La realidad paralela, por Tulio Ramírez
Durante mis años de estudiante de sociología, recuerdo haber sido un asiduo lector de las publicaciones ñangaras que se adquirían con los libreros de los pasillos de la Universidad Central de Venezuela. En mi bolso, terciado de medio lado (usual en los ucevistas de los tempranos 70), no faltaba alguna revista editada por los países comunistas para consumo de los lectores de de esta parte del mundo. Por supuesto, completaba el equipaje el Manual de Martha Harnecker, algunas guías multigrafiadas, además de las manoseadas Tesis sobre Feuerbach.
Eran revistas de acabados de lujo. Tenían portadas de fuerte y parafinada cartulina, hojas de papel perlado y fotografías a todo color. Su lectura nos trasladaba a zonas del mundo imposibles de conocer por nosotros, insignes pelabolas que sobrevivíamos en Caracas con una bequita de 600 Bolívares Democráticos, que si bien nos servía para pagar la residencia, las guías, el comedor universitario y un par de cervecitas el viernes por la noche, no nos permitía disfrutar en vivo alguno de los “paraísos socialistas” que se nos dibujaba en esas publicaciones.
La imaginación volaba. Con la lectura de las soviéticas Misha y Sputnik uno se contagiaba de la alegría mostrada por bellas mujeres de overol y casco de obrero que, en plena faena en las enormes acerías de Magnitogorsk y Nikopol, apuntaban con su dedo índice a la enorme litografía de Lenin. Igual sucedía cuando leíamos China Hoy. Los rostros sonrientes de los camaradas asiáticos trabajando en las granjas colectivas con el azadón o la hoz al ristre, nos hablaban de una sociedad perfecta, donde el trabajo parecía ser verdadera fuente de liberación, tal como el periodista lo reseñaba.
No menos sucedía con Cuba Internacional. Leer sobre el exitoso experimento de las escuelas del campo, la distribución equitativa de alimentos a través de las Libretas de Racionamiento, ver fotos de Fidel montado en un Jeep sin escoltas o a los barbudos con fusiles al aire, presumía uno que gritando a todo pulmón “Patria o Muerte, Venceremos”, nos generaba una suerte de envidia sociológica por no haber sido capaz Venezuela de lograr la dicha de ser un país socialista.
Estábamos tan convencidos de que esa era la realidad real, que tachábamos a las noticias o testimonios que pretendían desmentir tales bellezuras, como “propaganda ideológica para desvirtuar los logros de la revolución comunista”. Por supuesto, versiones que asumíamos fabricadas por las agencias internacionales al servicio del imperialismo yanky. Qué ilusos fuimos.
Pero a la vez pienso que después de 3 meses, cuando tengan que utilizar los últimos huecos del cinturón para evitar que por la delgadez se les caiga el pantalón, se darán cuenta de cuál es la realidad real y cuál, la paralela.
Hoy, después de haber visitado algunos de esos “paraísos” y de haber sufrido 20 años del doméstico, no me queda más que reconocer la enorme eficiencia de los aparatos propagandísticos gobbelianos diseñados para hacer “reingeniería de almas” tal como en alguna oportunidad lo manifestó el Camarada Stalin para referirse a la misión de la educación comunista.
En estos momentos me vienen a la mente los jóvenes colombianos que posiblemente atiendan el llamado de Maduro para estudiar una carrera universitaria en Venezuela. Muchos vendrán atraídos por conocer y disfrutar la realidad paradisíaca construida por el Ministerio de Propaganda de la revolución bonita. Pero a la vez pienso que después de 3 meses, cuando tengan que utilizar los últimos huecos del cinturón para evitar que por la delgadez se les caiga el pantalón, se darán cuenta de cuál es la realidad real y cuál, la paralela.