La simulación unitaria, por Simón García
Twitter: @garciasim
La situación en torno a la Unidad es grave y lamentable. Es la palabra más mentada en los discursos y la más desmentida en los hechos. Nunca había sido tan nítida la ausencia de sentido de país y la pequeñez para promover la democracia. La mayoritaria exigencia unitaria no tiene quien la conduzca a enfrentar al régimen con candidatos de consenso.
Una característica recurrente es la ruptura del vínculo entre partidos y sociedad. Los partidos dejan de servir al ciudadano porque se dedican a bregar su sobrevivencia. Se autonomizan respecto a los ciudadanos, se liberan de la rendición de cuentas y satanizan todo examen crítico sobre sus conductas. Un pernicioso cesarismo autoritario se infiltra desde el Estado a los partidos democráticos.
Ni por excepción a la regla hay un municipio, entre los 335, donde las distintas fracciones de la oposición postulen a un mismo candidato. El G4 que simbolizó la unidad victoriosa del 2015 debe admitir su mayor responsabilidad. Sin cargar las tintas sobre ellos ni exonerar a quienes no forman parte de esa coalición.
Ninguno de estos subpolos opositores ha presentado al país una propuesta concreta para ensanchar las posibilidades de triunfo en más gobernaciones y Alcaldías. Hablan de métodos, pero nunca de fines, objetivos y programas. El mejor método es partir del respeto a liderazgos verificados por las encuestas y los apoyos sociales, como el de Manuel Rosales en Zulia o Falcón en Lara. Pero el afán hegemónico ciega a quienes prefieren derrumbar al ganador si no es de su parcela.
Ya no existen los motivos aducidos para tirarle la puerta a un opositor por dialogar con el gobierno ni para prédicas que asocien el voto a traición, complicidad o colaboracionismo. Toda la oposición, con la explicable ausencia de quienes acomodan su política a un ineficaz y falso juicio moral, está participando en las elecciones. Y eso es un avance, aunque se tarde en reconocer que es una clara rectificación de estrategia, antes que la satisfacción de las condiciones para participar.
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El realismo político le ganó a la política basada en cuentos y falsas expectativas. Pasar la página es aceptar que el G4 no es la única oposición. El acuerdo entre los componentes de una de las partes de la oposición es apenas una dimensión de la unidad, pero no une a lo diverso ni asegura el objetivo principal de movilizar una mayoría que le gane al régimen. No abarca a otros actores no políticos ni suma apoyos más allá de los menguantes electores cautivos.
Si no es democrática, la unidad pasa a ser la imposición autoritaria al país de una simulación de ella. Simulacro que cada uno de los sub polos opositores perpetra a conciencia de que es un salto hacia el desastre.
Debemos abandonar relatos sesgados sobre la unidad, sustento de la guerra existencial opositora. La unidad necesaria supone armisticio y aproximación entre fracciones con visiones y perspectivas diferentes. Una condición no electoral para convertir la lucha electoral en herramienta para la transición.
Mientras no surja una verdadera política unitaria, aumentará una fragmentación, paradójicamente, para reclamarla. Los electores presionaran por la formación de terceras opciones liberadas del cierre de la subpolarización y que eviten que la oposición repita el desmoronamiento del régimen, cuyos seguidores desencantados nutren el universo NI NI.
Si los partidos no superan el vacío unitario la sociedad encontrará los medios para satisfacer el más amplio entendimiento para reconstruir a Venezuela. Ya hay unas señales.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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