La propiedad de los pobres, por Teodoro Petkoff
El gobierno ha expropiado más de dos millones de hectáreas de tierra, de las cuales alrededor de 50 mil se encuentran en producción. Se supone, entonces, que fueron entregadas a campesinos, para hacerlos beneficiarios de la reforma agraria. Pero estos campesinos no han recibido la propiedad de la tierra.
Se les ha dotado de una «carta agraria» que les garantiza el uso de la tierra pero no la propiedad de esta. La tierra es propiedad del Estado, de modo que el campesino pasó de ser pisatario de un terrateniente a pisatario del Estado. Está tan desprovisto de derechos sobre la tierra que trabaja como cuando lo hacía para un terrateniente a quien pagaba renta o con quien compartía la cosecha. No puede, como no podía cuando trabajaba para un terrateniente, arrendar ni subarrendar, tampoco hipotecar, es decir pedir prestado con garantía de la tierra. Tampoco puede legarla a sus hijos. Está, en definitiva, tan desamparado como antes.
Por otro lado, ya se sabe que uno de los más estruendosos fracasos del oficialismo viene siendo el de la construcción de viviendas. En once años este gobierno ha construido menos viviendas que las que cualquier gobierno anterior entregaba en cinco años. Pero las relativamente pocas familias a las que se han otorgado recientemente esas viviendas tampoco son propietarias de ellas.
Propietario es el Estado, de modo que los «beneficiarios» no pueden vender ni alquilar ni hipotecar; no pueden, pues, disponer de su «propiedad» en ninguna forma. Los puestos en los mercados municipales de Caracas, por resolución de la Alcaldía de Libertador, han pasado a ser patrimonio del ayuntamiento y sus actuales concesionarios han perdido todo derecho sobre esos pequeños locales, que anteriormente podían ser traspasados de padres a hijos.
Cuando el gobierno arremete contra la propiedad privada lo primero que viene a la mente es la expropiación de empresas y medios de producción. Poco se piensa en la propiedad privada de los pobres. Ocurre, sin embargo, que millones de personas que se desempeñan en la llamada economía informal han establecido sus negocios a partir de pequeños patrimonios o propiedades que en el esquema «socialista» a la cubana también están amenazados. El espíritu de superación de tanta gente, que se bate a brazo partido con la vida, creando pequeños negocios, es concebido por el gobierno como parte del espíritu capitalista, que no se debe dejar fructificar. De allí los extravagantes comentarios de Chacumbele sobre las pensiones o sobre el derecho de los inquilinos de largos años a la propiedad de la vivienda que rentan.
En algún momento de su vida Fidel Castro confesó que uno de los más grandes errores de «su» revolución había sido la estatización de todas las empresas cubanas, desde los centrales azucareros hasta los «timbiriches» –como dicen en cubano– de venta de periódicos. En la mucho más compleja sociedad y economía venezolana de hoy, el desarrollo de planes que atentan contra la pequeña propiedad y los pequeños negocios informales sí que terminarían haciendo de Venezuela y Cuba una y la misma cosa, homologadas por la ruina total.