La potencia bufa por Fernando Rodríguez
En el programa del candidato de la patria se establece que en «La próxima década, Venezuela debe consolidarse como país potencia en el plano regional y universal»; «En el próximo período de Gobierno bolivariano y socialista lograremos el objetivo de desencadenar toda la potencia de la Patria de Simón Bolívar…»
Esto de potencia se refiere a todos los órdenes: económico, político, militar, social como se desglosa en el documento, por demás bastante insólito como era de suponer.
Pero por lo pronto suena curioso que un programa socialista, igualitario por tanto, utilice una palabra tan prepotente y avasalladora como esa de potencia que indica, por naturaleza, desigualdad, superioridad sobre los frágiles, con olor a imperio.
Quizás sea un patente ejemplo de cómo chocan los carritos en el laberinto mental de Chávez, en este caso el manifiesto destino de grandeza que nos legó Simón Bolívar, en versión cuartelera y fascistoide, con la de un mundo sin poderosos, que implica depauperados, «ser rico es malo», propio del socialismo de todos los colores, al menos y casi siempre declarativamente.
Y además de disparatada no deja de ser risible y muy cursi por aquello de los ratones rugiendo o de las magras nalgas de las cucarachas. Dos datos calienticos nos pueden aclarar al respecto.
Como quiera que todo lo que dice Chacumbele genera metástasis en el cerebro de sus obispos y párrocos ya salió el ministro del deporte (o como se llame la entidad) a decir, a propósito de nuestra actuación en los juegos olímpicos londinenses, que ésta demuestra que «estamos hechos para lo grande» y que el deporte bolivariano supera mil (1.000) veces el del triste pasado prechavista.
Me imagino que lo central de este desplante de grandeza bolivariana proviene, más allá de algunos adelantos saludables y limitados, de la rutilante y muy meritoria medalla de oro de Rubén Limardo.
Todos hemos celebrado la actuación del esforzado y estupendo esgrimista, pero traducido al lenguaje de gran potencia en pleno desarrollo resulta una necedad. Si las cosas siguen como han venido siendo nuestra próxima medalla la ganaríamos en el dos mil cincuenta y siete, lo que haría casi un siglo para tres de los preciados laureles que las potencias de verdad suelen ganar en veinticuatro horas de alguna olimpiada.
Esta odiosa comparación pudiera servir como un buen ejercicio de realismo y humildad y un acicate para darnos cuenta de lo perdido que andamos en el globo, producto de políticas tan desastrosas y pedantes como las del gran hablador de la comarca.
Y para quedarnos en los aires del día podríamos tomar otra presea muy significativa, la que nos coloca con el índice económico mundial del Big Mac más caro del mundo, casi el doble del de los gringos, la casa matriz, y el triple de los cuates mexicanos. Este primer lugar sí indica nuestras miserias presentes: una hiperbólica inflación, un bolívar sobrevaluado y una economía vuelta leña, deschavetada la producción nacional y sumisa a las exportaciones de potencias y hasta de países majunches. Lo cual nos debería impedir ser demasiado solemnes y pendejos.
La verdad es que más vale oír a Capriles que nos propone multiplicar las escuelas, arreglar los hospitales, bajar los niveles de delincuencia, tapar los huecos de las calles y carreteras, reactivar la productividad y otras bagatelas con menos fanfarrias y farolas bolivarianas, pero más humanamente válidas y necesarias.
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