La revancha quedará para después, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
La nota de hoy no va de política, o quizás sí. La revancha a la que se refiere el título es de un partido de ping pong que quedo pendiente.
Corrían los finales de la década de los sesenta. La escena se desarrollaba en el Seminario de Valencia en La Pastora. Cada domingo, iba la familia a visitar a mi hermano Carlos que había decidido irse a estudiar para sacerdote. ¡Sí! El Nene Castillo, quería ser cura.
Una sala, con un par de mesas de ping pong, estaba emplazada en una zona techada del estacionamiento del edificio. Los seminaristas eran, casi todos, buenos jugadores, por lo que quienes íbamos una vez a la semana, estábamos en desventaja.
Uno de esos jugadores era el curita Del Prette. Se movía bien y tenía un buen mate. Casi nunca logré ganarle, pero el milagro (cosas de Dios) ocurrió un domingo: le gané la partida. Desde entonces le rehuía a su pedido de revancha. Yo sabía que la suerte no suele ser generosa con los marruñecos.
Esa revancha pendiente fue siempre una complicidad maravillosa que nos permitió comunicarnos por mucho tiempo. Una vez ordenado sacerdote, Reinaldo Del Prette fue designado párroco de Naguanagua. Seguramente, en agradecimiento a aquella experiencia, Reinaldo siempre presidio la misa de La Begoña, cada 15 de agosto. Mientras fui alcalde y durante ocho años, después de los oficios, nos dábamos cita en la Casa Parroquial para compartir un almuerzo que Sofía, la mandamás de la cofradía y modista de la virgen, coordinaba junto con la parroquia.
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Aquella revancha siempre era el arranque de nuestra conversación. Incluso, cuando nos veíamos de lejos, nos anunciábamos, como si dibujáramos un mate en el aire, que el desafío estaba pendiente.
La partida, como lo dice el título, jamás tuvo lugar, pero lo que siempre nos cuidamos de mantener, fue una amistad cultivada con el afecto y la conversación interesante, para lo que estaba especialmente dotado.
Entendía bien la política y sabia conversar de ella. En una de esas cuitas descubrimos que militamos juntos en la causa de formar una organización estudiantil de los colegios católicos. Él estudiaba en la Salle y yo en el Calasanz. Los hermanos Esteban y Gaspar de La Salle y el padre Cueto del Calasanz, nos estimularon a participar en la construcción de la Cefel (Centro de Estudiantes Federados de la Educación Libre) El Comité Organizador de la primera asamblea, quedo integrado por Orel Zambrano, Paquí Yanes y quien esto escribe. Reinaldo, tal como recordamos en una agradable conversa, participó desde su curso y asistió a la asamblea. Por cierto, que, con la partida de Reinaldo, antecedida por la de Paqui y Orel, descubrimos que quedamos prácticamente sin nadie con quien recordar aquellas jornadas.
Es aquí, sin embargo, que vale la pena aventurar especular sobre el contexto en que esta generación ha actuado en la región y sobre los eventuales impactos de su presencia.
A falta de mejor tipología, podríamos considerarnos miembros de la generación del 68. En efecto, fue en aquellos años finales de la década de los 60, cuando nos tocó comenzar a participar de la vida activa de nuestra ciudad y nuestro estado.
Es importante anotar que ese periodo puede ser recordado como el de la más importante disrupción juvenil de la contemporaneidad y en las que el «aggiornamento», se coló en todas las estructuras, incluyendo la Iglesia católica que celebró su Concilio Vaticano II.
El año 68, París y Praga fueron testigos del cuestionamiento simultaneo de los dos mundos salidos de la guerra fría. La huelga general francesa, que comienza con las jornadas estudiantiles de la Sorbona y que culminan con la caída de De Gaulle y la Primavera de Praga que obliga a los tanques del Pacto de Varsovia a masacrar a los jóvenes checos, se convirtieron en hitos.
Ya nada fue igual, el marxismo se replanteo el carácter revolucionario de la clase obrera que, según Marcuse, se había aburguesado. El «Socialismo como problema», veía en Ian Palach, inmolado en la Plaza San Wenceslao, la cara trágica de aquella mentira. Los jóvenes de Berkeley en California y los del Zócalo en México, le pedían «un chance a la paz» y derrotaban la guerra de Vietnam.
La misa comenzó a darse en lengua materna y de cara a los fieles; los viajes espaciales nos hicieron sentir, por un momento que éramos el centro del universo.
Aquí en Carabobo, tomamos el rectorado de la Universidad y reclamamos la renovación universitaria, con la mirada puesta en París, donde se «prohibía prohibir», de acuerdo con los decretos de los muros de piedra del viejo barrio latino.
Aquellas jornadas, tan recordadas hace poco, en la presentación del libro sobre el rector Ricardo Maldonado, otro hermano que se nos ha ido, dejaron huellas y nostalgias. Tocará, a quienes vienen detrás, juzgarla. Reinaldo, en aquellos días iniciaba sus estudios superiores y nosotros tratábamos de «tomar el cielo por asalto».
Por lo pronto, me quedo con la imagen viral de nuestro pastor cantando el poema de Antonio Machado, al alimón con Joan Manuel Serrat y agradeciendo a la providencia que nos ha hecho caminantes del mismo camino.
¡Hasta siempre querido amigo, la partida está pendiente!
Julio Castillo Sagarzazu es maestro.
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