La renovación de Twitter y la desinformación, por Gustavo A. Rivero
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Con la compra de Twitter, Elon Musk tiene dos grandes retos por resolver: lograr que esta plataforma sea finalmente rentable y establecer una moderación de contenidos que garantice la libertad de expresión sin que esto avive aún más la desinformación. Sin embargo, dichos desafíos parecen ser incompatibles, pues al supeditar la verificación de una cuenta de usuario al pago de una membresía de ocho dólares, esto inevitablemente llevaría a que cualquier usuario pueda ser verificado y, por lo tanto, pueda diseminar cualquier tipo de información. De esta manera, se socavaría la legitimidad e influencia de “contenidos y usuarios” que ha conseguido esta red social.
No es fortuita la incertidumbre que generó esta propuesta de monetización. Desde su fundación, Twitter ha transformado la conversación política digital, puesto que ahí se ha facilitado la circulación de ideas y acciones de diferentes actores sociales y políticos, entre otros, y la red ha llegado a ser catalogada como la principal plaza pública o cloaca digital del mundo. No obstante, esta extensa circulación de información veraz e inexacta al mismo tiempo, ha hecho que esta plataforma se viera en la necesidad de convertirse en un árbitro del comportamiento de sus usuarios, por lo que ha debido implantar límites al flujo de contenidos violentos y desinformativos que la han plagado.
Hasta el momento, la eliminación de la desinformación ha sido una tarea quijotesca para Twitter. Dos han sido las principales estrategias de moderación de contenido. La primera es el etiquetado de contenido o de usuarios, tal como sucede con los medios de comunicación afiliados a países democráticos y no democráticos como Rusia (RT, Sputnik) o China (CGTN), entre otros.
La segunda, un tanto controversial, ha sido la suspensión de las cuentas de medios de comunicación, periodistas, usuarios comunes o líderes políticos como el expresidente Trump por diseminar información inexacta o contenido que incita a la violencia. Si bien ambas estrategias son cuestionables por sus resultados, estas han mitigado ciertamente la desinformación y la violencia en la conversación digital, mas no las han erradicado.
Renovación o estancamiento
Musk ha dejado relativamente claro lo que desea hacer con Twitter. Ante todo, quiere mejorar su funcionalidad desarrollando algoritmos de código abierto, que permitan, entre otros aspectos, erradicar los bots (cuentas automatizadas) y autenticar a todos los humanos y, así, aumentar la confianza de los tuiteros. No obstante, sus primeras decisiones se han alejado de este objetivo, puesto que la compra de la membresía hizo que perfiles que no habían logrado la anhelada verificación la obtuvieran, a pesar que estas ya habían propagado desinformación y contenido de odio hacia minorías y partidos políticos en el pasado.
Como consecuencia de esta «verificación económica», los desinformadores y propagadores de mensajes de odio obtuvieron de inmediato más visibilidad, la cual es potencialmente peligrosa. La pandemia, por ejemplo, reveló que las cuentas sin verificación producen más contenido desinformativo, y su alcance depende del nivel de coordinación para diseminarlo. Sin embargo, cuando una cuenta verificada produce un contenido inexacto, su alcance es más nocivo. A simple vista, se demuestra que la meta de aumentar la confianza en los usuarios de la plataforma no es una tarea sencilla y que, para acabar con la desinformación existente, la verificación de usuarios no puede someterse simplemente a un rubro económico.
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Además, si la propuesta de verificación no logra sortear esta perspectiva económica, es posible que la industria privada de la desinformación en el mundo se fortalezca aún más, ya que estos actores podrán influir en la opinión pública a su favor con mucha más facilidad, dado que sus estrategias no se limitan al empleo de cuentas falsas y bots, sino que también están incursionando y sofisticando sus acciones coordinadas en el área de los anuncios publicitarios en la red. De esta última, Musk no ha mencionado mucho hasta el momento.
Del mismo modo, tampoco lo ha hecho sobre el acceso al API, siglas en inglés, o interfaz de programación de aplicaciones de Twitter. Esta arista de la plataforma no es tan conocida para los usuarios comunes al estar focalizada en investigadores y desarrolladores, y tiene como objetivo facilitar el acceso a información especializada que, entre otras cosas, permite identificar el comportamiento anómalo en la plataforma.
De por sí, el acceso a estos datos se ha ido limitando en los últimos tiempos y, la única opción para acceder a un significativo conjunto de datos es pagando la membresía que ofrece la compañía, la cual es ciertamente onerosa y solo grandes empresas de marketing digital pueden costear.
¿Sobrevivirá Twitter?
Es irremediable, la plaza pública digital se encuentra en una crisis por motivos económicos y las tensiones por la moderación de contenidos. Por suerte, Musk se retractó de la «verificación económica», dado que en pocas horas se manifestaron sus perjudiciales efectos en la propagación de mensajes de odio y desinformación, especialmente en los Estados Unidos. Su gesta de hacer más confiable la plataforma es razonable, pero no puede tomarse a la ligera, tal como lo demuestran estas y otras acciones que ha realizado hasta el momento. Como resultado, miles de usuarios han pronosticado la muerte de Twitter que, si bien suele ser una posición fatalista, pareciera que desconocen que la compañía es económicamente insostenible, y los cambios para que sobreviva son más que necesarios.
Así que la temida renovación es inevitable. Pero ¿cómo la compañía lidiará con los asuntos económicos y de contenido? Esa es la incógnita que aún está por resolver. Lo cierto es que, para sobrevivir, «la verificación de usuarios» en esta plataforma es un estandarte de credibilidad que debe mantenerse, puesto que ha sido uno de los pocos escudos más consistentes contra los brotes de desinformación. Sin embargo, si Twitter no se mantiene, dentro de unos años veremos el surgimiento de una nueva plaza o cloaca digital como Mastodon o cualquier otra.
Gustavo A. Rivero es profesor adjunto de la Universidad de la Salle, Colombia. Magíster en Estudios Internacionales, de la Universidad de los Andes. Seleccionado por el Programa de Formación 360/Digital Sherlocks (DFRLab), del Consejo Atlántico para combatir la desinformación.
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