La primera guerra global, por Fernando Mires
Dicho en modo de hipótesis: No estamos probablemente frente a una tercera guerra mundial sino frente a la primera guerra global de la historia. La diferencia sería la siguiente. Mientras en las dos guerras mundiales hasta ahora conocidas eran enfrentadas potencias que, escalando generaban nuevos conflictos bélicos, una guerra global –para expresarlo de modo tautológico – «engloba» (integra, articula) a conflictos previamente establecidos, algunos de ellos, de larga data.
La globalización –tanto en lo económico, en lo cultural, en lo político– al serlo, conecta la historia de diferentes naciones entre sí, de modo que los procesos nacionales o regionales, si bien no desaparecen, son atraídos magnéticamente por el «agujero negro» de una globalidad que los sobredetermina.
Por cierto, antes de que la humanidad fuera consciente de su globalización, existían sobredeterminaciones globales en diversos niveles de la vida. No sin razón los primeros ecologistas decían que «el vuelo de una mariposa puede alterar el orden del universo». Hoy podemos agregar, «una guerra local, como tantas hubo en el pasado, puede convertirse rápidamente en un fenómeno global». La guerra en Ucrania, para usar un ejemplo, o la guerra entre el Hamas e Israel, para usar otro. En el pasado ambas habrían sido vistas como dos guerras diferentes, y a ellas le habríamos prestado solo mediana atención. Hoy, sin embargo, podemos considerarlas como dos frentes de una sola guerra, convertida en global por la interdependencia globalizada del mundo que habitamos.
Continuidad y discontinuidad histórica
Pensemos en Ucrania. Para explicarnos la guerra en Ucrania podemos recurrir a dos métodos. Uno a-histórico, otro histórico. O lo que es parecido: o considerarla como un hecho aislado o como parte de un proceso global.
De acuerdo al primer método, la escuela realista norteamericana (Mearsheimer, Kissinger, etc.) siguiendo la lógica mecánica de causa-efecto, dictaminó que la guerra había sido una respuesta de Rusia frente a la expansión de la OTAN, conclusión que hizo suya Putin al declarar que la invasión a Ucrania había sido solo un acto defensivo frente a la expansión militar de Occidente. Está de más agregar que, por lo elemental, se trataba de una deducción fácil de ser asimilada por mentes políticas simples, entre ellas la del propio papa Francisco.
La deducción histórica o procesal precisa en cambio de un pensamiento más complejo, además de ciertos conocimientos históricos. Pues si analizamos en retrospectiva la guerra en Ucrania veremos que la invasión de 2022 no fue sino una más en una larguísima cadena de invasiones llevadas a cabo por Rusia, un eslabón que nos permite ver a la historia rusa como la de un país en permanente expansión territorial.
Considerar la guerra a Ucrania como un fenómeno «nuevo» obedece a una razón más ideológica que histórica. Tiene que ver con el hecho de que el régimen de Putin es evaluado, generalmente, como diferente al que imperó hasta 1989-1990.
Pero eso pasa por alto que los hechos históricos, aún los más rupturistas, mantienen cierta continuidad con el pasado de donde provienen.
Gorbachov, por ejemplo, es hoy visto como el líder democrático que rompió con el legado comunista. Sin embargo, no fue así. Gorbachov, leninista convencido, siempre se opuso a la liberación de las naciones subyugadas por el imperio soviético. Tampoco podemos olvidar que durante Yelzin tuvieron lugar las guerras a Chechenia y que los vínculos del presidente ruso con la Serbia de Milosevic fueron muy estrechos.
Putin, en muchos puntos, mantuvo la ruptura pero también la continuidad con el pasado imperial soviético. Así, si hay una relación de continuidad entre el imperio zarista y el estalinista, también hay una entre el imperio soviético y el que hoy intenta restaurar Putin. Las diferencias ideológicas no son siempre diferencias históricas
Pasando deliberadamente por alto las diferencias ideológicas, tres analistas ucranianos (Anastasia Fedyk, Yuriy Gorodnichenko, Ilona Sologoub) han hecho un recuento imperial de la Rusia moderna, tanto comunista como putinista. Citemos: “Lo que Rusia describe como guerras civiles fueron, de hecho, ataques rusos contra estados independientes recién surgidos. Después de 1917, la Rusia soviética atacó Polonia en 1919-21, Ucrania en 1918-22, Bielorrusia en 1918-20 y Georgia en 1921. Después de 1991, Rusia atacó Moldavia en 1992, Georgia en 1993 y 2008, y Chechenia en 1994 y 1999. Intentó atacar Ucrania en 1994 y 2003, a la que invadió en 2014 y 2022”.
