La política de Sansón, por Teodoro Petkoff

Ayer se hizo circular la noticia de un control de cambio más o menos inminente. Como es natural, tal especie generó una corrida sobre el dólar, que obligó al Banco Central a una fuerte intervención para impedir que la tasa de cambio se desbocara aún más velozmente. Cabe presumir que en los próximos días podría mantenerse una fuerte demanda de dólares y, en consecuencia, una intensa presión sobre la tasa de cambio. Tal noticia fue colocada en órbita sin fundamento alguno. Cuánto daño puede causar al país, no a Chávez, ya lo veremos. Pero esto nos obliga a insistir sobre el tema de la necesidad de una política que dé coherencia y un norte preciso a una oposición que está, paradójicamente, por su propio crecimiento, en el umbral de la impotencia. Si los distintos segmentos opositores no se reconocen en una línea de conducta definida y común, estaríamos ante el peligro de que se vayan deshilachando y atomizando en iniciativas fragmentarias, sin destino, como el famoso «trancazo», o en posturas irresponsables como esta bola del control de cambio, que se asemejan demasiado a algo que, a falta de un nombre mejor, podríamos denominar «la política de Sansón».
El pasaje bíblico es suficientemente conocido. Sansón derribó el templo, haciendo morir bajo sus ruinas a todos sus enemigos. Sólo que el gigante forzudo también murió aplastado. Jugar al caos puede ser muy peligroso porque todos podemos jodernos. En 1948, Copei y URD pensaron que podían ser beneficiarios de un golpe militar contra los adecos. El golpe lo dio Pérez Jiménez y copeyanos y urredistas terminaron acompañando a los adecos y los comunistas en las cárceles y la clandestinidad. En Chile, la democracia cristiana llegó a pensar también que un golpe militar podía favorecerla. Se equivocó con Pinochet. Aquí y ahora hay quienes piensan que un golpe militar es la salida y trabajan para eso, manipulando nuevamente la desesperación de buena parte de la población y tratando de empujarla a acciones provocadoras e insensatas, que terminan por volverse contra sus patrocinadores y favorecer al gobierno, como fue el caso del «trancazo».
Mientras la amenaza del golpe se mantiene como una peligrosa alternativa, ¿cuál es, en cambio, la política de quienes rechazan esa opción y se proclaman demócratas? No existe todavía. Se ha hablado sucesivamente de referendo consultivo, de enmienda constitucional, de adelanto de elecciones, de desobediencia civil. Ninguna de estas ideas ha prosperado, pues ni siquiera sus promotores han trabajado seriamente para concretarlas. Pero si no queremos que el país quede atrapado entre un gobierno incompetente y corrupto y una oposición fofa, que, por lo mismo, pudiera alimentar una aventura golpista, es indispensable presentar en breve plazo una línea de conducta alternativa viable y, por tanto, creíble. Este es el desafío que tienen ante sí las fuerzas democráticas.