La silla de terciopelo, por Rafael A. Sanabria M.
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«Tus valores definen quien eres realmente.
Tu identidad real
es la suma total de tus valores».
Assegid Habtewold.
Érase una vez una silla de terciopelo que se enorgullecía de ser morada de un hombre digno, ejemplar, trabajador, con ideas innovadoras, nuevos retos y respiraba humildad y honradez.
Un buen día la silla de terciopelo fue a casa de un hombre adinerado a disfrutar de un prestigioso brindis, al entrar quedó sorprendida de la lujuria en que vivía su gran amigo.
La silla de terciopelo quedó muda. De su interior exhaló una voz sincera –¡OH si yo fuera rica como mi amigo! No tendría que trabajar tanto y aguantar el peso de este señor digno y honrado.
A penas dejó de manifestar su deseo oyó de su espaldar una voz: Serás rica si te haces indiferente al mundo. Tu deseo será cumplido y la silla de terciopelo se volvió rica. Al llegar a su morada encontró un cofre de alhajas finas y delicadas que desbordaban vida y progreso.
La silla de terciopelo se olvidó de su vida pasada. Era rica y vivía bien, ella y los suyos. Un día pasó delante de su palacio una princesa, llevada en un carruaje por varios escoltas y un séquito como comitiva. La silla de terciopelo exclamó:
-OH, si yo fuese princesa me llevarían en un carruaje precioso como el de ella y un asistente tomaría mi mano y con una lujosa sombrilla me protegería de los rayos del sol. El espaldar de la silla se dejó oír. Y pronunció: será cumplido tu deseo. Si te haces sorda, a las palabras de la gente serás princesa. Y llegó a ser princesa. Y era paseada en un carruaje de oro y el asistente vestido de gala la protegía del ardiente sol.
Llegó el verano. Arreció el calor. Y los rayos inclementes del sol cayeron sobre la tierra, sobre niños, jóvenes y adultos, hasta el visaje de la princesa se le quemó. La princesa expresó: –Pero ¿Qué tipo de princesa soy? ¿El sol no me perdonó? Pues quiero ser sol. El espaldar de la silla dejó oír su voz y dijo: será concedido tu deseo, si te olvidas de tus principios y valores. Y la silla de terciopelo fue sol. Fue tan recio que envió sus rayos con violencia. Un buen día una nube muy pequeña y sin importancia se puso ante él. El sol enfurecido se pronunció: –¿Cómo? ¿Una simple nube que deambula con el viento es más poderosa que yo, que no me deja salir a iluminar el mundo. Pues quiero ser nube: – se cumplirá tu deseo, si aceptas olvidar las leyes. Y fue nube.
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La nube detenía el sol. Se inundó la aldea, se rompieron los muros y todo quedó inmerso en las aguerridas aguas. Pero un día la nube se dio cuenta que una roca tenía más poder que ella, pues impedían el paso del agua. Pues quiero ser una peña. El espaldar de la silla le dijo: se cumplirá tu deseo si te haces ciega a los problemas de tu pueblo. Serás roca. Y ningún fenómeno natural consiguió mover la roca.
Un buen día la roca escuchó un ruido extraño frente a ella y abrió los ojos. Se inclinó. Y mirando atenta vio una humilde silla vieja que exhibía a un hombrecillo humilde y honesto, que iba sacando ideas, altruismo y nuevos retos de la roca. La antigua silla de terciopelo, dijo: – ¿cómo, una humilde silla vieja es más poderosa que yo? Pues quiero ser esa silla vieja.
Y espaldar de la silla dijo: – se cumplirá tu deseo, si te conviertes en una silla de terciopelo humilde que le importe más el hacer que el tener. Serás esa silla. Y volvió a ser la silla de terciopelo que todos los días exhibía el hombre humilde y honesto que se ganaba el afecto y el cariño de todos.
La silla sencilla de terciopelo no olvidó que quien deja de ser aquello que fue en un principio y que le dio su identidad, nunca en la vida será nada y vivirá siempre insatisfecho.
Líder, esta puede ser la historia tuya; no dejes que tu identidad se pierda, por el afán de imponer tu yo. Que esos estados en que transitas y experimentas profundas dudas, sobre quién eres, como ves el mundo, cuáles son tus necesidades y tus criterios para la toma de decisiones, té sirvan para reflexionar y consolidar tu yo con respecto a tu entorno.
Deja que el espaldar de la silla sencilla de terciopelo vuelva a su silencio.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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