La primera máquina que cambió al mundo, por Carlos M. Montenegro
La edad de la Tierra es el tiempo transcurrido desde su origen hasta nuestros días. Hay consenso en el área científica de que la Tierra, se formó hace alrededor de unos 4.470 millones de años, milenio más o milenio menos, y los estudiosos han organizado todo el conocimiento sobre la humanidad dividiéndolo en diferentes etapas que abarcan amplios periodos de tiempo a lo largo de su historia y que cambian cuando tiene lugar un acontecimiento trascendental o determinante para el rumbo de la humanidad.
Aunque con esto del internet y sus secuelas me temo que estamos mutando hacia no sé qué, seguro que no tardarán en ponerle un nombre a esta nueva era que estamos viviendo, pero mientras tanto las etapas tradicionales que forman parte de la historia de la humanidad son apenas 5 considerando tan descomunal trayectoria: Prehistoria, Edad Antigua, Edad Media o Medioevo, Edad Moderna y la Edad Contemporánea.
La Prehistoria es el periodo de la vida humana anterior a la escritura. La definición clásica de Prehistoria nos dice que es el período de tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros homínidos, antecesores del Homo sapiens hasta que se tiene constancia de la existencia de la escritura, lo que al parecer empezó en el Oriente Próximo hacia el 3.300 a. C., expandiéndose por el resto de la Tierra.
Se considera que la Edad Antigua comienza a partir del año 4.000 a.C., definido por el surgimiento y desarrollo de las primeras civilizaciones que tuvieron escritura, llamadas por ello «civilizaciones antiguas” finalizando en el 476 d.C., con la caída del Imperio Romano de Occidente, acontecimiento con el que arranca la Edad Media, que es el periodo comprendido entre la destitución de Rómulo Augústulo, último soberano del Imperio de Occidente (siglo V), hasta la conquista de la ciudad de Constantinopla por los turcos (1453, siglo XV), periodo que puso fin al Imperio Bizantino.
La etapa que sucede al Medioevo es conocida como Edad Moderna, que comprende el periodo histórico entre el siglo XV y el XVIII; según algunos autores tiene su inicio en el año 1453 tras la Caída de Constantinopla y el Imperio Romano de Oriente, en manos de los turcos o, según otros, en el año 1492 con el descubrimiento de América y cuyo final puede situarse entre la independencia de los Estados Unidos (1776) y en la década siguiente la Revolución francesa (1789).
Es en esta etapa de la historia en que me quiero detener pues por muchas razones podría decirse que se inicia el periodo de la historia más influyente con sus diversos hitos fundamentales para la humanidad y que en nuestro tiempo aún perduran. Por ejemplo en la Edad Moderna se encontraron dos «mundos» que desde la Prehistoria habían permanecido desconocidos entre sí: el Viejo (Europa, África y Asia) y el Nuevo Mundo (América). Fue cuando la Razón y la Ilustración se instalan confrontándose al oscurantismo de las edades anteriores, especialmente la Edad Media. También se comenzó a desmantelar a las monarquías absolutistas, y sobre todo, se inventa la primera máquina que permitió fabricar un medio para llevar masivamente el conocimiento a la humanidad; aunque la historia le concede importancia no lo vincula como un logro fundamental que permitió modernizar la mente humana.
Todo esto viene a cuento de que el lunes pasado, 3 de febrero, se conmemoró en Alemania que en 1468 murió un orfebre y fabricante de espejos llamado Johannes Gensfleisch. Su ingenio permitió producir en serie piezas individuales estandarizadas, para ensamblándolas convenientemente, inventar una máquina que nada tenía que ver con su oficio. Servía para hacer libros por medio de un proceso de impresión mucho más rápido y muchísimo menos costoso, fue ni más ni menos que la maquina impresora de papel, la misma que con ligeras variantes se usa en nuestro siglo XXI.
Hasta entonces, desde que se inventó la escritura, los libros y otros documentos se escribían a mano, sobre todo calígrafos y monjes amanuenses copiando otros textos o simplemente al dictado. A Johannes Gensfleisch no le gustaba su apellido que en dialecto alemán renano significa “carne de ganso”, por lo que en 1410 decidió cambiar su apellido que, de paso, es con el que ha pasado a la historia de los grandes: Johannes Gutenberg como el inventor de la primera imprenta moderna. Fue el editor del incunable más famoso de la historia, la Biblia, cuya producción por decenas de miles dio comienzo en Occidente a la impresión masiva de textos.