*Lea también: Varios frentes, una sola guerra, por Fernando Mires
Más allá de sus límites, en el Oriente Medio, el imperio soviético y el putinista también instalaron posesiones. El socialismo estatista y pan-arabista de Nasser en los años sesenta, la llegada al poder de dictaduras como las de Gadafi en Lybia y las del partido Baath (socialista) en el Irak de Hussein y en la Siria de al Assad padre, no habrían sido posible sin el concurso del imperio soviético. Putin solo continuó la obra de sus antecesores, cometiendo un horroroso genocidio en Siria. Ciudades mártires como Alepo y Homs fueron antecedentes de las ucranianas masacradas por las tropas de Putin (Mariupol, Bucha, entre tantas).
Cuando Putin decidió invadir a Ucrania en el 2022, imaginó seguramente que esta vez iba a contar con la misma indiferencia con que habían contado los asaltos imperiales de sus antecesores. Tarde entendería que Ucrania ya era una nación política y jurídicamente constituida, miembro de la globalización democrática mundial. Destaco aquí la palabra democrática.
Siguiendo a Samuel Huntington, las democracias surgidas después del colapso del comunismo fueron antecedidas por la democratización del sur europeo, y coincidieron en el tiempo con el fin de las dictaduras sudamericanas del cono sur. Una ola gigantesca que hizo creer a muchos que, si no al fin hegeliano de la historia proclamado por Fukuyama, asistíamos al comienzo de una democratización global. Efectivamente, era global. Justamente ese fue el peligro que comenzaron a avistar las dictaduras y autocracias del mundo: el avance de una ola democrática que amenazaba inundarlos.
¿Cuál globalización?
¿Pero no son Rusia, Irán y sobre todo China países cuyo auge económico marcha a la par con el crecimiento de la globalización? Efectivamente; así es. La economía rusa profitó y profita del mercado global y China es campeón mundial de la globalización económica. Pero, a la vez, aunque a Xi Jinping no le guste oírlo, su gobierno es una dictadura: la dictadura militar e ideológica de un partido-Estado. Eso significa que la globalización que anhelan Rusia y China se reduce a los niveles de la economía, de la tecnología y de las ciencias.
Pero en ningún caso están interesados en una democratización cultural y mucho menos en una globalización política que los lleve a celebrar elecciones libres, a instaurar la separación de los poderes estatales y a desear la universalidad de los derechos humanos.
Las dictaduras imperiales de nuestro tiempo aman a la globalización, pero solo a medias. Por eso, a la parte de la globalidad que no les conviene (la política), llaman a destruirla. Y de hecho, lo están haciendo en diversos sitios. Visto así, la guerra que ha declarado Putin a Ucrania es una guerra a la democratización que a pasos lentos venía dándose en el país, sobre todo desde el gobierno de Poroschenko (2014-2019) quien solicitó el ingreso de Ucrania a la UE, de acuerdo al europeísmo surgido de la revolución democrática de Maidán (2013-2014).
Ucrania y Rusia son dos países que han tomado caminos opuestos. Mientras el primero nació dominado por un rusismo autocrático del que se fue liberando poco a poco, Rusia, comenzó con Gorbachov y Yelzin, un proceso de europeización al que puso fin el actual dictador, Putin. Pues bien, fue precisamente esa guerra de Rusia a la democratización global, la razón que llevó a Xi a asociarse con Putin. Por eso mismo no hay ningún gobierno democrático que apoye la invasión a Ucrania, como tampoco hay ningún gobierno democrático que apoye los crímenes de Hamas en Gaza, ostensiblemente dirigidos desde Irán, cuyos ayatolas han probado ser los más fieles aliados del imperio Putin.
Entre la globalización y el apocalipsis
A partir de la guerra en Ucrania –lo ha dicho el mismo Putin– ha comenzado una guerra al Occidente. Pero no solo al Occidente externo, sino a ese Occidente interior que asoma en los propios aparatos tecnológicos que Rusia y China fabrican y comercializan. Pues la internet, la digitalización, los teléfonos smart, no son neutrales: traen consigo, se quiera o no, el gen occidental que impulsa a imitar las comunicaciones horizontales que priman en los lugares donde fueron inventados.
Al fin, ambos gobiernos, el ruso y el chino, han optado por establecer una división de niveles. Para las masas, la sociedad de consumo. Para «la casta», el poder. Y en contra de la globalización política de los países democráticos, sin cuyas economías no podrían sobrevivir, una globalización de las dictaduras, mediante la creación de organismos internacionales «ad hoc» que permitan levantar como alternativa la forma autocrática e incluso tiránica de gobierno.
