La sed, por Mercedes Malavé González
Semana Santa se perpetúa en nuestro calvario nacional. Emparejada con la provincia, a Caracas llegaron las inmensas colas de gasolina con sus mafias de rigor. Luego de tres días de intentos que acabaron con lo poco que tenía, acudí al mercado negro; a ese primitivo e inseguro intercambio al que estamos confinados dentro y fuera del país, para comprar y vender cualquier cosa, para importar o exportar.
He ahí nuestro aislamiento económico colectivo, producto de sanciones y bloqueos que no benefician ni a un partido, ni a una causa, ni a un sistema, ni a la salida del régimen. Lo único que logran acelerar es lo peor de nosotros mismos.
Y le dan a beber un poco de gasolina
Tradición de Semana Santa son las siete palabras de Jesús en la cruz, entre ellas la súplica “tengo sed”. Los soldados le acercaron a la boca una esponja mojada en vinagre. Es la consumación del mal negarle agua a un moribundo.
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Un joven enteco llegó a mi estacionamiento con su pimpina de gasolina. Duerme en las colas de Caracas huyéndole a la guardia que prohíbe vehículos alrededor de las bombas. Sólo se puede llegar a las tres de la mañana; antes no, como si hubiese mucha diferencia entre las 12 y las 2, y las 3 y las 4 de la madrugada. Lo cierto es que el muchacho amanece un día y otro para ir llenando su moto. Almacena de diez en diez litros y luego revende hasta tres dólares el litro. Chupa la manguera para sacar gasolina de un carro destartalado. Repite la operación: traga, escupe, se queja, pero logra sacar todo el combustible del tanque… no de su pobre cuerpecito intoxicado que quién sabe desde cuándo no se alimenta bien. Le digo: “si sigues tragando y aspirando gasolina, lo que ganes lo vas a perder en medicamentos”, a lo que responde: “de pana que sí me voy a enfermar”.
Nuestro calvario nacional vive las siete palabras. Millones de jóvenes tienen sed de futuro, de progreso, de bienestar. Con hambre y desnutrición, salen a diario a perder la vida, en lugar de ganársela. Hoy nuestros jóvenes claman como Jesús: “tengo sed”. Y el gobierno, consumando su perversidad, les da a beber un poco de gasolina: como un narcótico que disminuya el dolor de sus padecimientos.
¿Más?
Estas son las líneas que apenas alcanzo a vislumbrar después de varias semanas sin escribir, deseosa de romper el mutismo en el que me sumergió una especie de shock postraumático, luego de que se anunciara el confinamiento social de un país que viene muriendo de aislamiento.
Apenas alcanzaba a preguntarme angustiada: ¿Más? Y ahora caigo en cuenta de que precisamente ése es el signo de la cruz.