La permanente lucha política desde 1830, por Rafael A. Sanabria M.
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A diario se dice a la ligera que lo que se vive en Venezuela es incompresible y que la gente no haya en quien creer porque, según las mismas versiones, todos mienten. Pero sería interesante hacer una revisión exhaustiva de la historia para encontrar las respuestas del presente. La historia no engaña, la historia nos señala en qué hemos avanzado y en qué nos hemos quedado estancados.
El poder ha sido la mayor preocupación de los líderes en Venezuela, éste ha ocasionado demasiadas uniones y traiciones en nuestro país. Confrontarse entre miembros de distintas corrientes del pensamiento no es cuestión nueva. Al igual que evidenciarse fracturas entre integrantes de nuevas corrientes tampoco es algo novedoso. Seguimos actuando como los de ayer, creando escenarios propicios para ver como se alcanza el poder.
Desde 1830, el proceso político fue de pugnas entre los caudillos de la guerra de independencia que representaron a los grupos políticos antagónicos. Estas pugnas se resolvieron a menudo por medio de las armas.
Las guerras civiles provocadas por esta rivalidad constituyen rasgo característico del período agropecuario. Se cuentan por decenas los alzamientos, golpes de cuartel, asonadas y guerras civiles que padeció nuestro país hasta los comienzos del siglo XX. Todas ellas minadas por sonoras consignas que, en muchos casos, recogían sentidas aspiraciones populares, pero al final solo sirvieron para entronizar caudillos que traicionaron repetidas veces a las masas que los siguieron y ayudaron a llevar al poder.
Las guerras civiles han sido el signo más dramático de la inestabilidad política de Venezuela y la causa principal de la ruina del país, de la miseria y la despoblación. Casi todas estas convulsiones civiles han ostentado el nombre de «revolución». Sin embargo, ninguno de estos movimientos tuvo contenido revolucionario propiamente dicho. Sirvieron para cambiar el régimen o, más propiamente, al caudillo de turno, pero sin tocar la estructura económica del país, ni cambiar el sistema semifeudal que imperó durante toda la etapa.
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Estos movimientos si bien no cambiaron la estructura, si tuvieron un contenido político bien definido, por cuanto reflejan la oposición de intereses de grupos sociales. A través de estas luchas se fueron definiendo las dos tendencias políticas fundamentales de nuestro proceso, a saber: Federalismo y Centralismo.
Es decir que la evolución política ha sido lenta, mientras la evolución social ha caminado a pasitrote. El poder se ejerce en forma presidencial, autoritariamente, aunque las constituciones hayan delimitado siempre las facultades del presidente del ejecutivo.
La teoría sociológica –prácticamente una teoría política sobre las características del poder– conocida con el nombre del «gendarme necesario» no fue una invención caprichosa de Vallenilla Lanz, sino conformación a la realidad histórica del país. ¿Acaso Bolívar, Páez, Monagas, Falcón, Guzmán Blanco, Castro y Gómez no son una comprobación?
El criterio de los hombres fuertes fue el de que la energía era el único elemento para gobernar un pueblo como Venezuela. Toda la energía gastada en el siglo XIX y las primeras décadas del XX no ha bastado, sin embargo para crear un poder político estable, lo cual indica que justamente con las energías se requieren otras virtudes, como la moral y la bondad humana. Si en los siglos XIX y XX se hubiesen unido esas cualidades –energía, moral y bondad– en un gobernante, no habría existido una dictadura política en el tiempo histórico venezolano.
En los actuales momentos nuestros lideres a pesar de estos antecedentes históricos siguen anclados en su afán por el poder y no corrigen, de allí que la historia se vuelva a presentar con los mismos elementos aunque en contextos y personajes diferentes. Nada nos puede extrañar de los actuales actores del poder, pues simplemente dan respuesta a su legado heredado. Nada puede extrañarnos que los grupos políticos creen sus pequeños caudillos, se dividan y ataquen unos a otros. Esa es nuestra repetitiva historia.
¿Han desaparecido los caudillos? ¿Han desparecido las élites de casta? O la historia se sigue repitiendo en las nuevas generaciones de líderes nacionales. ¡Discriminemos! Si no seguiremos atados con en el mismo nudo histórico de 1830.
Nos toca a nosotros revisar y rectificar para avanzar.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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