La picaresca, por Gisela Ortega
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Las obras literarias ayudan al ser humano a proyectarse en cualquier ámbito, muestra una realidad oculta de la sociedad. La literatura tiene una razón y raigambre psicológicas, de allí que, para determinar el origen de un género literario, haya que inquirir, estudiar y analizar el medio psíquico que lo engendra, le da vida, la nutre y la justifica.
La novela picaresca, surgió como crítica, por un lado, de las instituciones degradadas de la España Imperial, y por otro, de las narraciones idealizadoras del Renacimiento, epopeyas, libros de caballerías, etc. El fuerte contraste de valores entre los distintos estamentos sociales de la España de la época, -de Felipe III y de Felipe V-, género como repuesta irónica, las llamadas “antinovelas”, obras de carácter anti heroico, que mostraban lo sórdido del momento histórico, las preferencias de los hidalgos empobrecidos; los falsos religiosos, los conversos marginados. Todos estos personajes se contraponían al ideal de los caballeros y burgueses enriquecidos, quienes vivían en una realidad muy distinta.
El género picaresco, como manera de creación literaria, constituye síntoma, voz y exponente del espíritu nacional de una época en que el caballero, el cruzado y el místico han tenido que ceder paso a la figura del pícaro, representativa de ambientes degenerados, en los que se llega a alcanzar proporciones de héroes.
Como tipo humano prolifera en todos los niveles; se tornan picarescas las actuaciones y las intenciones llenas de picardía: Murillo lo lleva a sus lienzos y adquiere forma literaria definitiva en el “Lazarillo de Tormes”, que con un penetrante análisis psicológico y con un tono narrativo muy directo, inicia magistralmente la novela picaresca del Siglo XVI, cuenta la historia de un niño humilde, que tras haber quedado huérfano, debe enfrentarse a disimiles circunstancias de la vida, y entre fortunas y adversidades, logra sobrevivir. La caracterizan: su ambiente realista, su estilo satírico, flagelante, de puras negaciones, que va deteriorando y desmoronando las categorías sociales y los oficios volviéndolos miseria, farsa, vanidad e intriga. A partir del Lazarillo, las novelas picarescas adoptan una forma consagrada: la autobiografía. El personaje habla en primera persona y narra su ascendencia, su educación, sus primeros pasos, el fluir de su vida, condicionada constantemente por el medio hostil. Del tipo del Lazarillo, se pasa a la compleja figura de “Guzmán de Alfarache”, 1599, amargo, desengañado, pero frente a cuyos pecados y aventuras surgen y adquieren importancia una enseñanza y una influencia moralizante.
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La alegría, la superficialidad y la ligereza, características de una vida picaresca, se vuelven vida mísera y trágica, con Quevedo quien, en la “Vida del Buscón don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños”, esboza ciertos complejos, -que asoman y afloran en algunos, también hoy- como el de la falta de dignidad, en combinación con verdaderos actos de vileza y de bajeza.
Los grandes defectos colectivos, intolerancia, desidia, soberbia, petulancia, los presenta Cervantes sin veneno, con un estimulante llamado a la enmienda. Pero, aunque el optimismo domina en “El Quijote”, no deja de reflejar la degeneración de la época: “Agora, -dice el Ingenioso Hidalgo- ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas”.
No es peregrino pensar en ello ahora; no es de extrañar que lo rememoremos y los sintamos realidad actual, plena vigencia. En efecto, nuestro medio psicológico parece producir y nutrir lo picaresco en su acepción de lo gracioso, burlesco y festivo, pero también en la más grave de profesión de pícaros y pícaros de profesión. El espíritu nacional que nos imbuye, informa y uniforma mantiene viva la picardía: no tanto la que es burla inocente o travesura, como la que encierra ruindad, engaño, astucia y disimula en el decir o hacer las cosas.
El pícaro de antes, lleno de ingenio, simpático y truhán, ha dado paso, ahora, al pícaro que es bajo, ruin, falto de honra, carente de vergüenza, taimado, dañoso y malicioso. Las pillerías de baja monta y las raterías de ayer, se transforman en dolo, fraude y corrupción entronizados en todos los órdenes.
El tono moralizante que brotaba antaño en la picaresca, ha sido sustituido, hoy, por la desmoralización, se anteponen las críticas a los castigos; piensan algunos que hay que ser pícaro para llegar a algo, tener éxito y alcanzar ser alguien; hay quienes creen gente importante a ciertos picaros redomados que simulan ser muy respetables y, haciendo uso de malos hábitos y poniendo en práctica malas costumbres, picardean.
Son todos síntomas, -no ya de un género literario- sino de un alarmante, creciente y aceptado estilo de vida.
Gisela Ortega es periodista.
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