La servilleta fatídica, por Gregorio Salazar
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The Napkin en inglés. O Guardanapo en portugués. La Serviét en francés. Die Serviette en alemán. Il Tovagliolo en italiano. Términos que en esos idiomas remiten desde hace centenios al mismo objeto, esa pieza de papel o de tela que se usa para limpiarse las manos o la boca durante las comidas y que en español denominamos servilleta.
Muy lejanos estamos siquiera de intentar dedicarle este espacio a un tema propio de la semiótica, nuestras pocas luces no alcanzan para tanto. Pero podemos apostar a que si en otras partes el título de esta nota crearía una interrogante, en Venezuela cualquier lector al vuelo sabe a cuál servilleta específicamente nos estamos refiriendo y, más todavía, porqué merece por todo respecto y como mínimo el estigmatizador cognomento de fatídica.
Efectivamente, la servilleta, concretamente de papel, y gracias a la inventiva ácida y mordaz, implacablemente invicta del pueblo venezolano adquirió una nueva connotación, esta vez política y capaz de marcar para la historia uno de los episodios más retrógrados de nuestra contemporaneidad. Y fue el zarpazo, valga también “servilletazo”, dado por el oficialismo para desconocer la decisión soberana de los venezolanos el 28 de julio cuando escogió como próximo presidente de la República al diplomático Edmundo González Urrutia. El señor los aplastó, los arrasó con unos cómputos que parecen más bien de baloncesto: 68-30
Fueron tan inconsistentes, sin el más mínimo respaldo, tan atrevidamente desconocedores de la verdad los datos que ofreció como supuesto resultado de los comicios el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), que para el imaginario popular tal acto de improvisación y piratería, de burla disparada al infinito, no podía haber salido sino de alguien que en su desesperación los trazó apresuradamente sobre una servilleta de restaurant, la más efímera pieza de papel a la que podemos darle uso.
Estemos claros: lo más seguro es que desde las altas esferas le enviaran el adefesio por whatsapp o por mensaje de texto, pero nada resulta más elocuentemente deleznable que la imagen de unos números trazados con premura en una cuarta de papel en medio del pánico generalizado de los poderosos.
Si el gran ilustrador que fue de este medio, el inolvidable, Kees hubiera estado vivo, qué de banquete se hubiera dado, imaginamos, caricaturizando al presentador del inverosímil acto de escamoteo electoral, leyendo solemnemente ante la Asamblea Nacional un papelucho, ya medio convertido en tiras, pringado de amarillo manteca o mostaza y de salsa de tomate, porque al autor del desaguisado en un descuido –producto de la turbación, compréndase– se le olvidó lo “trascendental” del contenido y se limpió los dos carrillos con ella.
Dejando de lado el asomo político y pese a lo dicho en el segundo párrafo, no resistimos la tentación de entrometernos en campo de significantes y significados para afirmar, subrayar, remachar que suplantar la vigencia de la Constitución nacional, la misma que el grupo en el poder impulsó hace 25 años, por la malhadada servilleta de marras fue un acto de birlibirloque, esa palabreja que el español ha ido dejando en desuso, tal como pensábamos que en América Latina las dictaduras también lo estaban.
No necesitamos repetir lo de las “pocas luces” para justificar el porqué le pedimos a la novísima Inteligencia Artificial, ya en avasallante avance universal, que nos abundara en el significado de “birlibirloque”. Vea usted: “La palabra birlibirloque proviene del caló y es la unión de los términos birli y birloque, que significan “robar” y “ladrón”, respectivamente. Originalmente, la expresión se usaba para indicar que alguien había sido robado de forma sutil y mañosa, sin que se supiera cómo lo había hecho”. Mil gracias, IA.
Ciertamente, esto último no encaja exactamente con lo ocurrido entre nosotros, pues si la ejecución fue mañosa no tuvo nada de sutil. Y además todos sabemos quiénes y cómo lo hicieron.
Por eso hay que señalar que la servilleta resultará fatídica, no precisamente para quienes hoy son victimarios, sino para quienes han escogido un incierto futuro político, de vuelo gallináceo diría Betancourt, pretendiendo desconocer la voz del pueblo. Vox Dei, decían los antiguos, esa que hace eclosión por encima de adversidades y de arsenales. Y que se cumple, tarde o temprano, como una sentencia.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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