La ronda del lobo, por Carolina Espada
Twitter: @carolinaespada
Las vísceras de la señora Imlj estaban esparcidas por toda la mesa, regadas, ensangrentado el mantel bordado. Bordado A Rh negativo. Las rosas dibujadas sobre la tela con hilos de seda se veían más rojas, casi púrpuras. Unas no se distinguían, porque las finas puntadas se mezclaban con una masa de textura de pasta de hígado que fluía del hígado y de la vesícula y de los riñones de la señora Imlj. Pasta de vesícula, pasta de riñón y punto de cruz.
No había ningún orden sobre la mesa. Los intestinos estaban apilonados como si fueran espaguetis a la merde. Porque eso que goteaba y se escurría por la punta del mantel, y caía sobre la pata de madera en forma de garra de león, era materia fecal de primera. La señora Imlj estaba tan llena de eso. No era novedad. Eso se sabía.
*Lea también: Érase una vez un docente en Venezuela, por: Julián Martínez
Páncreas al Norte, bazo al Sur, útero al Este, corazón al Oeste. Todo un desconcierto. El corazón se destacaba porque parecía una piedra ennegrecida. Una piedra arrojada por un volcán; un pedrusco que había golpeado en la cabeza a una niña de tres años mientras era devorada por la lava. Así era el corazón de la señora Imlj. Muchos aseguraban que no tenía. Sí tuvo. Ovarios, no. Con razón no pudo tener hijos. Menos mal que no los tuvo. Hubieran sido íncubos y súcubos, y ellos sí hubieran tenido descendencia diabólica.
Todo el comedor olía a carne descompuesta, a excremento añejo, a velas consumidas, a vino vomitado, y al perfume penetrante y ofensivo de la difunta. Sus ojos, bien abiertos dentro de una copa llena de agua, no veían nada. Pero allí estaban como testigos silenciosos de lo que fue ese horror.
¿Pero dónde estaba el resto de la señora Imlj?
Estaba… por aquí y por allá. Su cabeza, picada en dos como un repollo, reposaba en una bandeja en la nevera. Mitad y mitad, nariz con nariz. Parecía una mariposa muerta con un cráter en cada ala. Una nevera casi vacía con una cabeza y un frasco con yogurt casero, fermentado… hongos verdes. Algo vivo y palpitante.
El cuerpo eviscerado de la señora Imlj estaba colgado en un gancho de ropa en el vestier. Varios trajes de noche, de los de antes, de tafetán y terciopelo… y ese saco de carne, con todo caído y la celulitis acumulada en los tobillos, allí guardado, pero no para otra ocasión. Ya no habría más ocasión.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Por qué nadie sabía?
Ha tenido que ser el lobo… o los lobos. Aquellos que tanto fueron evocados, invocados, por la señora Imlj durante toda su vida.
Con la imagen de un hombre convirtiéndose en lobo fue que me desperté aterrorizada. Tenía que esperar a que el animal desapareciera para poder pensar. Pasaron varios minutos. Muchos. El lobo salivando se fue diluyendo con la primera luz de la mañana. Ya no está –me dije–, ya se fue. Una vez sola debajo de la sábana, recordé la tarjeta de invitación que solita se había deslizado la noche anterior por debajo de mi puerta. Me había estremecido. Abrí de inmediato y no había nadie. Ya había sucedido antes y eso era un augurio nefasto.
Rasgué el sobre y… una fiesta… para el próximo 31 de octubre. All Hallow’s Eve… Halloween. Me invitaba el Ministro. El que se jactaba de tener tanto poder en el Ministerio de Magia Negra. Pero una cosa es jactarse y otra tener. ¡El Ministro invitándome a mí! ¿Qué tramaba? ¿Qué escondía? Un escalofrío me caminó por la espalda como si fuera una araña de metal y contuve la respiración. A lo mejor si dejaba de respirar estaría a salvo. O tal vez no.
Entonces sí me desperté. Había estado soñado con que me despertaba de una pesadilla atroz, pero en realidad no me había despertado. Ahora sí estaba despierta. Ahora sí. Y con una angustia terrible comprendí que tenía que levantarme para intentar sobrevivir a otra jornada de terror mío –terrores nuestros– de cada día.
Pero… ¿y esas manchas de sangre que dibujaron círculos junto a mi cama? Eran las huellas de un lobo. Había estado aquí. ¿Y por qué todo olía a carne descompuesta y al perfume penetrante y ofensivo de la señora Imlj?
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo