La sonrisa, por Gisela Ortega
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En este mundo de expresiones, tiene gran importancia el juego muscular de dispersión y distensión que es la sonrisa. Sonreír es mostrar una cara alegre que se refleja en una gracia peculiar del semblante. En los humanos son manifestaciones comunes que evidencian placer o entretenimiento, pero también puede ser un ademán involuntario de ansiedad, o de muchas otras emociones, como la ira, el sarcasmo, la burla.
Los científicos han identificado una variedad de tipos de sonrisa.
La “sonrisa de Dúchenme”, nombrada así por el investigador Guillaume Dúchenme, es la más estudiada, involucra el movimiento de los músculos cigomáticos mayor y menor cerca de la boca y el músculo orbicular cerca de los ojos. Se cree que la sonrisa de Dúchenme es producida como una respuesta involuntaria a una emoción autentica y es lo que se puede llamar una “sonrisa genuina”, la franca, espontanea, sincera, la que refleja el alma sin subterfugios, sin ambages.
La “sonrisa profesional”, es una sonrisa que manifiesta cordialidad, llamada así por David Foster Wallace en su relato: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
La “sonrisa sardónica” es una condición médica producida por el tétanos, en donde los músculos de la cara se contraen y el paciente muestra los dientes como sonriendo.
William James, –1842-1916–, filósofo norteamericano, en su «Teoría de las Emociones», reduce éstas a un mecanismo reflejo y a las sensaciones internas debidas a los cambios somáticos. Al invertir –gracias a esta hipótesis– los términos del conocimiento según la cual, por ejemplo, la sonrisa es el efecto y no la causa de la alegría, nos da a entender que no sonreímos porque estamos contentos sino que estamos contentos porque sonreímos
Hay gamas y grados de sonrisa…Están las sintomáticas de estados positivos de ánimo como son: las alegres, las esperanzadas, las ilusionadas, las joviales, simpáticas, felices, las divertidas despreocupadas, placenteras. Las hay, productos de sentimientos negativos: impertinentes, sardónicas, insolentes, cínicas, burlonas, petulantes, soberbias, licenciosas, lascivas. También se encuentran las ligeras, livianas y pesadas. Según su grado de temperatura, se dividen en: cálidas, tibias, heladas, que se hielan y que hielan.
De acuerdo a su sabor, tenemos la sonrisa de gusto, las dulces, las amargas, las de hiel, las almibaradas y las empalagosas. Conforme a su extensión: la amplia, la abierta, la de medio lado, la semi sonrisa y la de oreja a oreja. Hay quienes sonríen con los ojos.
Hay otras que iluminan, radiantes, deslumbrantes, diáfanas, transparentes, opacas, llenas de colorido. Guiándonos por su contenido, las hay; huecas, vacías, inexpresivas, sin personalidad. Están las nerviosas, las angustiadas, las de disculpa.
Algunos nos niegan el acceso a su intimidad a través de sus sonrisas que resultan, por eso, fingidas, falsas, hipócritas, afectadas, equivocas, forzadas.
Otros recurren a especialistas en crear imágenes que impacten, para que les inventen, elaboren y añadan una sonrisa proselitista, diagramada, artificial y estudiada.
Esta la sonrisa triste que es una concesión al llanto y la muy conocida sonrisa de cochino. Cuando no gusta una sonrisa, se la califica de “sonrisita”.
Quienes ven más caras sonrientes en su contorno son los altos personeros de los gobiernos de turno, que tienen que soportar las embobadas sonrisas insinuantes y congraciantes que se les prodigan. A ellas responden, con una sonrisa hastiada y displicente; otros, con un paciente y resignado sonreír y los más susceptibles a ese halago constante, terminan sonriendo soberbios, vanidosos y engreídos.
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En China, los taoístas enseñaban que una simple sonrisa aseguraba la salud, la felicidad y la longevidad, pensaban que la salud de una persona era proporcional a las veces que se reía durante el día.
Karl Julius Weber, -1767-1831-, el filosofo sonriente recomienda en su ensayo: La Risa y la Sonrisa: “Por decoro hemos de obligarnos a mostrarnos amables, y no bien hemos desempeñado este papel durante cierto tiempo, cuando nos volvemos realmente amables y joviales”.
El médico, Sigmund Freud, -1856-1939-, atribuyó a las carcajadas el poder de liberar nuestro organismo de energía negativa. Esa catarsis, –según él– nos permitiría vivir mejor.
Hay sonrisas que han sido consagradas en la pintura y en la literatura, que parecen ocultar un misterio o un secreto, como la enigmática sonrisa de “La Gioconda”, de Leonardo Da Vinci, el cuadro más famoso del mundo; el «disiato riso» en la obra de Dante, que es la sonrisa gótica que perpetúan las vírgenes de piedra en los portales de las catedrales europeas… La #sonrisa humedecida por las lágrimas» que dedica Andrómaca a Héctor, en el Canto VI de La Ilíada; la que Gustavo Adolfo Bécquer pagaba con un cielo “cierta sonrisa” de Françoise Sagan y la frase delatora en el Hamlet, Acto I, de Shakespeare: “Uno puede sonreír y ser un bellaco”.
Si queremos vivir en un mundo sonriente, debemos hacer del sonreír una disciplina para que. a fuerza de sonrisas, acabemos por convencer y convencernos de que somos dichosos; ello supone ahogar el llanto, mitigar las penas y aligerar la pesadumbre sonriendo, y la exterioricemos sonrientes y sonreídos.
La sonrisa viene y va hacia dentro. Resulta difícil comprender, porque todos nosotros, no sonreímos mucho ya. Por último, –“es más fácil obtener algo con una sonrisa que con la punta de una espada”–, decía Shakespeare.
Gisela Ortega es periodista.
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