La rebelión de las cédulas, por Simón García
La frase alude al acto de votar. Una acción de doble naturaleza, aunque más cívica que civil. Cívico alude a una cultura que se practica entre personas que se ocupan por mejorar la sociedad y la vida en ella. El término civil, como opuesto a lo militar, no aplica cuando civiles y militares tenemos derecho al voto y ambos, el deber de ejercerlo para exigir la condición de las condiciones: lograr el restablecimiento de la Constitución.
En una democracia se puede dejar de votar por conformidad con la situación y el funcionamiento de las instituciones: es la llamada abstención de los satisfechos, que supone dejar bien lo que está bien.
En dictadura, los votos sirven para deslegitimarla, para mostrar su aislamiento interno y rescatar democracia. A una dictadura no la legitiman los votos sino la fuerza y su sostén son las armas, el control del Estado, la represión, el miedo, la desesperanza y la omisión.
Bajo una dictadura es un imperativo repudiarla por todos los medios posibles. Y si, además, el gobierno lleva a la población al límite de la sobrevivencia, votar es defender el derecho a la vida y dejar de votar una adaptación al régimen. Una conducta que nos convierte en idiotas por consentir una mayor pérdida de libertad.
Abstenerse es mantener el camino que condujo al debilitamiento que hoy tenemos. Su paso siguiente será una nueva diáspora, ahora de dirigentes de la oposición, para formar un gobierno en el exilio. Es evidente que un diputado luchando contra el régimen desde la AN es más efectivo que 20 ministros simbólicos viviendo en Miami o Bogotá.
Los que estamos en el 11% de la población muy segura de votar, no podemos olvidar que existe un 34% dispuesto a votar, pero no muy decidido: nuestro discurso tiene que dirigirse a comprender y atender las dudas de ese tercio de la votación, que es fundamental para conquistar una transición a la democracia.
Es el propósito de Capriles. El uso de otro discurso que complazca a quienes exigimos más firmeza o celeridad puede no ser eficaz para que surja una mayoría que exprese electoralmente el alto desgaste y repudio a la poderosa cúpula del régimen. Pero, otro obstáculo para que cuaje esa mayoría potencial es que no se cree que una rebelión electoral pueda ser anónima y para tomar ese riesgo, se quiere líderes que se pongan al frente.
El plan de Maduro no necesita anteojos: lograr una cuarentena electoral para impedir el voto castigo a su política de hambre, de abandono a los sectores populares, de corrupción, desintegración y destrucción del país. Un rechazo compartido por Chavistas que no son indiferentes al colapso del país y que serán necesarios para la reconstrucción de Venezuela.
Maduro hace elecciones porque necesita mostrar resultados afuera sin la carga de una deslegitimación electoral y luego pasar a negociar la flexibilización de las sanciones por medidas de liberalización de su régimen.
La nueva ruta comienza por votar, unir y reunir fuerza interna suficiente para obligar a un entendimiento nacional para salvar a Venezuela, formar un gobierno de integración nacional, salir de las crisis con el aporte de todas las fuerzas positivas y volver a tener elecciones libres e instituciones justas.
Para el 6 de diciembre no habrá unidad perfecta entre partidos. El mundo social organizado tendrá que complementar, sin pretender sustituir partidos, a las organizaciones intervenidas judicialmente. Hay que luchar hasta el mismo día de los comicios por la transparencia del proceso, por lograr una participación que anule el ventajismo oficialista y ofrecerle una salida electoral al 70% de la población que no soporta seguir viviendo peor.
Vamos a voltearle el juego al régimen, promoviendo la rebelión de los votos. Manos a los hechos.
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