La pasión de Graziano, por Marco Negrón
Me sospecho que él mismo nunca entendió las razones de su pasión venezolana, pero también me sospecho que es imposible entender las razones, que deben existir, de una pasión. Quizá fue la del descubridor, porque en fin de cuentas eso es lo que fue Graziano Gasparini: el descubridor de ese tesoro, anónimo y modesto, pero de gran dignidad y significado, que es nuestra arquitectura colonial.
Con contadas excepciones, entre las cuales es forzoso mencionar a Möller y Villanueva, en aquellos finales de la década de 1940 nadie parecía tener gran aprecio por ese legado, en parte porque quedaba disminuido frente al esplendor del barroco mexicano o peruano, pero también porque en gran medida Venezuela era todavía el país archipiélago, como lo llamó Pino Iturrieta, y buena parte de él estaba por descubrirse.
Pero esa pasión estuvo asociada y quizá apoyada en otras dos, la del viaje y la del volante: sin la pasión por la carretera habría debido esperar todavía muchos años para descubrir las joyas de Píritu, Clarines, El Pao, la península de Paraguaná, incluso El Tocuyo, a las que sólo era posible acceder por ásperas carreteras engranzonadas o de tierra. Recuerdo cómo en una de nuestras últimas conversaciones, ya superado el umbral de los noventa años, se quejaba porque ya no podía ir manejando a Las Virtudes, su finca en Paraguaná, pues la diabetes que padecía le había insensibilizado la planta de los pies.
Poco tardó el espíritu viajero en encontrar estrecho el espacio venezolano para abrirse hacia el resto de América, tanto meridional como central.
El resultado de esos afanes se plasmó en más de 50 libros e innumerables artículos, pero tampoco eso bastó para colmar su pasión: a la caída de la dictadura perezjimenista asumió la cátedra de Arquitectura Prehispánica y Colonial en la FAU-UCV y en 1963 fundó en la misma FAU el Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, cuyo Boletín se convirtió en una referencia continental; también fundó y dirigió la Dirección de Patrimonio Cultural del CONAC (1974) y fue co-autor de la Ley del Instituto del Patrimonio Cultural.
Lea también: Respiro latinoamericano, por Fernando Rodríguez
No menos importante que la actividad académica fue la profesional, contando en su haber más de 250 intervenciones de conservación y restauración en Venezuela y otros países de la región.
De su vasta bibliografía es necesario destacar algunos títulos, entre ellos el primero que publicó, Templos coloniales de Venezuela, de 1959, que marcará un hito en el país no sólo porque de hecho constituyó una revelación para los venezolanos, que mayoritariamente ignorábamos el valor de ese legado, sino también por la cantidad y rigor de la información aportada. No en vano su formación había ocurrido en aquel Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia donde creció bajo la tutela de Carlo Scarpa, a quien siempre reconoció como su maestro.
Una importancia similar debe atribuirse a La casa colonial venezolana, publicado apenas tres años más tarde. En 1969 publicará, con Juan Pedro Posani, un libro imprescindible: Caracas a través de su arquitectura. Los primeros capítulos de Formación urbana de Venezuela Siglo XVI, de 1991, plantean un importante debate en torno al tema de la retícula, esa constante del poblamiento español en América; sin negar que se tratara de una estrategia del proceso colonizador, a partir de la experiencia de Cholula plantea cómo fue una modalidad ya presente en fase precolombina.
Dos libros más recientes, Escuchar al monumento (2009) y Respetar al monumento (2012), que recogen la reflexión de su larga experiencia como teórico y profesional de la disciplina, muestran cómo, siendo indispensable, el rigor científico no puede actuar al margen de la sensibilidad para entender la obra. Pueden considerarse como la reflexión de la lúcida ancianidad. Lo que se confirma en el último, Arquitectura y no (2016), una ácida crítica a las frivolidades del deconstructivismo arquitectónico y su anacrónico afán pour épater.
Hace seis años Graziano cerraba la presentación de su libro De arquitectura con las palabras siguientes: “Cuando percibo con mayor claridad que se acerca la hora de la despedida, lamentaré no disponer del tiempo para seguir activo en las tantas y tantas áreas que aún esperan por ese alguien que les preste atención…
Toda despedida es un exilio y todo exilio implica abandonar seres queridos, sitios, cosas y problemas que nos acompañaron y pertenecieron… Desprenderse duele, sin embargo, afecta menos cuando, mirando hacia atrás, advierto que uno no se desprende de todo. Deja una obra”.