La Tolerancia, por Gisela Ortega
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Hablar de tolerancia es describir una expresión muy amplia por sus variadas acepciones, pero desafortunadamente corresponde a una conducta poco practicada. La tolerancia es una palabra que se asocia con la idea de civilización, paciencia, condescendencia, generosidad, valor, libertad. Es parte vital de la convivencia humana.
El mundo desde que es mundo sueña con la tolerancia, quizás porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia.
Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar y muy complicada de explicar.
La tolerancia, proviene del latín tolerare (sostener, soportar)- es una noción que define el grado de aceptación frente a un elemento contrario a una regla, moral, civil o física. Más generalmente, define la capacidad de un individuo de respetar un punto de vista aunque no se esté de acuerdo; por tanto el respeto a las diferencias no implica su aceptación. Y por extensión moderna, es la actitud de una persona frente a lo que difiere de sus valores morales o a las normas establecidas por la sociedad.
La Unesco, señala: “La tolerancia es la capacidad de vivir y dejar vivir mejor a los demás, la capacidad de tener sus propias convicciones aceptando que los otros tengan las suyas, la capacidad de gozar de sus derechos y libertades sin vulnerar los del, prójimo”
La tolerancia es indulgencia, respeto y consideración hacia las maneras de pensar, de actuar y de sentir de los demás, aunque están sean diferentes a las nuestras. Se dice que la tolerancia es la virtud más útil en la vida social.
Tolerar es respetar, a los que son o piensan de diferente manera. Todos los seres de este mundo somos distintos y pensamos de diversas formas. La tolerancia ayuda a que nuestra sociedad vaya cambiando y si otros no tienen las mismas creencias no hay más que respetar su decisión y mantener un orden. No tratar de cambiar sus opiniones y mucho menos recurrir a medios agresivos., cada quien a donde quiere ir. Debemos hacer un esfuerzo por comprender a los demás, omitir resentimientos y entender que existen otros puntos de vista, pues en esa medida todos los seres humanos tendremos la capacidad de aceptarnos y vivir en paz.
Al no practicar la tolerancia en todos los ámbitos de nuestra vida, personal, familiar, social, profesional, política, caemos irremediablemente en la intransigencia. Ser intolerante es creer que se tiene la verdad absoluta y por tal motivo se busca imponerla tratando de eliminar las verdades de los demás, ya sea mediante la negación, la persecución, la discriminación o el fanatismo.
El intolerante hace una especie de protección en contra de la injerencia de quien considera ajeno en la medida en que amenaza con romper la “armonía” de su propia concepción. No admite más verdad que la que él profesa y, por lo tanto, renuncia a la comunicación. Su principal objetivo consiste en tratar de imponer a través de la coacción su propio punto de vista. Y entonces aparece la violencia como el medio más idóneo para alcanzar su fin llegándose a atropellos y violaciones de los derechos de los ciudadanos. .
En el lenguaje cotidiano, cuando decimos que toleramos a alguien, lo que estamos afirmando es que lo “soportamos” que aguantamos su manera de ser o de pensar. Pero la tolerancia bien entendida, más que sobrellevar se refiere a respetar. Tolerar no es padecer a los otros como una carga, sino aceptar y proteger el derecho a la discrepancia. ¿Pero qué sucede cuándo la pretendida discrepancia está sustentada en el fanatismo, el sectarismo o la irracionalidad? Debemos aceptarlo. Creo que no.
Debido a que la mentalidad, en algunas personas, evolucionan más rápido que las leyes, existe un desfase entre la moral social y las leyes cívicas. Así, algunas disposiciones de la ley, pueden, en un momento dado, ser reconocidas como inadaptadas y, por eso, no ser aplicadas más que parcialmente o nada en absoluto, por falta de medios.
Como ejemplo, podemos citar las “casas de tolerancia”, establecimientos de prostitución, que antiguamente existían en todos los países y después prohibidas. No se trata pues de tolerancia, sino imposición de una nueva norma.
Georges Clémenceau, político francés -1841-1929-, decía en el Au soir de la Pensée: “Toda tolerancia se convierte a la larga en derecho adquirido”.
Históricamente, la primera noción de tolerancia es la defendida por el filosofo inglés John Locke, -1632-1704-, escrita en 1685 Carta sobre la Tolerancia, que es definida por la formula “dejad de combatir lo que no se puede cambiar”.
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Desde el punto de vista social, se trata de soportar aquello que es contrario a la moral o a la ética del grupo puesta como un absoluto. Se trata de la reacción frente a un comportamiento que se juzga malo, pero que se acepta porque no se puede hacer otra cosa. Es pues a partir de una glorificación del sufrimiento que se establece una concepción ética de la tolerancia.
El respeto a la persona y a sus ideas interviene solamente a partir del momento en que no se puede convocar el poder público contra su manera de actuar y este respeto aparece en 1948, con la Declaración de los Derechos humanos.
Tolerancia no es hacer concesiones, pero tampoco es indiferencia. Para ser tolerante es necesario conocer al otro. Según algunas teorías el miedo y la ignorancia son las raíces que causan la intolerancia y sus patrones pueden grabarse en la psique humana desde muy temprana edad. Por ello se podría decir que la tolerancia es el respeto y el entendimiento mutuo, incluso cuando estas no existan.
La tolerancia no debe utilizarse para justificar ideas erróneas e inhumanas, porque solo seria encubrir hechos que van contra la naturaleza humana y en contra de los pactos sociales.
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