La sustentabilidad y la vida interior de las personas, por Matías Mastrangelo
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La crisis ambiental que atraviesa el mundo es consecuencia, en gran medida, de comportamientos individualistas que no tienen en cuenta el bienestar de la sociedad en su conjunto. Desde empresas que utilizan agroquímicos que contaminan el suelo y el agua, a especuladores inmobiliarios que deforestan para especular con el precio de la tierra y empresas pesqueras que no respetan las cuotas y zonas de veda, los ejemplos de decisiones que degradan el ambiente sobran.
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Si bien cada vez hay más información que evidencia las consecuencias de estos comportamientos, la degradación de la naturaleza persiste y se acelera. ¿Por qué? Una posible respuesta es que no estamos atacando la raíz del problema. Como sociedad seguimos implementando soluciones superficiales en lugar de buscar cambios profundos.
La investigación y gestión de la sustentabilidad ha fijado su atención en los procesos ecológicos, los mercados económicos, las estructuras sociales y las dinámicas políticas. Es decir, se ha centrado en factores que forman parte de la “realidad externa” de las personas y ha desatendido e ignorado la profunda influencia y capacidad transformadora de la “vida interior” de las personas: sus emociones, valores, creencias e identidades.
Nuestro grado de conexión individual con la naturaleza, tanto física como psicológica, influye fuertemente en la forma en que la sociedad impacta sobre el ambiente. A pesar de ser una tendencia clara, sólo recientemente estamos empezando a evidenciar científicamente la pérdida de conexión con la naturaleza a nivel global y sus consecuencias. Por ejemplo, la desconexión con la naturaleza nos priva de beneficios a la salud y el bienestar general, además de bloquear emociones, actitudes y acciones positivas de cuidado del ambiente.
Algunas prácticas ajenas a los círculos académicos, como las religiones, han prestado mucha mayor atención a la influencia que la «vida interior» de las personas tiene en la sustentabilidad, que las mismas ciencias dedicadas a esta diciplina. El Papa Francisco, por ejemplo, señala en su Encíclica Laudato Si, que «la crisis ecológica es un llamamiento a una profunda conversión interior». Y de manera similar, en su Ética para el Nuevo Milenio, el Dalai Lama propone que una mayor atención a nuestra vida interior nos conduciría a una mayor felicidad y sentaría las bases para construir una comunidad global más ética y sustentable.
Las dimensiones de la «vida interior» de las personas han sido desatendidas por las ciencias de la sustentabilidad en parte porque los investigadores no pueden abordarlas desde la ciencia tradicional; es decir, como si fueran independientes del objeto de estudio. La investigación y gestión del vínculo entre las emociones, valores, creencias, identidades y las acciones sobre el ambiente requiere observar y monitorear nuestra propia vida interior en forma honesta y comprometida. Sólo así podremos reflexionar sobre el “por qué” de nuestros comportamientos, e identificar “quién” promueve la sustentabilidad y quién no.
Debido a que las ciencias de la sustentabilidad no han tenido en cuenta la profunda relación entre la “vida interior” de las personas y el impacto de sus acciones, muchas de las políticas diseñadas no buscan desplazar los valores que subyacen a los problemas ambientales. Incluso, muchas de estas, los incluyen en sus estrategias. Un ejemplo de esto son los incentivos fiscales para promover productos «verdes» o «sustentables», como autos eléctricos. Estas políticas implícitamente apelan a la codicia y el materialismo para cambiar el comportamiento de los consumidores.
Sin embargo, más allá de las carencias de las ciencias dedicadas a estudiar la sustentabilidad, hay signos de cambio en el horizonte que apuntan hacia un abordaje más integral y explícito de la «realidad interna» de las personas en busca de puntos de apalancamiento capaces de impulsar una transición hacia la sustentabilidad profunda y duradera.
Cada vez más investigadores señalan que la transición hacia la sustentabilidad, no sólo requiere conocimiento acerca de cómo funcionan los sistemas socio-ecológicos y cómo deberían ser para ser sustentables, sino que hace falta más conocimiento acerca de cómo conducir estos sistemas hacia estados más deseables. Por ejemplo, necesitamos entender si las políticas lograrán revertir a tiempo la pérdida de biodiversidad promoviendo cambios en los valores que las personas tienen sobre su relación con la vida silvestre (de dominancia a mutualismo), o si deben intervenir directamente sobre los comportamientos que impactan sobre la naturaleza (por ejemplo, incentivando la restauración de ecosistemas degradados).
Este tipo de conocimiento transformador es el que se comparte y promueve en espacios como el Congreso de Investigación e Innovación para la Sustentabilidad (SRI) a desarrollarse en junio en la ciudad de Panamá. Allí se procurará generar un compromiso entre los investigadores y gestores de la sustentabilidad para comprender mejor, no sólo los procesos de transformación, sino la forma en que éstos pueden ser activados.
Si pensamos que los problemas ambientales como la pérdida de biodiversidad y el cambio climático están “afuera” de nosotros, nos perderemos la posibilidad de descubrir y utilizar las poderosas soluciones que tenemos “dentro” nuestro.
Matías Mastrangelo es Biólogo y doctor en Estudios Ambientales por la Universidad Victoria de Wellington (Nueva Zelanda). Investigador asistente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet), Argentina.
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