar es que ese avance puede ser tan contaminante y tan destructivo como una pandemia. La gran diferencia es que contra las pandemias políticas no hay vacunas. Hay que aceptar entonces que las democracias del mundo se encuentran frente a una crisis existencial y, por lo mismo, los demócratas de todas las naciones están obligados a vivir una fase defensiva de lucha.

La contradicción política mundial, lo hemos repetido millones de veces, ya no es de izquierda contra derecha, sino de democracia contra autocracia. ¿Cómo lograr una unión centrista de izquierdas y derechas democráticas en contra de un enemigo común? De hecho, Polonia demostró hace un par de años que eso es posible al derrotar al aparentemente invencible PiS. Pero en 2025, Polonia también ha demostrado que ninguna victoria es definitiva. En consecuencia, la lucha entre democracia y autocracia se extenderá durante mucho tiempo a lo largo y ancho del orbe. Eso es, por ahora, lo único seguro.

 

Algunos textos del autor sobre el mismo tema

Fernando Mires – NACIONAL- POPULISMO

Fernando Mires – ¿QUÉ ES EL NACIONAL POPULISMO?

Fernando Mires – LOS ROSTROS DEL POPULISMO

Fernando Mires – ¿OCASO DE OCCIDENTE?

Fernando Mires – HACIA UN MUNDO POSDEMOCRÁTICO

 

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS. 

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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