La procesión va por dentro, por Teodoro Petkoff
Hace pocos días, en declaración muy explícitamente polémica con Chávez, Jesse Chacón desmintió que Petare fuera zona de «ricos» y no sólo apuntó que la mayor parte de su población es muy humilde sino que el resto es clase media «profesional», subrayando su condición de «trabajadores». Es un signo de los tiempos. Ya mucha gente en el gobierno no encuentra cómo desembarazarse del lastre que significan las tonterías que tantas veces espeta el Presidente en su incontenible logorrea.
Y es que la procesión anda por dentro. Esa es la importancia de la llamada «disidencia», la cual, insistimos, no puede ser evaluada solamente desde el ángulo del número de votos que obtuvieron sus representantes, sino, sobre todo, desde la perspectiva política.
En un movimiento caudillesco, con tan fuerte talante personalista y autoritario, no es nada desdeñable el hecho de que en ocho estados El Todopoderoso, El Único, El Inmarcesible, haya sido desafiado tanto desde dentro del PSUV como, desde fuera, por el PPT y el PCV. Esto no habla de una especial actitud «democrática» en el Presidente, que sería tolerante frente a esas «irreverencias», sino que demuestra la erosión que ha venido experimentando su liderazgo. Las contradicciones que desde siempre han existido en el chavismo están mostrándose ahora mucho más abiertamente. Los resultados electorales no cierran el episodio de la disidencia. Y nuevamente no hay que fijarse sólo en los números. Esa es una pelota que pica y se extiende. Dondequiera que la disidencia recoge frustración y desencanto de las bases o de los cuadros medios del chavismo, brota robusta, tal el caso de Barinas y, en menor grado, en Guárico y así será en el porvenir inmediato.
Que cuaje como una suerte de «tercera vía» luce menos viable en un país tan polarizado como el nuestro. Lo más probable es que sus exponentes más relevantes deriven hacia posturas definidamente opositoras, alimentando así el ya ancho caudal de éstas.
Lo que se observó en estas elecciones, en relación con este fenómeno, es apenas la punta del iceberg. El fenómeno, inexorablemente, tiende a ampliarse porque sus raíces se hunden en la incompetencia y la corrupción de esta «revolución» de pacotilla. La gente sencilla vive el desencanto a través de la incapacidad del régimen para dar respuesta a sus necesidades más apremiantes; los cuadros políticos del PSUV y las pequeñas formaciones que lo han acompañado (hasta nuevo aviso) lo viven contrastando el discurso, supuestamente de izquierda, con una práctica balurda, que no va más allá del populismo tradicional, del capitalismo de Estado, del rampante clientelismo que caracteriza su relación con la población y de la escandalosa corrupción de sus grandes capitostes.
Lo que ocurre es que ahora los que se atrevieron a «faltarle el respeto», abrieron una brecha irreparable en la monolítica concepción que de su movimiento habría querido mantener viva Yo-ElSupremo.