La remienda, por Teodoro Petkoff
Una de las más contundentes razones contra la reelección indefinida, vía la remienda, o sea, reforma con enmienda, la dio el propio Chacumbele, hace unos meses, cuando argumentando contra la reelección de gobernadores y alcaldes, dijo que no quería que se convirtieran en “caudillitos regionales y locales”. Tenía muy claro, entonces, Chacumbele el peligro que entraña la reelección indefinida de los gobernantes de cualquier nivel. No quería “caudillitos regionales” pero, en cambio, no tenía nada contra el caudillismo de nivel nacional, contra el “caudillote”, puesto que se trata de él mismo. Se puede apostar doble contra sencillo que si el aspirante a la perpetuidad presidencial fuera otro, Chacumbele, que habla pa`lante y pa`tras, estaría tronando contra el caudillismo, repitiendo a troche y moche los conceptos de Bolívar sobre el tema. Típico de la personalidad disociada.
Tenía razón Chacumbele cuando se oponía a la reelección indefinida de mandatarios regionales y municipales y tenemos razón quienes hoy sostenemos que es inconveniente para el país también la reelección indefinida del presidente de la república. No sólo es inconveniente la del propio Chávez sino la de quien quiera que ocupe la primera magistratura. La Constitución, en este sentido, debe quedarse como está y si alguna reforma o enmienda es realmente necesaria sería la de reducir el período presidencial a cuatro años, con la posibilidad de una única reelección más, por otros cuatro años.
La remienda no es conveniente para el país porque favorece la creación de una casta gobernante, que sería prácticamente inamovible.
El poder da ventajas enormes a quien lo detenta y es muy difícil derrotar a quien, ejerciéndolo, tuviera la posibilidad de seguir en el cargo indefinidamente.
La mejor demostración de esto la constituyen los senadores norteamericanos, que prácticamente mueren de viejos en el cargo, porque una vez que resultan elegidos, sólo en casos muy excepcionales han perdido la reelección, habiéndose conformando ya una verdadera casta más bien una costra movida en mucho por intereses particulares y que constituye una verdadera gerontocracia parlamentaria.
Justamente, cuando los gringos percibieron los peligros de caudillismo y personalismo implícitos en un mandato presidencial muy prolongado, -después de la tercera reelección (para un cuarto periodo)-, de Franklin Delano Roosevelt, limitaron, en la Constitución, en 1951, a una sola la reelección de su presidente.
El problema no es si el gobierno es bueno o malo.
No se puede elaborar o cambiar una Constitución ajustándola a cada rato a las características del gobierno. Si este fuere es malo, entonces cambiaríamos la Constitución para reducirle el periodo; si es bueno la cambiamos para alargárselo. Es como si en un juego de pelota, uno de los equipos pudiera cambiar la duración de los innings de tres a uno, o a cinco outs, de acuerdo con su conveniencia. Si va ganando, el inning dura un out; si va perdiendo, dura cinco Puro disparate. Como el de cambiar ahora la Constitución sólo para complacer a Chacumbele.