La revolución de los torturadores, por Julio Túpac Cabello
Todas las especies tienen sus poblaciones excepcionales que, en lugar de propiciar la expansión de los suyos, ayudan a su destrucción. Los venezolanos hemos abundado por millones de caracteres (y también por dos décadas que parecen millones de años), sobre la capacidad destructiva del chavismo en lo cultural, en lo político, en lo institucional, en la existencia de derechos de todas las índoles, en las libertades, en el respeto a la voluntad popular e individual, en valores básicos como la honestidad y la buena fe.
Ahora descubrimos que todas esas consideraciones conceptuales, intelectuales, políticas y filosóficas, no son nada. Estamos frente a un movimiento que ha derivado en la aniquilación sistemática de la vida misma de sus compatriotas, a través de métodos crueles que suponen el disfrute sádico y morboso del prójimo.
Años de siembra de resentimientos, de permisos psicológicos para instar a emociones primitivas, de desprecio por todo lo que contiene y guía el conocimiento, años de aupar a colectivos, grupos de motorizados, que arrasan, invaden, disparan, roban, matan, años de premiación a violentos y exaltación de la eliminación del otro. No podía terminar de otra manera.
La aniquilación, el sufrimiento del distinto, y ahora el disfrute presencial de su padecer se ha convertido en una actividad sistemática, estructural, pensada y procesalmente ejecutada por el monstruoso estado chavista.
Instituciones, personal, infraestructura y pseudo-procesos paralegales están abundantemente dedicados a ellos. Edificios, sótanos, tribunales, jueces, organismos, funcionarios civiles, funcionarios armados, voceros, terminología. Armas, métodos, distintos métodos, son empleados por miles de venezolanos especialmente entrenados para detener, desaparecer, hacer sufrir y asesinar a otros venezolanos.
Es la tortura como viaje. La aniquilación como motivación de vida. Usted qué hace: yo elimino a mis compatriotas. Ese es mi trabajo, mi deber, mi asignación. Detener, desaparecer, hacer sufrir, herir, lastimar y asesinar venezolanos. Hacerlo directamente o contribuir en alguna parte del proceso.
Las células intrínsecas del chavismo han terminado por convertirse en cuerpos enemigos de su propio gentilicio y procuran su desaparición.
Después de prohibiciones, allanamientos ilegales, inhabilitaciones, censuras, detenciones arbitrarias, la costumbre de usar el poder para restringir y recortar el ejercicio ciudadano de otro, ha derivado en la eliminación directa de sus humanidades.
Primero fue la suma geométrica de marchistas, que ocurrieron año tras años sin que hubiese culpables (al parecer, por matar a quien proteste no hay que sentir culpa y, por el contrario, se es premiado). Luego fue la costumbre de que las detenciones ilegales se normalizaran, y se contaran por decenas, por centenas, de manera que una suma cercana a mil parece ya parte del paisaje.
Presos sin juicio ni acusaciones, con procesos interminables y falsos o manipulados, donde se burlan los más mínimos derechos de visita, alimentación, de higiene y de salud.
Y a eso se le suman las torturas. Centros enteros con funcionarios entrenados para recurrir al dolor físico, con los mecanismos más cruentos, para sacar una declaración, no importa cuán falsa sea. Y en el camino, la declaración, que al fin y al cabo cualquiera puede forjarse, pierde importancia. Lo importante es dañar. Atestiguar la minusvalía. Practicar a diario la cobardía como forma de vida.
El informe Bachelet suelta una cifra escabrosa: sólo en lo que va de año, y sólo las FAES, han asesinado extrajudicialmente a 7 mil personas. Más de mil al mes. Más de 30 por día. Es decir, que además de todas las violaciones a los derechos que ocurren a lo amplio de la sociedad, y los centros de detención ilegal y tortura, hay todo un ejército que diariamente sale a la calle a asesinar ciudadanos que puedan ser opositores, o que sean conocidos de opositores, o que, simplemente, hayan estado en el lugar equivocado.
Matar como política de estado, para producir escarmiento, para generar miedo, y, lo peor, por gusto, para satisfacer el combustible de odio generado por tantos años.
Es éste un régimen de torturadores, motivado por la exterminación del otro, movido por el odio y la violencia. Entrampado en su propia enfermedad, ya instalada, estructurada y reproducida en su organismo.