La rosa en su cuello: tatuaje que habría llevado a un venezolano a cárcel de El Salvador

El domingo 16 de marzo, el Gobierno de los Estados Unidos deportó a 238 venezolanos a El Salvador. Estos ciudadanos fueron recluidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo, una cárcel de máxima seguridad. Frizgeralth de Jesús Cornejo es uno de ellos. Fue señalado por un tatuaje, el mismo por el que su familia supo de su traslado
La Hora de Venezuela
Un video. Dos videos. Tres videos… Más de 10 videos. Era domingo, 16 de marzo. En su casa, ubicada en una parroquia del oeste de Caracas, Carlos Cornejo llevaba horas deslizando su dedo por la pantalla del celular, buscando un video en TikTok o tratando de ver alguna foto que le confirmara que Frizgeralth de Jesús Cornejo Pulgar, su hermano menor, había sido deportado de Estados Unidos a El Salvador, como otros 238 venezolanos.
Lo sospechaba, pero se aferraba a la esperanza de que no fuera así.
Hasta que llegó a una publicación de un periodista salvadoreño.
—¡Lo encontré! —se exaltó. Y la voz se le cortó.
Sus padres corrieron a quitarle el teléfono y le dieron play al video.
Ahí estaba: en ese pequeño clip aparecía una foto de Frizgeralth de perfil. Era él, no había dudas: tenía la cabeza rapada y estaba de espaldas a otro detenido. Se podía ver una rosa grande en el cuello, uno de sus más de 20 tatuajes.
Y entonces el llanto que había estado conteniendo Carlos, se desbordó.

La familia Cornejo Pulgar se dio cuenta que Frizgeralth habia sido llevado a El Salvador a través de un video. no han tenido contacto con él desde su traslado (Foto #LaHoradeVenezuela)
En la sala de la casa también estaban los amigos que Frizgeralth dejó al migrar. Todos tenían los ojos aguados. Sorprendidos, comentaron que no podían quedarse de brazos cruzados:
—¡Hay que hacer algo, vamos a publicar en Facebook y en TikTok! ¡Hay que pedir ayuda! —se dijeron entre sí.
En redes sociales encontraron la foto que a Frizgeralth le acababan de hacer en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la prisión máxima seguridad que el presidente Nayib Bukele hizo construir en Tecoluca, El Salvador, y que estrenó en 2023. Esas imágenes, que siguieron desatando las lágrimas, se mezclaban en las redes con las de la vida común y corriente que llevaba Frizgeralth en Caracas: ahí aparecieron también las últimas fotografías que se tomó antes de irse de Venezuela. Salía compartiendo, disfrutando, contento.
Sus amigos y familiares entonces comenzaron a compartir todo lo que podían sobre él. Excompañeros del trabajo publicaban y dejaron comentarios: “Ese chamo más tranquilo y más panita no podía ser… Qué injusticia”. “Qué les cuesta solo deportarlo y ya. No levantar esas calumnias”. “Él se fue a cumplir un sueño, no a ser torturado física y mentalmente”.
La última vez que Frizgeralth tuvo contacto con su familia fue un día antes, el sábado 15 de marzo. Estaba en Del Valle Center Facility, una prisión de Texas.
—Ya pronto nos montan en el avión. Nos dijeron que vamos a Venezuela —les contó en una última llamada que le permitieron las autoridades.
Les pareció escucharlo tranquilo, aplomado, y eso les devolvió un poco la calma.

Frizgeralth Cornejo fue detenido por migración en su cita en la frontera. fue detenido por sus tatuajes (Foto #LaHoradeVenezuela)
Frizgeralth estaba atrapado en una sucesión de infortunios. Llevaba casi nueve meses detenido por las autoridades migratorias de Estados Unidos. Salió de Venezuela rumbo a ese país el 10 de febrero de 2024, acompañado de Daniela, su novia, y tres amigos. Sus expectativas eran las que suelen tener quienes se lanzan a la aventura de echar raíces lejos de casa: quería conseguir un trabajo estable, conocer otra cultura. Pero, sobre todo, anhelaba reunirse con dos de sus hermanos, Miguel y Mónica, que residían allá desde hacía varios años.
Cruzaron el Darién, en una travesía que les tomó varios días. Luego siguieron por Centroamérica hasta México. Allí esperaron dos meses por la cita que pidieron en CBP One, la aplicación que, hasta enero de 2025, permitió a migrantes sin visa que aspiraban solicitar asilo programar citas en puertos de entrada fronterizos para tener un ingreso legal.
