La paradoja moral de Pablo Iglesias, por Fernando Rodríguez
Un caso curioso a primera vista, pero que mejor analizado plantea un paradójico enredo entre moral y política. Nos referimos a la compra de un chalé por Pablo Iglesias y su pareja Irene Montero, ambos altos dirigentes y diputados de Podemos, el polémico partido de la izquierda española. Resulta que el inmueble cuesta la cantidad nada despreciable de más de seiscientos mil euros, que los susodichos pagarán con una hipoteca. Ningún asomo de acusación de corrupción, es dinero bien ganado, simplemente sus adversarios de los partidos tradicionales por supuesto y, he aquí el verdadero dilema, no pocos de sus correligionarios y otros izquierdistas han puesto el grito en el cielo ideológico. ¿Cómo es posible que el líder de la defensa de los secuestrados derechos de los humildes quiera vivir en una casa de dos mil metros de terreno con piscina… como un burgués para simplificar… y, además, en el pasado se permitió críticas punzantes a adversarios políticos por asuntos muy semejantes?
Un primer argumento en su defensa ya complica el dilema: se trata de un asunto de la vida privada y punto. Ninguna teoría revolucionaria, y en puridad ninguna otra, permite tal división, así pueda ser lo más frecuente y en cantidad y calidad infinitamente peores la contradicción entre ambas instancias (Venezuela es un ejemplo insuperable). Pero el razonamiento tiene una dosis condicionada de verdad: si esas ganancias que permiten esos gastos son lícitas para la moral revolucionaria importa poco en que se desee gastarlas, viajes, carros, gastronomía, casas en el campo…Ahora si no lo fuesen, ya andamos mal, habría que buscar la manera de restituir la moralidad perdida, distribuyendo esos “excesivos” salarios: ayudas al partido (de suyo ya lo hacen, en cierta proporción) o a tareas sociales, etc. Así que ya dimos con un rollo.
Lo que hace el mentado referendo es mezclar aberrantemente ambas instancias de lo humano, cosa sumamente peligrosa, porque por ejemplo los tiranos acusan y castigan demasiadas veces sobre “intenciones”, valga decir sobre la interioridad, malos pensamientos y sentimientos disonantes y no sobre acciones que son las que pueden ser sometidas al imperio social de las leyes.
Pero la cosa se hace realmente insólita, cuando los “acusados” (después de defenderse tibiamente: hijos por venir, amor al campo, casa para vivir y no para especular, hipoteca de muy largo plazo…) han decidido llevar a un referendo su decisión entre los militantes del partido y ponen en juego sus cargos de dirección. Muy raro.
En principio a muchos les sonará bien ese acto de valor, y seguramente es el mayor de los efectos deseados, en un mundo en que la corrupción es un cáncer que trauma tan a menudo el desarrollo de la prosperidad y la equidad (de nuevo Venezuela, para comprender mejor). Pero lo que es realmente irracional es esa manera de tratar el problema. Se supone, por decir lo menos, que la moral es una esfera interior a cada uno de nosotros, decidimos de acuerdo a una máxima o mandato moral, lo cual implica un ejercicio de nuestra intransferible libertad (dejemos de lado la naturaleza problemática de esa “libertad”), solo es responsabilidad nuestra pues. Nuestra decisión al hacerse mundo entra en relación con los otros y por ende es susceptible del juicio que estos hagan sobre ella, digamos grosso modo en la ocasión, que es el orden de la política. Lo que hace el mentado referendo es mezclar aberrantemente ambas instancias de lo humano, cosa sumamente peligrosa, porque por ejemplo los tiranos acusan y castigan demasiadas veces sobre “intenciones”, valga decir sobre la interioridad, malos pensamientos y sentimientos disonantes y no sobre acciones que son las que pueden ser sometidas al imperio social de las leyes.
Lo que pretenden Iglesias y Montero es que el colectivo les informe si son morales o no, al menos en la ocasión, lo que solo ellos pueden saber porque de su fuero íntimo se trata, su libertad y su responsabilidad. Lo que estaría en sana discusión es si su actuar objetivo, comprar una casa…, es legítimo o no para el ideario de la revolución, el progresismo, el populismo o lo que sea, lo cual no es cuestión de referendo sino de debate conceptual. En el fondo esa pregunta referendaria es algo así como “nos siguen queriendo, a pesar de nuestras debilidades o no”. Lo cual es una joya de demagogia y de mala fe.