La política de acuerdo y la unidad que trasciende ideologías, por Luis E. Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
La historia puede mostrarnos lo interesante de las relaciones políticas entre partidarios y militantes de organizaciones políticas iguales o diferentes. En ambos casos, la democracia se ha consolidado gracias al marco de unas relaciones saludables, sin engaños, ni mucho menos sentimientos de menosprecio o de superioridad.
En lo particular, he sido muy admirador de muchas relaciones sostenidas por grandes de la política, sobre todo la de dos luego de la segunda Guerra Mundial: Konrad Adenauer y Willy Brand. Dos visiones que consolidaron a una misma Alemania.
Fueron políticos que representaban a dos generaciones y dos visiones diferentes para el futuro de ese país.
Adenauer era miembro de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y asumió la cancillería de la República Federal Alemana (RFA) en 1949, cuando el país estaba en ruinas después de la Segunda Guerra Mundial y dividido en dos por la Guerra Fría. Uno de los logros más significativos de su incansable gestión, fue su política de reconciliación con las potencias aliadas, sembrando con ello su futura posición en el escenario internacional.
Por su parte, Willy Brand, líder del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y representó una visión más abierta y orientada al cambio y la reconciliación en la política alemana de la posguerra. Al igual que Adenauer, se convirtió en canciller de la RFA, pero en 1969. De él me ha llamado la atención la insistente búsqueda por mejorar las relaciones con la República Democrática Alemana (RDA) y otros países del bloque oriental.
Ambos líderes, nunca se negaron a sostener una conversación franca y política. No estoy en capacidad de afirmar que eran amigos. Primero porque no soy un estudioso a profundidad de las relaciones entre ambos y, en segundo término, porque no tuve como corroborarlo, ni por textos autorizados y mucho menos, como es evidente, por mi cuenta.
Lo que si pude presenciar fue un momento que me hizo concluir que más allá de una rivalidad o relación política. Un instante que servía para destacar que, en América Latina, también se hacía como aquellos dos políticos de la posguerra.
En un modesto restaurante, en Santiago de Chile, pude ver una mesa donde estaban dos personas en amena conversación. Eran los expresidentes Patricio Aylwin (Democracia Cristiana de Chile) y Ricardo Lagos (Partido Socialista de Chile).
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Aylwin y Lagos comenzaron sus carreras políticas en un contexto de dictadura militar bajo el régimen de Augusto Pinochet. El primero, a pesar de pertenecer al partido socialcristiano, fue fundamental en la formación de la Concertación, una coalición de partidos de centroizquierda comprometida con la restauración de la democracia. Por su parte, el segundo contribuyó desde diversos roles en la oposición, demostrando su compromiso con los principios democráticos y de justicia social.
Esos dos, que para mí lucían, en ese momento, como dos buenos amigos, no solo hicieron lo que muchos saben sobre la Concertación chilena, sino que trabajaron juntos para mantener la estabilidad política y el crecimiento económico, mientras fueron presidentes en sus respectivos periodos; dejando un legado duradero en la historia política de Chile y de toda América Latina.
Más allá de sus posiciones o tendencias ideológicas, ambos entendieron que por encima de ellos se encontraba el rescate de la democracia y luego la transformación de Chile en un país democrático y próspero después de años de dictadura.
Lo que significaba que, en ese preciso momento, en medio de una comida, estaba observando el cómo la Concertación estaba por encima de una Unidad, viéndolo desde sus significados.
La Concertación estaba allí, en una mesa contigua a la nuestra, dos personas se pusieron de acuerdo –y seguían haciéndolo, por lo visto– para alcanzar objetivos políticos. No aspiraban una Unidad donde todo se mantiene sin posibilidades de dividirse, sin alterarse o destruirse. Sabían que la primera era más versátil que la rigidez de la segunda.
Hoy en día pienso mucho sobre esa virtud, esa propiedad de indivisibilidad que posee la Unidad y que no se evidenciaba en las acciones de sus integrantes. En cambio, la Concertación tenía a dos columnas vertebrales en tiempos de Pinochet, dos faros que aclaraban el camino al ponerse de acuerdo y que trabajaban por una política de trascendencia.
Hoy pienso en esa escena del restaurante chileno, mientras reviso una declaración de un político en Venezuela que sentencia: «…lo que va a pasar el 22 de octubre, con la participación masiva de venezolanos, es que van a decidir la Unidad que los políticos no hemos podido lograr. La Unidad, se hará con el voto de la gente.»
Esa declaración luce como un reconocimiento –además de dejar la tarea a otros– de que aquella Unidad, hasta que la dejaron sucumbir, descansaba sobre los hombros de unas 5 o 6 personas y no de todos alrededor de un acuerdo, y que, además, todavía queda mucho camino para emular a esos expresidentes.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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