La piel de Arreaza, por Gregorio Salazar
@goyosalazar
En la cúspide del poder y con la exclusividad de la toma de decisiones sobre la vida y bienes de los cerca de treinta millones de mortales que sobrevivimos en este país no habrá más de siete personas. Pudiéramos reducir el cálculo a cinco voluntades si consideramos que entre Cilia y Maduro se puede suponer univocidad, como seguramente la habrá entre Jorge Rodríguez y su impar hermana menor.
Maduro, Cabello, Padrino, Tareck El Aissami y Rodríguez, cuyas vidas, obras y milagros conocemos sobradamente son, salvo prueba en contrario, estas cinco barajitas tan gastadas y astrosas como las de Rinconete y Cortadillo, aquellos pícaros cervantinos que desplumaban incautos bajo la tutela de su jefe Monipodio, que en nuestra feria viene a ser de origen cubano.
Ahora que el lapso para lograr el cese a la usurpación, primer paso de la ruta Guaidó, parece ralentizarse tras el resultado de los debates en el Grupo de Lima y la ONU la estrategia deberá redoblar esfuerzos en seguirle creando fisuras al bloque de poder, cuyo avance tendría que darse en forma ascendente, como viene produciéndose en el seno de las fuerzas armadas, donde más de 500 uniformados han cruzado la frontera hacia territorio colombiano, aparte de los que se han ido sin pedir la baja ni declarar su reconocimiento a Guaidó.
En materia de retrocesos, aperturas a opciones democráticas o deserciones poco cabe esperar, obviamente, del referido quinteto del poder, cuya cerrazón y empecinamiento va en proporción directamente proporcional al riesgo en que ven su pellejo, sobre todo cuando las acusaciones que desde hace tiempo vienen cayendo sobre ellos incluye delitos de corrupción, narcotráfico y de lesa humanidad, que en el más reciente caso de los mortales ataques contra el pueblo Pemón toma visos de genocidio.
Por muy blindada que pretenda exhibirse la cúpula roja seguirá arrinconada y perdiendo espacios. Aislada por el mundo democrático y con cada vez menos margen de maniobra en el campo económico, tanto para resolver la hecatombe inflacionaria y recuperar la producción como para seguir comprando voluntades y atender prioritariamente el esquema de reparto de alimentos a través de los CLAP.
Pero sí hay un aspecto en lo personal en que ese primer círculo del poder está en una oposición más cómoda, si cabe el término, que otros personeros de su entorno inmediato que, sin ser una de las piezas decisorias, realizan tareas o misiones en defensa de la “revolución” y deben hacerlo nada menos y nada más que ante los organismos de la comunidad internacional, donde se les espeta el desconocimiento al gobierno que dicen representar y reciben expresiones de repudio.
Ese el caso precisamente del canciller Jorge Arreaza, otro de esos naipes gastados y descoloridos de los cuales los jefazos echan mano a conveniencia desde para fijar el precio de los huevos o dar la cara nada menos que ante el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU por un régimen que ha sido reprobado de manera tan espantosa en esa asignatura.
La última reunión de ese Consejo en Ginebra fue escenario del abandono de la sala por una veintena de delegaciones que se negaron a escuchar la exposición de Arreaza, quien días antes en Nueva York había tenido la osadía de aseverar que los muertos y decenas de heridos ocasionados entre indígenas del pueblo Pemón en los sucesos de Santa Elena de Uairén eran un “falso positivo”.
Convengamos que Arreaza al mismo estilo que el cogollo de la aristocracia roja-rojita se pasa el switch, hace abstracción del mundo real y descarga desde detrás del micrófono cualquier absurdo, cualquier ficción, pero no es lo mismo hacerlo desde Caracas, como lo hace aquí el ministro Rodríguez, el rey de los falsos positivos, a tener que hacerlo frente a gente de carne y hueso que lo encara, lo señala, lo acusa y le expresa su condena.
¿De qué tendrá la piel el canciller Arreaza? No será de elefante ni de rinoceronte. Como yerno del finado caudillo se le ha concedido como un derecho adquirido una pequeña y sempiterna cuota más representativa que de verdadero poder. Hasta allí. Pero hay algo que, por ahora, lo diferencia de los cabezas del régimen: no tiene acusaciones de corruptelas de marca mayor, ni de narcotráfico ni ha ordenado excesos represivos. Una ventaja sin duda cuando se forma parte de un régimen en estertores que verá llegar, más temprano que tarde, la acción de la justicia internacional. Pensamientos que más de una vez le habrán cruzado por la mente en la lejanía y la soledad de las noches del hotel.