Los materiales y herramientas con los que el ser humano ha ido plasmando sus ideas, sus conocimientos e incluso sus emociones y pasiones han ido cambiando; desde la piedra tallada hasta Word, el procesador de textos. Pero los libros desde siempre e incluso lo son hoy imprescindibles en nuestras vidas y estamos acostumbrados a ellos.
Pero antes de la creación de la imprenta, los libros eran muy costosos de hacer y solo unos privilegiados podían disfrutar de ellos. Pero ¿cómo se hacían los libros antes que Gutenberg inventara la moderna forma de imprimirlos? En Europa se usaba la escritura a mano sobre hojas de pergamino, que se fabricaban a partir de pieles de cordero estiradas y pulidas laboriosamente.
Parece que mucho antes los chinos habían fabricado papel a partir de la paja del arroz, lo que facilitó la expansión de la escritura, pero el invento no se conoció en Europa hasta bastantes siglos después, aunque, eso sí, llegó a tiempo para que la prensa de Gutenberg lo usara entonces pues era mucho más barato y manejable que el pergamino. Aunque pronto comenzaría también el uso del papel elaborado con lino y cáñamo más asequible.
Desde tiempos antiguos y hasta la Edad Media no existió otra forma de escritura que la efectuada a mano. En los escritorios medievales, por ejemplo, la producción de diversos ejemplares de un mismo libro se llevaba a cabo por el penoso procedimiento de escribirlos al dictado, y se tardaba meses y hasta años en terminarlos; el resultado eran obras primorosas, pero escasas en número, de alto coste y de muy limitada difusión, sólo al alcance de una élite alfabetizada. El valor de un libro de ese tiempo equivalía al precio de un automóvil y no podía transportarse debido a su enorme peso.
Durante el Medioevo la Iglesia había desempeñado un papel predominante en cuanto a transmisión y conservación de la cultura por medio de libros escritos a mano (incunables). Los monasterios fueron auténticos centros culturales donde se promovía la lectura, la copia y conservación de manuscritos. Este trabajo se realizaba en una gran sala llamada escriptorio donde se sentaban los amanuenses o pendolarios (de péndola, pluma de ave empleada en la escritura) para copiar los manuscritos, a partir de otros anteriores o al dictado de un lector situado en un estrado.
El impacto de la invención de la imprenta fue gigantesco. La producción de libros durante los primeros cincuenta años después de la decisiva aportación de Gutenberg fue, casi con toda seguridad, mayor que en los miles de años precedentes.
Los cambios que trajo consigo la imprenta de Gutenberg sólo son comparables a los que está originando la generalización de la informática en lo que va de siglo XXI.
De ahí que la invención de la imprenta de tipos móviles metálicos, de Johannes Gutenberg, haya sido reconocida como un acontecimiento de tal trascendencia que puede hablarse de una “Era Gutenberg”, que empezaría a mediados del siglo XV, coincidiendo con las primeras biblias salidas de su imprenta. A partir de entonces fue posible producir miles de copias de una obra a bajo coste; en pocas décadas, la rápida propagación de esta tecnología y la apertura de multitud de talleres convirtieron al medio impreso en un formidable vehículo de transmisión de ideas y conocimientos que acabaría revolucionando todos los ámbitos de la cultura además de un próspero negocio.
El método de impresión que ideó Gutenberg en secreto durante años, empleaba tipos (letras) móviles fabricados con una aleación de plomo y estaño que permitía fundirlos fácilmente y enfriaban rápidamente, por lo que podían reutilizarse una y otra vez. La tinta estaba hecha con una base de aceite, lo que permitía que se adhiriera perfectamente al tipo de metal y se copiará en el pergamino o en el papel. También inventó una prensa, probablemente una adaptación de las que se utilizaban para exprimir uva o aceite, que aplicaba con una presión firme y uniforme a las superficies de impresión. Todas estas innovaciones se desconocían en la imprenta china y coreana lo mismo que en la técnica empleada hasta entonces en Europa para estampar letras en diversas superficies.
Gutenberg estaba a punto de acabar sus primeras 150 famosas Biblias de Gutenberg de 42 líneas por página, cuando se terminó el presupuesto y se quedó sin dinero. Su accionista, Johann Fust, se negó a aportar más capital y tras un pleito que perdió, el socio se quedó con la imprenta y sus instrumentos de linotipia, que eran la base de su invento. A partir de entonces la existencia del impresor conoció años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en una comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor en Maguncia. Gutenberg vivió apenas para ver cómo su invento florecía extendiéndose rápidamente por toda Europa.
Johannes Gutenberg murió arruinado en Maguncia, Alemania, el 3 de febrero de 1468. A pesar de la oscuridad de sus últimos años, siempre será reconocido como el inventor de la imprenta moderna para la Edad Moderna.