La soledad del régimen, por Gonzalo González

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El estado de tensión entre Venezuela y los Estados Unidos es un asunto de extrema gravedad, cualquier error de cálculo o incidente fortuito puede generar actos de consecuencias terribles, sobre todo para Venezuela.
La inopinada e inédita presencia de buques de guerra de los Estados Unidos (EEUU) en labores de vigilancia –no solicitada oficialmente– frente a las costas venezolanas demuestra que el desencuentro entre ambos estados ha escalado a niveles inesperados y peligrosos que nos remontan a 1902, pero ahora pueden ser el preludio de un escenario más peligroso y dañino que el de antaño.
No deseo como venezolano que esta situación derive en un enfrentamiento bélico entre ambos países y mucho menos en la irrupción de tropas extranjeras en nuestro territorio. Pero, sí soy partidario de que la comunidad internacional presione con fuerza para obligar al régimen a reconocer la soberanía popular expresada en votos y negociar una transición hacia la restauración de la vigencia efectiva de la Constitución.
Las relaciones entre ambos estados, durante el periodo 1958-1999, estuvieron presididas por el respeto a la soberanía nacional e intereses de uno y otro, por el forjamiento continúo de lazos políticos, económicos, culturales, deportivos… provechosos; no exentos de asimetrías, pero siempre asumidas desde el convencimiento y la intención de superarlas constructivamente en aras de preservar y mejorar su calidad.
Venezuela, durante el periodo referido, nunca fue vasallo de los Estados Unidos, ni se alineaba servilmente a su política internacional. Posicionamiento que no derivó en ningún tipo de represalias. Es por ello que el discurso antimperialista nunca tuvo acogida, salvo en sectores muy minoritarios del mundo político
A estas alturas, y en medio de un escenario pre-bélico, es necesario que los venezolanos nos preguntemos por qué nos encontramos en esta inédita y terrible situación; y qué se puede hacer para no llegar a una guerra sea del tipo que sea.
La responsabilidad fundamental en esta situación corresponde al chavismo. Chávez se empeñó desde el principio en demoler las relaciones con Estados Unidos sin que mediara o fuese antecedido por acciones de parte de EEUU en el terreno político o económico que afectara la soberanía, autodeterminación e intereses del Estado venezolano.
Ese empeño continuado por su sucesor ha demostrado ser un error colosal. Solo a gobernantes cegados por concepciones ideológicas e intereses subalternos se les ocurre dinamitar las relaciones –asaz provechosas– con su principal socio comercial quien como agravante es la principal potencia política, militar y económica del mundo.
Otro asunto relevante en esta situación –por demás dinámica e impredecible respecto de su devenir– es la evidente soledad del régimen.
En cualquier otro país del continente la presencia cercana a sus costas de naves de guerra de Estados Unidos en talante inamistoso hubiese creado un enorme revuelo, generado rechazo a los potenciales agresores a la soberanía nacional, un exacerbamiento del nacionalismo y el patriotismo, la aparición de miles de comunicados y pronunciamiento de diversas instituciones de la sociedad civil, masivas movilizaciones populares de apoyo y defensa de la dignidad nacional, la quema de banderas de EEUU y que numerosos jóvenes se presentarán como voluntarios en los cuarteles para integrar fuerzas de defensa. En otras palabras, de un clima electrizante y militante de indignación en la sociedad. Uno de esos escasos momentos de unidad nacional experimentados en las sociedades.
Pero nada de eso ha sucedido. El régimen dragonea de haber activado a cuatro millones de milicianos y convocado al pueblo a presentarse a centros de alistamientos. Es evidente que lo de los cuatro millones de milicianos es un acto vulgar de propaganda y que el operativo de alistamiento es un fracaso en progreso; por algo Maduro declaró que el Gobierno consideraba declararlo obligatorio.
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El ambiente que existe en la sociedad no responde a que los venezolanos nos hayamos convertido en apátridas piti yankees. Se trata de que la sociedad rechaza al régimen, no lo considera ni legal, ni legítimamente habilitado para ejercer el gobierno, lo asume como responsable de que la situación con EEUU haya escalado a estos límites, no confía en sus intenciones ni comparte sus objetivos. Solo admite que se vayan –y no pocos cómo sea–.
Concurrir a un enfrentamiento bélico internacional – sobre todo contra la principal potencia militar del mundo– ayuno del apoyo de la sociedad es un acto irresponsable con el país y suicida para los gobernantes de turno.
Lo pertinente y responsable para con el país, en esta coyuntura tan difícil –y con esto tratamos de darle respuesta al segundo interrogante arriba planteado– es que el régimen propicie un escenario de conversaciones con EEUU que baje la tensión y conduzca a una negociación constructiva, sincera, sostenible para resolver la crisis venezolana. Todavía hay tiempo, pero no mucho.
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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