Las instancias internacionales creadas por China en nombre del «sur global» (ex Tercer Mundo) y de un supuesto nuevo orden mundial de tipo multipolar (en la práctica, multi-imperial) cuentan, como los Brics u otras asociaciones similares, con el apoyo de la gran mayoría de las dictaduras del mundo, de las teocracias ultrareaccionarias del Oriente Medio, de las dictaduras y autocracias de América Latina, de las «izquierdas huérfanas» (Federico Vélez) que al haber perdido al «proletariado» y a la «utopía socialista» se han vuelto arabistas, proterroristas e incluso putinistas.
A su vez, Putin concita el apoyo de las ultraderechas europeas, integristas, radicalmente antiliberales y anti- UE. Siguiendo otra vez la terminología de Huntington, nos encontramos frente a una inmensa ola antidemocrática, convertida, por los imperativos del presente histórico, en ola global. Una ola que arrastra a una gran cantidad de conflictos que hasta ahora solo habían existido de modo local.
Quizás el ejemplo más claro de la guerra global (y no mundial) de nuestro tiempo es el que se ha dado recientemente en Israel, a partir de los ataques del Hamas del 7-O. Para muchos una reedición del ya antiguo conflicto palestino-israelí. Para otros -entre quienes se cuenta el autor de estas líneas– un conflicto de nuevo tipo erigido sobre la base de un conflicto antiguo.
Los acontecimientos que tendrán lugar a partir del 7-O, según esta segunda posibilidad, son deudos de una nueva dinámica donde Palestina es solo una pieza en el juego de potencias imperiales como son Rusia y su principal aliado, Irán. Hamas – en un comienzo una organización genuinamente gazatíe es hoy, junto a Hezbolah, uno de los dos brazos armados de Irán, activados con el objetivo de impedir un acercamiento económico y tecnológico entre Israel y Arabia Saudita y los Emiratos, bajo la mediación de los EE UU.
Estamos entonces frente a un conflicto que no tiene nada que ver con la guerra del Sinaí de 1956 entre Israel y Egipto. Ni con la guerra de los seis días de 1967, entre Egipto-Siria contra Israel. Tampoco con la guerra de Yom Kipour de 1973, otra vez liderada por el eje Egipto-Siria. Esta vez nos encontramos con otra guerra –es decir, con otra historia- que ocurre en Palestina pero cuyos actores tienen nada o poco que ver con el pueblo palestino o con su soberanía territorial.
Una guerra que se da entre Israel en representación del occidente político, y dos imperios globales, Irak y Rusia, aliados en otra guerra global (Ucrania), y cuyo objetivo debe ser la derrota del Occidente, decadente para Putin, infiel para Jamenei. Vemos así que, mientras en Ucrania priman las líneas de continuidad con el pasado soviético, en Oriente Medio priman las de discontinuidad con el pasado de Israel.
Xi Jimping por su lado, sin participar, escruta las posibilidades que se abren para el ascenso de China, de primera potencia económica a actor geo-político principal del globo terráqueo.
Si la perspectiva que aquí estamos dibujando se aproxima, aunque sea en parte, a la venidera realidad, quiere decir que debemos prepararnos para intentar vivir dentro del marco determinado por una guerra global de larguísima duración. Hoy son Ucrania e Israel, mañana puede volver a ser Armenia, o Georgia, o Moldavia, o el Kosovo, o Taiwan, o quien sabe qué más. Todos escenarios locales y globales a la vez.
Tal vez si Kant resucitara, ya no escribiría un ensayo bajo el título de Paz Perpetua sino otro que podría llamarse Guerra Perpetua. Una guerra que puede durar todo el tiempo en que tarde la resolución del antagonismo político-global de nuestro tiempo, el de las democracias contra las autocracias. Otra posibilidad sería que esta primera guerra global se transforme en una tercera guerra mundial de tipo»“clásico», esta vez entre potencias atómicas democráticamente civilizadas y potencias atómicas incivilizadas, es decir, lo más parecido al Apocalipsis. Claro está, siempre habrá posibilidades para que aparezcan salidas con las que nadie puede contar, pues el futuro, al ser desconocido, es imposible de prever; solo imaginar.
Imaginemos entonces que nos atacan desde otro planeta: En ese caso no nos quedaría más alternativa que reconocernos como miembros de la especie humana e intentar unirnos contra un enemigo común. Pero como hasta ahora no hay ningún signo de que algo parecido puede suceder, solo cabe esperar que alguna razón práctica nos lleve a salir, con el cuerpo ileso y el alma limpia, de esta primera guerra global en la que tantos, si no morirán, serán matados.
REFERENCIAS
LA DERROTA DE RUSIA DEBE SER EL OBJETIVO DE TODAS LAS DEMOCRACIAS (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires – VARIOS FRENTES, UNA SOLA GUERRA (polisfmires.blogspot.com)
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Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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