La responsabilidad de defenderla antes de que sea tarde, por Luis Ernesto Aparicio M.

Foto: Revista Haz
Hay un tema crucial y paradójico, que amenaza con cambiar el estilo de vida que hasta la fecha hemos conocido: la democracia, con sus principios de participación, libertad y decisión popular, casi sin darnos cuenta, está siendo utilizada como vehículo para su propia erosión. Hemos visto cómo, a través del voto, las sociedades han elegido líderes y proyectos políticos que terminan socavando las bases democráticas, restringiendo derechos y debilitando las instituciones que garantizan la pluralidad.
El caso más evidente es el auge de liderazgos autoritarios que llegan al poder a través de elecciones, pero una vez en el gobierno, manipulan las reglas del juego para perpetuarse, concentrar poder y desmantelar el sistema desde dentro. Esto está sucediendo tanto en democracias frágiles como en algunas consolidadas, donde el desencanto con el sistema ha llevado a sectores de la población a preferir soluciones autoritarias antes que enfrentar la complejidad del debate democrático.
Parte del problema es que muchos ciudadanos han dejado de ver la democracia como un proceso de construcción colectiva y la han reducido a una simple elección cada cierto tiempo. Se pierde de vista que la democracia no es solo votar, sino participar activamente en la toma de decisiones, en la vigilancia del poder y en la defensa de las libertades individuales y colectivas.
Otro factor clave es el populismo, tanto de izquierda como de derecha, que ofrece respuestas simplistas a problemas complejos. Muchas personas, frustradas por la falta de soluciones efectivas dentro del modelo democrático, caen en la trampa de creer que un líder fuerte, con poder absoluto, podrá resolverlo todo. La ironía es que, en su deseo de acabar con la corrupción, la burocracia o la ineficacia, terminan eligiendo opciones que restringen sus propias libertades y consolidan regímenes autoritarios.
Estamos presenciando la caída de un sistema basado en el gobierno de las mayorías que por nuestros miedos a un futuro incierto –y científicamente lo es– salimos a buscar en los cantos de sirenas que producen unos pocos poderosos, una alternativa diferente confundiendo supuestos éxitos financieros que garantizan la vuelta a pasados que, por las condiciones del mundo actual, serán difíciles, sino imposible, de alcanzar.
Y hablando de pasados, muchos luchadores por la independencia de los pueblos o fundadores de grandes naciones estarían mirando con asombro lo que se hace con la democracia que ellos organizaron y ayudaron a convertir en un sistema que fue pensado para integrar a muchos y que hoy se utiliza para excluir a tantos creando una de las paradojas de este nuevo siglo, porque numerosos de los excluidos terminan seleccionando, por intermedio del voto, a quienes más adelante los excluirán.
Ya casi para terminar, me gustaría citar algunas frases que ha utilizado el Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) de su informe Variedades de la Democracia 2025, siendo este uno de los estudios más relevantes en el análisis de la calidad democrática a nivel global. En el dicen: «En la actualidad hay gobiernos que parecen avanzar en estrategias clásicas que utilizan los líderes autocráticos para desmantelar el sistema de libertades», para luego finalizar con una muy contundente: «El silencio permisivo entre los críticos temerosos de represalias es ya prevalente».
Por todo esto, la gran pregunta es: ¿cómo se combate esta tendencia? ¿Cómo se devuelve la confianza en la democracia cuando la misma ciudadanía parece estar dispuesta a sacrificarla? Quizás el reto más grande que tenemos todos los que creemos en la democracia y su funcionamiento pleno en el mundo sea recuperar el valor de la participación ciudadana más allá del voto, promoviendo la educación cívica y el compromiso activo en la defensa de los principios democráticos antes de que sea demasiado tarde.
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Quienes comprendemos que la democracia es perfectible pero no sustituible, tenemos la responsabilidad ineludible de advertir sobre estos peligros. No podemos permitir que el desencanto o la desesperación nos lleven a ceder ante quienes, con discursos engañosos, buscan socavar las bases del sistema.
Es nuestra obligación señalar, alertar y resistir, porque solo una ciudadanía activa y vigilante puede impedir que los nuevos aprendices de autócratas logren su cometido.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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