La tolva hambrienta, por Marcial Fonseca

Agradecemos a Jordi Domínguez por los datos aportados.
Era una familia de los más corriente; un esposo llegando a los cincuenta, de ellos treinta en la misma compañía, un salario convencional; lo único bueno que lo adornaba era ser fanático del Glorioso Cardenales de Lara, amén sea su nombre. La mujer, dedicada al hogar; un hijo entrando en su década y una muchacha zagaletona disfrutando de sus diecisiete años.
El matrimonio estaba muy integrado a la comunidad donde residían; el marido pertenecía al Club de Petancas, y ahí destacaba por su entusiasmo y por ser un buen arrimador y un sacador aceptable; la mujer era miembro del grupo constituido por representantes de cinco propietarios que dictaban las reglas de seguridad, y actuaban en consonancia, para que la urbanización fuera considerada un sitio libre de delincuencia; o mejor dicho para que las medidas implementadas por ellos fueran elementos disuasorios a los asalta quintas.
Una mañana cualquiera, sin mucha claridad y fría y de mucha neblina, estaba él preparándose para hacer unas diligencias rutinarias y por ello había dejado la camioneta fuera del garaje; la encendió y tomó la calle, cuando giraba hacia la izquierda pulsó su control remoto para cerrar el garaje y aceleró rumbo al distribuidor norte de la autopista cercana a su casa. No se percató de que el dispositivo no funcionó, quizás las batería estaban vencidas o el aparato fuera de rango.
El vecino del frente se dio cuenta de la situación y quiso llamarlo al móvil, pero recordó que las santamaría de ambos garajes eran similares; así que decidió entrar y accionar él mismo el botón apropiado y salir rápidamente para evitar ser golpeado por el portón.
Entró, fue al área de controles, pulsó el botón, caminó rápidamente para abandonar el garaje, pero tropezó con unos listones de color marrón, por lo que no eran visibles, y cayó al suelo; se levantó; pero ya era tarde, la compuerta se había cerrado. Tanteaba la pared cercana a la puerta que comunicaba con la vivienda para ubicar los suiches que encendían la luz principal del área y la débil propia del motor para orientarse. La vista se acostumbró a la penumbra; ya sabía dónde estaba todo: pero en vez de salir, sintió cierta curiosidad y empezó a fisgonear.
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El espacio era tan igual a cualquier otro para guardar carros y ser santuario del hombre de la casa. Vio en una esquina, oculto por un viejo refrigerador, algo que no debía estar allí. Quiso llamar a su vecino por el móvil para explicarle que dejó el garaje abierto y que había entrado para cerrarlo; pero desistió para llamar más bien a la esposa del vecino, lo hizo varias veces, no hubo respuesta; quizás no estaba en casa; oyó un ruido, así que sí estaba; el sonido provenía de una máquina moledora de carne, la ubicó y se acercó a ella, sintió un penetrante olor a sangre fresca y luego un fuerte golpe en la cabeza y lo último que recordaría es que le estaban quitando los zapatos; y las cuchillas de la tolva lo empezaron a moler.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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