La pelea es peleando, por Teodoro Petkoff
Una cosa que desde siempre había que tener clara es que esta brega contra el chavismo no es una carrera de velocidad sino un maratón, con obstáculos. La razón es sencilla: la correlación de fuerzas ha favorecido, desde 1999 hasta hoy, a Chávez. Esto impide resultados fulminantes en la lucha.
Pero esa correlación ha ido cambiando gracias al incansable esfuerzo de esa mitad del país que en condiciones extremadamente desfavorables jamás se ha rendido y, en general, salvo una excepción (las parlamentarias del 2005 y su secuela municipal), jamás ha cedido (o ganado) un espacio sin pelear. De este modo, las fuerzas, en términos electorales, se han ido emparejando. A partir de 2007 la oposición no ha dejado de crecer.
En las elecciones de 2007, 2008, 2009 y 2010, después de haber perdido todas las anteriores, se ganaron dos y se perdieron dos, pero en todos los casos el margen fue estrecho y ambas fuerzas se movieron en torno al 50% de los votantes. La alternativa democrática subió de su 38%-40% tradicional al 50% y el chavismo bajó de su 60% y pico también al 50%.
Se avanzó, pues. En la reciente elección presidencial, el chavismo, que alcanzó 55% de la votación, bajó del 67% con que Chávez derrotó a Manuel Rosales en tanto que la alternativa democrática subió,con respecto a aquella elección, del 38% al 45%, sumando a su causa 1 millón 300 mil venezolanos más, contra los 700 mil que aumentó Chávez.Se perdió, cierto es, pero dando un muy largo paso de avance en el sentido de alcanzar nuevos espacios sociales y políticos. Seis millones 600 mil votos no son concha de ajos, a los cuales se les puedan imponer impunemente las políticas del chavismo. Se trata de una gran fuerza, que debe medir adecuadamente sus logros, a fin de no dejarse ganar por la frustración y el desánimo.
Ahora vienen las elecciones para gobernadores y consejos legislativos. Si los 6,5 millones de Capriles asumen el reto de las gobernaciones, venciendo la frustración y el desánimo, saliendo a la arena electoral con el mismo empuje y entusiasmo del 7 de octubre, la alternativa democrática no sólo ganaría en los ocho estados que hoy gobierna sino que podría añadir algunas otras victorias.
Es decir, continuaría ampliando su capacidad de lucha. ¿Importa o es indiferente contar o no con tantas gobernaciones como den los votos? Construir una muralla de gobernaciones democráticas importa hoy más que nunca porque los planes de Chávez, con sus delirios utópicos sobre el poder comunal, producirán, de no ser contrarrestados, un verdadero caos en la vida nacional, amenazando el propio modo de vida de ricos y pobres. Contar con esos puntos de apoyo regional, sumados a la considerable fuerza parlamentaria democrática, eleva, sin duda, la capacidad de combate y permite reforzar la inexorable marcha hacia la derrota final de Chávez.
De allí que una abstención masiva, que muchos anuncian e incluso promueven, sería un verdadero suicidio. El gobierno estaría en capacidad de ganar todas las gobernaciones, lo cual sería un verdadero desastre. Retrocederíamos una enormidad y el chavismo lograría afianzar su fuerza en la estructura misma de la sociedad, condenando a sus adversarios casi a la impotencia. Hay que escoger: pararse y salir de nuevo a fajarse o quedarse sentado en la esquina, tirando la toalla.
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