La regla de oro, por Américo Martín
Autor: Américo Martín | @AmericoMartin
La regla de oro en situaciones como las que agobian a Venezuela consiste en dotarse de una fuerte unidad como premisa imprescindible para lograr cambios trascendentes. La unidad crea los elementos, la profundidad, la estrategia y la dirección. Sin ella las palabras sonoras, los heroísmos personales, las amenazas y las jactancias, importantes como sin duda son, se condenarían a terminar en gesto pero probablemente no en logro.
Hay que aprender de los movimientos unitarios del pasado. Gran parte de la verdad está en ellos. Las uniones primigenias probablemente eran amalgamas aluvionales de carácter defensivo. El propósito político fue definiéndolas más nítidamente acrecentando su importancia. Bolívar lideró y venció en la Independencia cuando los mesianismos militares y connotados intelectuales reconocieron su jefatura en el histórico Congreso de Angostura. La realidad de la guerra venció la vanidad y el odio de aquellos guerreros apasionados.
El vasto sacudimiento social que fue la Revolución Federal se proyectó a la victoria al reunificarse el liberalismo alrededor de Falcón y Zamora. El dictador Pérez Jiménez se desplomó una vez consolidada la unidad nacional alrededor de cuatro corrientes universales y tres líderes fundamentales Betancourt, Villalba y Caldera. Parte de la enseñanza que puede encontrarse en el desempeño de estos grandes dirigentes resulta perfectamente aplicable en nuestros días. Y aunque tenga ribetes anecdóticos, calza a la perfección en las desarmonías entre grupos y personalidades que en este año podrían disponer de la llave para resolver el enigma venezolano. Para empezar, fue la unidad de “lo diverso”, con rango nacional porque su diversidad le permitió reunir los sentimientos también diversos del país.
Vivimos la tragedia del hambre, la pobreza, sin democracia, millones huyendo al extranjero. El modelo que ha causado tan abominables efectos venía fracasando desde sus orígenes. Desde la Comuna de París en 1871 hasta supervivencias deplorables ¡150 añ0s después! Vana utopía del siglo XIX
¿Por qué la unidad nacional, que puede desplazarla, no termina de consolidarse? Aparte de rivalidades por el liderazgo, debe reconocerse que, en este tiempo, como nunca, la sociedad civil ha cobrado un desarrollo y una preparación fundamentales que la proyectan al liderazgo. No en función de desplazar sino de compartir. Se ha profundizado, pues, e iluminado la lucha democrática, pero la operatividad unitaria puede ser más compleja y tal vez lenta. Bien que así sea, no obstante, se requiere una mayor destreza en el manejo de la conducción.
Juega a favor de Venezuela la solidaridad internacional en medida jamás experimentada. Se impulsa en la defensa de los DDHH, gran causa que prevalece sobre cualquier otra. Es nuestra doble condición: nacionales de un país y, sobre todo, miembros del género humano. Ningún autócrata puede invocar el Principio de No Intervención para aniquilar a su pueblo. Por sobre la Constitución prevalecen la condición humana y sus derechos inviolables. Con semejante fuerza en movimiento, solo falta construir el frente unitario sin exclusiones y respetuoso de todas las banderas. Pero debe entablillar un hueso roto. El de las lamentables descalificaciones internas.
La victoriosa unidad de 1958 colocó en elevadísimo rango el “espíritu del 23 de enero”: hacer del aliado un compañero, discutir, sí, pero con sentido de pertenencia.
No infamar, no insultar. Unidad como suma “material” de factores, y también como fuerza “espiritual”. Movidos ambos: cuerpo y alma, por la trascendencia del objetivo común.
Unidad-materia, Unidad-espíritu. Ecuación perfecta.
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