La realidad del racismo en Venezuela, por Rafael A. Sanabria M.
En los últimos meses hemos conocidos hechos que en otros países les han ocurrido a nuestros paisanos venezolanos de segregación, discriminación, racismo y endorracismo.
Es increíble que en pleno siglo XXI y 54 años después que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptó la convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación y estableció el 21 de marzo como Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, en nuestra sociedad latinoamericana y específicamente venezolana el racismo aún ocupa un puesto especial.
En parte seguimos siendo lo mismo porque el racismo se expresa como un fenómeno cultural que tiene que ver con esa relación de dominación en la que el dominado ve su cultura sujeta al que tiene el control económico y político y por supuesto se establece un tipo de relación social donde se imponen los valores de quien domina.
El racismo sigue presente en Venezuela, porque aun cuando en la constitución actual, en su artículo 21 expresa: “Todas las personas son iguales ante la ley, en consecuencia, no se permitirán discriminaciones fundadas en raza, sexo, credo, condición social o aquellas que, en general, tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos y libertades de toda persona”. No hemos roto las cadenas que nos atan a esa relación de dependencia y dominación. Muy bonitos son los discursos que se dan en ciertas tribunas de gran importancia que representan instituciones del Estado, pero quedan simplemente en palabras porque la realidad es otra.
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Muchas veces la segregación se manifiesta en cosas cotidianas, del diario vivir que son indicadores que permiten descifrar la actitud latente (hace minutos presencié una situación de éstas, en una panadería, donde si bien atendieron a la persona o víctima de segregación, primero emitieron a viva voz comentarios burlones, esto lo protestamos muchos de quienes esperábamos ser servidos). A pesar que el tema en cuestión está en la ley, sigue vivo y presente el término dominar entre el común de nuestro pueblo. Si algo hemos heredado del colonialismo es la dominación. A muchos les fascina tener poder para imponer sus ideas, para doblegar al otro que tal vez tiene una cosmovisión diferente.
Asumamos que nuestro problema es cultural y aceptemos la diversidad como recurso. Es tarea asumirnos como iguales, si no seguiremos teniendo exclusión y pobreza espiritual. Porque, ¿de verdad estamos descolonizados? O es simplemente un discurso.
Actualmente en un país tan convulsionado como el nuestro, donde se ha antepuesto el “yo” ante el “nosotros”, donde indiferentemente del ángulo ideológico que se observe, sin necesidad de ser sociólogo, psicólogo social o trabajador social, se aprecian dos corrientes que pugnan por dominar, por ejercer el poder, por hacer saber quien tiene la fuerza bruta para subyugar sin importar si segrega o discrimina a un inocente pueblo que es el paga todo.
Debemos procurar la aceptación de todo aquel o aquella que nos parece diferente por su religión, su conducta sexual, su definición étnica o por su tendencia política e ideológica. Es notorio que existen conductas discriminatorias en el mundo occidental de la actualidad. De allí que el gran reto es promover la diversidad como principio fundamental para el desarrollo de un nuevo nivel de conciencia y libertad individual, el cual nos develará un mundo más humano y tolerante.
No repitamos los momentos de dolor, de ignominia donde se perseguían, mutilaban y violaban los derechos de las personas y destruían familias enteras en nombre de una cruz o de una supuesta raza. Mucho menos pregonar el odio o la discriminación por razones filosóficas, políticas o de condición sexual.
No coloquemos carteles en lugares públicos exhortando a la no discriminación, mas en la práctica se le ignora. A veces escuchamos expresiones como: esto parece una merienda de negro, trabajo como negro para vivir como blanco, negro con bata blanca es chichero, hay un pato en la laguna, negro sirve es pa’ rodapié, ése es un pata en el suelo. Estas frases llevan una carga discriminatoria y son aceptadas como normal en el imaginario social, pero es un lenguaje y una conducta esclavizadora.
Deslastrémonos de los prejuicios que, al intentar subyugar a otros, nos subyugan a nosotros mismos.