La política no es un flayer, por Simón García
Twitter: @garciasim
En pandemia la comunicación presencial es un riesgo. Su disminución por encierro social y su desplazamiento por las redes crea un déficit y un vacío. El primero es hoy imposible de cubrir. El segundo se supera momentáneamente cada vez que un candidato da un abrazo, cauteloso y aún bajo el estereotipo populista, a un vecino que agazapa su indiferencia o su rabia. Entonces, estalla inadvertida, una energía luminosa que por segundos saca, de las brasas del adentro, un resquicio de esperanza. El candidato pasa y la gente queda, entre su silencio y sus angustias; con una fugaz sensación de calidez.
No hay campaña en las redes que prospere sin asidero en los sentimientos y emociones de quienes se sienten excluidos por dirigentes que los abandonan.
Tenemos una política llena de ausencias humanas y huecas para atender necesidades que nacen de la lucha por ganarle a la pandemia, a las crisis subhumanitarias y al empeño gubernamental de proteger a los integrantes de su alta plana, a costa de que las hogueras de las crisis consuman al país que arde debajo de ellos.
La élite gubernamental debería pensar en una desatendida afirmación de Platón: «Si los gobernantes fueran hombres de bien, maniobrarían para escapar del poder como ahora se maniobra para alcanzarlo». No lo alcanzó a pensar Pérez Jiménez, quien se fue cuando chocó con la fatal inminencia de que «pescuezo no retoña». Esta es la piedra que parece querer eludir Maduro cuando realiza gestos controlados de reformar condiciones que hagan más transparentes y competitivas las cuatro elecciones que tendrán lugar en noviembre.
Por su parte, la oposición del G4, atrapada en el dogma de que nada está resuelto hasta que todo esté resuelto, demora en definir una decisión sobre su participación electoral, lo que sumaría a la presión internacional un claro estímulo a la negociación de una salida pacífica y electoral al conflicto de poder.
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Para ensanchar la ruta hacia la recuperación democrática, desde condiciones autoritarias que no van a cambiar sin algo que ganar, hay que cambiar el esquema de enfrentamiento entre enemigos por uno de confrontación entre adversarios.
Una opción que supone cuatro cosas: 1) capacidad para pasar de página, a pesar de las facturas, 2) reconocer derechos del otro y honrarlos mutuamente, 3) disposición a convivir bajo el marco de la Constitución nacional, 4) que la fuente de legitimidad de ambos se desplace a la calidad de sus aportes a la institucionalización, el combate a la pandemia y al acuerdo para refundar a la nación.
Esto implica tener, en el campo de la oposición, una actitud de diálogo, aproximación y unión entre sus diversas expresiones, al margen de sus tamaños y de sus diferencias. El contrato electoral para el 21 de noviembre debe reducir las líneas rojas y suspender las segregaciones por desacuerdos en las estrategias.
Al mantener la lucha por nuevas mejoras en las condiciones electorales, hay que recrear la confianza de la gente en el voto y en la democracia. Para pasar de las decisiones por minoría a la participación de las mayorías, son necesarios tres impulsos: 1) Descentralizar las decisiones sobre candidaturas, 2) Asegurar candidaturas de dirigentes sociales, de hombres y mujeres que inicien una rotación de élites y 3) centrarse en soluciones a las necesidades vitales y la incorporación de las fuerzas de la innovación regional y local. Esas son las primeras bases para un consenso virtuoso.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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