La Pdvsa rojita explotó por Fernando Rodríguez
El desolador y humeante paisaje de Amuay está todavía lleno de incógnitas que los días deberían ir despejando: el término del fuego y el humo, el supuesto «control» del desastre, el número preciso de víctimas, los inmensos costos materiales, la reanudación de tareas, el real deterioro del vecindario, las medidas compensatorias del gobierno. Y, por cierto, el tiempo de la fuga de gas, las imprevisiones y torpezas, las responsabilidades inmediatas, por acción y omisión.
Pero ya parecen evidentes culpas insoslayables de la empresa «nueva» y «de todos» los venezolanos. Las que señalan los documentos mismos del Ministerio de Energía y Petróleo sobre la falta del mantenimiento rutinario de la refinería, de ésta y de otras menores.
Las denuncias sindicales, del más alto nivel, sobre reiteradas y explícitas advertencias desoídas acerca de los peligros acumulados en la vital instalación, también generalizables a la totalidad de la empresa. La construcción de casas y comercios aledaños sin precaución alguna.
Todo lo cual implica a los más altos niveles de dirección de Pdvsa. Y, sobre todo, a su omnipoderoso presidente, Rafael Ramírez. Alguien tendría que explicar estas anomalías y algún poder debería impedir que quedaran impunes cadáveres sin redención y devastados utensilios valiosísimos para la salud económica nacional.
Pero si nos alejamos del tétrico paisaje encontraremos las causas más decisivas y permanentes de éste. No podía no tener consecuencias la expulsión, draconiano castigo político, de 20.000 expertos, millones de años de formación y experiencia, para sustituirlos y multiplicarlos por improvisados conmilitones sin luces. Hasta hacerla «roja rojita», como se ufanó Ramírez en un delirio de irresponsabilidad.
Como tampoco fue una bagatela el haber convertido una empresa altamente especializada en uno de los más sofisticados quehaceres productivos de una tienda por departamentos que vende pollos, hace casas, funge de educadora, repara paseos capitalinos y hace negocios turbios como el nunca bien ponderado, y mucho menos sancionado Pedeval o el inolvidable maletín de Antonini.
Como se sabe, el presidente Chávez en hora difícil decidió construir un Estado paralelo bajo su propio y único mandato, con sus gentes y los votos de sus gentes, que llamó misiones. Para hacerlas funcionar necesitaba una caja jugosa de uso personal y sin pesados trámites y no encontró nada más funcional que la gallina de los huevos de oro, Pdvsa, que le suministraría lo que fuese menester para hacer lo que le viniera en gana.
Ese engendro chavista fue el que explotó en Amuay, esperable resultado y símbolo estridente. Pero en el camino hay aumento desmesurado de personal, rebaja sustancial de la producción, endeudamiento sin mesura, falta de inversiones y actualización, corrupción como monte, rechazo del mérito y el saber. Y la siniestra mano depredadora de la autocracia y el populismo, el mismísimo Chávez.
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