La supremacía de la modernidad, por Lidis Méndez
La victoria de Donald Trump el 5 de noviembre, puede interpretarse como una reafirmación de los valores modernistas en la política estadounidense, como una respuesta de la sociedad frente a las complejidades y divisiones intensificadas en la era postmoderna. Esta contienda no se trataba únicamente de una elección política, como mencioné en mi artículo anterior: El dilema del poder tecnológico; sino que, además, simboliza la pugna por la identidad cultural y la resistencia a un cambio acelerado que muchos perciben como una amenaza a la cohesión social.
El retorno de la identidad nacional fuerte, fue la base ideológica de la campaña de Trump en 2024: construyó una narrativa de grandeza nacional, donde sus propuestas apelan a una necesidad de orden y estabilidad.
En medio de una década de tensiones sociales y cambios en las políticas migratorias, se presenta en estas elecciones como defensor del «sueño americano» haciendo énfasis en los valores tradicionales, pronunciándose en contra de las leyes sobre el aborto y encarando con contundencia los discursos globalistas, postmodernistas, de diversidad y relativismo.
Ante la búsqueda de seguridad en tiempos inciertos, con conflictos y amenazas a la seguridad nacional (y también personal) Trump, ha personificado para muchos votantes una opción de «protección y heroísmo». Además, su énfasis en reforzar las fronteras, replantear las alianzas internacionales, y priorizar los intereses estadounidenses sobre los globales, responde a un modernismo pragmático: la idea de que la fortaleza interna es la base para la estabilidad externa. Esta propuesta, contrastó con la perspectiva de un país abierto y en diálogo constante que promovió su contrincante, y que muchos estadounidenses percibieron como insuficiente para responder a los desafíos de seguridad actual.
Mientras sus opositores abrazaron posturas de cambio basadas en la transición hacia energías limpias o la adaptación frente al cambio climático— Trump optó por priorizar políticas que, según él, mantienen la «prosperidad tradicional»; como, por ejemplo, la independencia energética basada en el petróleo norteamericano (el que tenga ojos que lea). Esto refleja que la postura modernista de pragmatismo económico, supo imponerse sobre la filosofía idealista y, a menudo abstracta de Harris.
Es crucial señalar que la victoria de Trump, no solo debe interpretarse como una batalla por el poder tecnológico, o entre modernismo y postmodernismo; sino también puede entenderse, como la aceptación entre una visión tradicionalista y una visión progresista de la sociedad.
La capacidad de Trump para movilizar a sus seguidores tiene que ver, en parte, con su rechazo a ciertas reformas sociales —como el reconocimiento de nuevas identidades de género y políticas de inclusión— que sus votantes perciben como divisorias o innecesarias.
Sin embargo, esta postura también generará tensión a futuro, ya que la sociedad actual no es la misma de hace unas décadas, y los movimientos sociales han ganado un espacio importante en la cultura nacional, algo que la administración Trump, sin lugar a dudas, enfrentará como un desafío nacional y global.
La visión tecnológica que guiará a Estados Unidos en los próximos años, se encuentra en un punto de decisión para encarar las tendencias emergentes en inteligencia artificial, ciberseguridad, comunicaciones cuánticas, y las tecnologías vinculadas a la frontera espacial.
En una era donde la supremacía digital define el poder global, Estados Unidos enfrenta un momento decisivo en la historia de su liderazgo global: el país debe ser capaz de equilibrar innovación con ética, y avance tecnológico con derechos civiles. La clave para una política tecnológica eficaz, será una visión que, sin descuidar la seguridad nacional, respete y fortalezca los valores democráticos, fomente una sociedad en la que la tecnología sirva como una herramienta para la equidad y asegurar en alguna medida una prosperidad más compartida con el resto del mundo.
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Finalmente, no puede uno dejar de observar que la victoria de Donald Trump tuvo un efecto inmediato en los mercados financieros, que reaccionaron con un notable impulso alcista. Los principales índices estadounidenses, como el Dow Jones, el S&P 500 y el Nasdaq, alcanzaron nuevos máximos históricos. También, impulsó el rendimiento de los bonos del Tesoro, con el rendimiento a 10 años alcanzando su nivel más alto en varios meses al alza en los mercados; y además, otros activos, como las criptomonedas, también experimentaron aumentos, con Bitcoin superando los $75,000, posiblemente en anticipación a una postura más favorable hacia los activos digitales en los próximos años.
La lección que nos queda: en un país donde se respetan y defienden las normas democráticas, las reglas del mercado y las inversiones son seguras y legítimas, un líder es capaz de ofrecer la confianza suficiente para promover un entorno económico favorable y estable.
Los venezolanos, debemos considerar la importancia de la restauración de la seguridad jurídica, el respeto a la propiedad y la defensa de los derechos fundamentales como elementos vitales para la reconstrucción de una economía debilitada.
Lidis Méndez es politóloga.
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