La pasión por comprender, por Marco Negrón
Twitter: @marconegron
Este octubre falleció Luis Carlos Palacios, «un ejemplar venezolano», como escueta, pero agudamente, lo definió el economista Leonardo Vera en una breve nota necrológica. Aquí aspiramos, tarea nada fácil en una columna efímera, esbozar los rasgos que definieron su notable personalidad.
Su trayectoria vital fue vasta y variada, caracterizada a la vez por la discreción y una infrecuente generosidad intelectual, matizada, sin embargo, por un escepticismo de inocultable estirpe volteriana. Nos conocimos en los años finales de la que creíamos sería la última dictadura venezolana, cuando ingresamos a la Facultad de Arquitectura de la UCV, alojada todavía en el edificio de la Escuela de Ingeniería Eléctrica. Destacó como un estudiante brillante, a la vez inquieto y reflexivo; ya graduado, sus intereses derivaron hacia el urbanismo y más tarde la economía, campos en los cuales hizo relevantes aportes.
Sin renunciar a la observación crítica de sus fundamentos teóricos y sus prácticas, su sensibilidad lo llevó a militar en la izquierda, formando parte del núcleo que, finalizando la década de 1960, condujo a la escisión del PCV y la fundación del Movimiento al Socialismo.
Nunca abandonó del todo la política, pero a partir de entonces centró sus principales esfuerzos en la academia. Al regreso de una estancia de posgrado en Inglaterra, junto a Marta Vallmitjana, Hugo Manzanilla, Raúl Herrera y Alberto Feo, creó en el Instituto de Urbanismo de la UCV la Unidad de Modelos Urbano Ambientales (Umua), pionera en Venezuela en la aplicación al urbanismo de los modelos matemáticos, insuflándole un nuevo aire que lo colocó a la vanguardia en nuestro país y entre los mejores de la región.
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La transformación del Instituto comenzó en 1976, bajo la dirección de Marta, y se consolidó a partir de 1980, cuando Luis Carlos la sucedió. Entonces se publicó el primer número de Urbana, espléndida revista que supo acompañar la calidad de su contenido con un diseño gráfico impecable e innovador y que, pese al descalabro causado por el Socialismo del siglo XXI, en 2007 alcanzó al número 40. También durante su gestión se creó Insurbeca, una de las primeras y más exitosas empresas universitarias, dirigida a llevar a la práctica los hallazgos de la investigación, generando a la vez ingresos propios que permitieran ampliar los siempre mezquinos recursos de los presupuestos universitarios. Ella desarrolló una extensa actividad en las áreas del ordenamiento territorial, diseño y transporte urbanos, el análisis económico y la evaluación de proyectos; entre sus clientes se contaron, entre otros, Pdvsa, el Banco Mundial, Inavi, el Ministerio de Infraestructura, Cametro y diversas alcaldías.
En 1993, a raíz de la victoria de Rafael Caldera en las elecciones presidenciales, formó parte, en representación del MAS, de la comisión de enlace entre el gobierno entrante y el saliente.
En 1994 ocupó la cartera de Fomento y poco después pasó a dirigir Cordiplan; como no había aceptado esas responsabilidades para engordar el currículo, renunció muy pronto porque, como decía en privado, el presidente les hacía más caso a sus amigos, con los que había poca sintonía, que a su ministro.
En 1996, después de una severa crítica a las políticas económicas que estaban sobre la mesa, le proponen volver a Cordiplan. El emisario es su amigo Teodoro Petkoff, pero con singular lucidez le argumenta que, a la luz de su experiencia, más que un técnico, lo que se necesita en ese cargo es un político, sugiriéndole que sea él mismo quien lo asuma; se sentaron así las bases para lanzar la Agenda Venezuela, el exitoso plan de apertura económica y políticas sociales liderado por Teodoro y coordinado por el propio Luis Carlos. Por supuesto, rápidamente fue dejado de lado por el sucesor de Caldera, que en su insensato afán por reescribir la historia, nos trajo al atolladero en que estamos.
Su obra escrita sobre temas urbanos la publicó fundamentalmente en Urbana, centrándose a partir del año 2000 en los temas económicos y petroleros. Al finalizar la década había formulado un sólido diagnóstico de la deriva económica e institucional del sedicente socialismo del siglo XXI, anticipando la insondable crisis que estallaría de allí a poco, arrojando al país a un abismo sin fondo.
La pandemia interpuso distancia física, pero seguimos «conversando» por correo electrónico y WhatsApp. A mediados del año pasado estaba enfrascado en la lectura de El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas, de Cassirer, un libro que consideraba especialmente complejo pero que lo entusiasmaba. Porque, a fin de cuentas, comprender fue su verdadera pasión.
Marco Negrón es arquitecto
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