A ellos les asignaron la entrevista para el 19 de junio de 2024.
Frizgeralth le avisó a su familia con alegría. Su hermano Miguel sería el encargado de esperarlos y llevarlos a su nueva casa. Ya se acabaría la espera.
Ese día llegaron puntuales al puerto fronterizo de San Ysidro, en Baja California, y los hicieron pasar uno a uno para conversar con el oficial de migración.
Frizgeralth estaba nervioso porque los funcionarios no dejaban de mirarlo. Se sentía un bicho raro, intimidado.
—Tú vas a pasar de último —le dijo un oficial.
Solo pudo asentir y tratar de mantener la calma porque no había nada que esconder.
La familia y amigos aseguran que Frizgeralth, en Venezuela, era como cualquier otro muchacho. Salía a citas con Daniela; trabajaba con su hermano Carlos vendiendo ropa en una tienda virtual; jugaba fútbol con sus amigos; iba al estadio y paseaba con su familia. “Yo estoy limpio, no tengo delitos”, pensaba mientras esperaba. Vio salir a sus amigos y a Daniela, pero cuando llegó su turno, el tiempo se hizo eterno.
Dos horas, tres horas, cuatro horas, cinco horas… A su hermano Miguel le pidieron retirarse. Les indicaron que por ese día los procedimientos habían culminado.
Frizgeralth nunca salió y decidieron que se irían para evitar problemas, pero sabían que algo malo estaba pasando. Horas después, una llamada de migración se los confirmó: “Se quedó detenido por una investigación”.
El tiempo ha pasado y a todos en esta familia les ha costado entender exactamente lo que ha sucedido.
—A él siempre le dijeron que era por una investigación del tatuaje. Tiene aproximadamente 20 tatuajes en todo el cuerpo y uno es la rosa. Ese día comenzó esta pesadilla —comenta ahora Carlos, desde su casa en Caracas.
A Frizgeralth Cornejo primero lo llevaron al Centro de Detención de Otay Mesa en San Diego, California, una cárcel federal de seguridad media controlada por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EEUU (ICE). Semanas después lo trasladaron a Winn Correctional Center en Luisiana, el lugar donde pasó más tiempo: seis meses.
Mónica y Daniela hablaban con él porque a veces los oficiales le prestaban un celular, desde el que podía escribirles. También podían verlo de tanto en tanto en lo que llamaban “Visitas picnics”. Ellas pedían “citas” para que les permitieran esos encuentros, o él los solicitaba. Una vez, le llevaron las planillas del asilo que él tenía que firmar y no les permitieron ingresarlas.
Para darse un abrazo, ambas tenían que cumplir un protocolo meticuloso. Solo podían comprar la comida en un lugar específico y abrir cada una de las bolsas al llegar. En el mostrador, dejaban sus celulares, las llaves y sus documentos de identidad. Las revisaban. Luego, las hacían caminar por un pasillo largo e iluminado, rodeado de muchas rejas.
—Había muchos oficiales, les pasábamos por el lado, hasta que llegábamos a una sala donde lo traían a él. Solo lo vimos dos veces en Winn Correctional Center y una vez en Otay Mesa —recuerda Mónica.
En esas visitas, notaban a Frizgeralth de mejor ánimo. Les contaba que oraba seguido para no sentirse solo; que al salir quería congregarse en una iglesia, casarse y tener hijos. Y que ahí dentro había más venezolanos que aseguraban haber sido detenidos por la misma razón que lo tenían a él: tener tatuajes. Él les repetía a ellas, una y otra vez, lo mismo que les escribía por mensajes: “Anhelo estar con ustedes ya, pero me toca esperar el tiempo de Dios”.
Ellas le transmitían a la familia cada detalle que lograban obtener.
El 14 de diciembre pasó su cumpleaños 26 encerrado y sin poder compartir con su gente.
Un día, Mónica recibió un mensaje que le preocupó: “Ando desanimado porque aquí han empezado a llegar venezolanos que ya estaban con libertad y cuentan que los fueron a buscar en sus casas, a sus trabajos, les dijeron que sospechaban de sus tatuajes. Yo sé que mis tatuajes no son referentes a algo delictivo, pero esta gente está juzgando a todo el mundo de la misma manera”.
Cuando el Gobierno de Estados Unidos confirmó que había enviado a 238 migrantes venezolanos a El Salvador, aseguró que los expulsaba por ser presuntos miembros del Tren de Aragua. Y agregó que no solo los unía su nacionalidad, sino tatuajes específicos con los que se identifican. Aquellos que tengan un tren, una rosa, una brújula, una estrella, una corona, o simplemente a Michael Jordan saltando, pueden ser considerados integrantes de la banda según el Departamento de Seguridad Pública de Texas, aunque no haya un delito que los incrimine.
El mecanismo final para lograr ese traslado fue aplicar la Ley de Enemigos Extranjeros, que permite sacar de Estados Unidos a “terroristas” sin derecho a juicio en tiempos de guerra. La familia de Frizgeralth leyó que El Salvador acordó mantenerlos presos en el CECOT por un año y que ese trato podía extenderse indefinidamente. Su indignación creció cuando supieron que el vuelo se aprobó, aunque un juez federal intervino para detener el procedimiento.
—Dieron la orden de que ese avión no despegara, pero la administración del nuevo presidente violó la orden y los envió —dice Mónica.
Tenía dudas de si él era parte del grupo porque su hermano tenía un juicio programado para el 22 de abril de 2025, que determinaría si lo soltaban o no.
En pocas horas, dieron con una familia en redes sociales que denunciaba que su familiar estaba en el CECOT porque lo reconocieron en una foto. Notaron que el caso era similar al suyo y les dijeron algo que los removió: “A todos los que estaban en Del Valle se los llevaron para allá”. Sabían lo que significaba: ahí estaba incluido Frizgeralth.
En Estados Unidos se ha reportado la detención documentada de miembros del Tren de Aragua en Florida, Nueva York, Texas y Colorado. Durante el gobierno de Joe Biden, hubo al menos 50 apresados y 100 investigaciones federales abiertas. Durante el proceso no se habló de tatuajes, sino de delitos como la extorsión, tráfico de armas, drogas y personas, explotación sexual y secuestros. Periodistas que han investigado a esta organización criminal por años aseguran que los tatuajes no son elementos que identifican a los miembros de la banda. Hay algunos que los tienen, pero no suponen una simbología compartida.
La familia de Frizgeralth aún se pregunta cuál fue el delito que cometió porque hasta logró la cita del CBP One, cumpliendo sus exigencias legales. El 17 de marzo Karoline Leavitt, secretaria de prensa del Gobierno de Trump, dijo que de los 238 venezolanos trasladados al CECOT, 101 fueron expulsados por leyes de inmigración y 137 bajo la Ley de Enemigos Extranjeros por delitos cometidos en Estados Unidos. Ellos suponen que, en todo caso, él pertenecería al primer grupo, pues la nueva administración de ese país considera que, incluso quienes ingresaron a través del desaparecido sistema CBP One, cometieron un delito. Y lo suponen, porque no hay prueba alguna que lo vincule con una banda o actos delictivos.
Tres días después, un medio de comunicación publicó una lista con los nombres de los que enviaron a El Salvador. La familia confirmó que era real no solo porque salía el nombre de Frizgeralth, sino el de otros jóvenes cuyos seres queridos denunciaron su traslado. Eso sí, continúa sin haber aclaratoria de cuáles específicamente tienen expediente por delitos.
Mónica ha llorado en silencio por lo que vive su hermano y por sus propias ilusiones rotas.
—Yo quería compartir aquí con él. Hacerle comida. Verlo, pues. A pesar de que había pasado mucho tiempo, yo seguía con la fe intacta de que lo iba a ver aquí y de que todo el sacrificio que él hizo habría valido la pena, pero pasó lo que pasó.
La esperanza de su familia está puesta en que pronto haya una rectificación por parte del gobierno de Estados Unidos.
Sueñan con ver otra foto pronto, pero una distinta. Quieren una fotografía en la que Frizgeralth aparezca junto con sus padres y hermanos en Caracas. Y que, si hay una próxima llamada, sea para celebrar ese reencuentro que sí se dio.
Mónica no sabe cuándo, pero trabajará para que en algún momento puedan verse sin la mirada de un policía desde una esquina. Probablemente en otro país, en otro contexto.
—Yo sé que esa decisión la están peleando y esperamos que sea positiva la respuesta, que ellos puedan salir de allí. La gente tiene que saber que nosotros lo que buscábamos, lo único que deseábamos, era poder estar en familia.
*El periodismo en Venezuela se ejerce en un entorno hostil para la prensa con decenas de instrumentos jurídicos dispuestos para el castigo de la palabra, especialmente las leyes «contra el odio», «contra el fascismo» y «contra el bloqueo». Este contenido fue escrito tomando en consideración las amenazas y límites que, en consecuencia, se han impuesto a la divulgación de informaciones desde dentro del país.