La tragedia del Único por Fernando Rodríguez
Entre los déspotas de nuestra historia quizás nadie como Chávez ha intentado ser el gestor absoluto del poder. Gómez, por ejemplo, logró poner a su servicio una significativa porción de venezolanos ilustrados, algunos de los cuales tienen su lugar en los textos de historia de nuestro que hacer intelectual. Silencioso y taimado gobernaba con puño de hierro desde la entonces lejana Maracay. Pérez Jiménez también hablaba poco y se reía menos y apeló a señorones y sicarios que manejaban con destreza el bulldozer, la propaganda ideológica y la tortura.
Hugo Chávez se lo cogió todo para él: la palabra omnipresente, el burlesco más estridente, la invención de una disparatada ideología, el padre de la patria y la historia patria, la presencia nacional en el mundo, sus caprichos como patrón de las políticas públicas, la férrea gerencia de todos los poderes, un partido que no es sino su propia montonera, etc.
Para ello defenestró a cualquiera que pudiese hacerle sombra, se rodeó de mediocres y adulantes a quienes sólo permitía aplaudir y reír sus ocurrencias, la inmensa mayoría efímeros transeúntes, y generó un culto a la personalidad que evoca a Kim Il Sung o a Gadafi. El único realmente.
Una vasta literatura ha mostrado la inmensa soledad y fragilidad existencial del poder excesivo.
Ante todo porque en su desmesura y su distancia con la humildad y la generosidad, el calor compartido con los iguales, hace más abismal la ya abismal finitud del hombre.También el rey se muere y a veces su temor al despojo y su temblor ante la oscuridad no son sin límites. Chávez está enfermo, al menos así lo ha gritado a los cuatro vientos y a todos los cielos y dioses.
He allí un elemento fundamental del episodio trágico.
Pero en lo terrenal, en lo político, eso se traduce en una devastación de la causa, privada del que todo lo puede y todo lo habla. Eso es lo que estamos viendo: un Chávez balbuceante psicológicamente e impedido físicamente que no puede ser reemplazado o apoyado ni por un partido concientizado y orgánico ni por sus segundones, donde ni siquiera se perfila un delfín.
Es esa campaña electoral sin alma y sin estrategias que vemos.
Además si el Único pierde la voz de mando las palabras que sostenían el espectáculo pierden auditorio. Se convierten en letanías, en sonidos huecos, en parodia. Malhadado el hábil mensajero, el mensaje muestra sus costuras rotas, su disonancia con los hechos, su estrambótica retórica, sus ridículas presunciones, su arbitrariedad personalista, su desnudez. Sólo la inercia, los intereses creados o las culpas y temores le dan un último soporte a ese pensamiento único que sólo puede tener un único autor, el padre sin descendencia de ideas que no se soportan a sí mismas y, por tanto, se hacen visibles puentes que se derrumban y refinerías que se incendian, o ciudadanos que mueren a montón en las calles víctimas de la incapacidad y la desidia.
Chávez solía repetir que Fidel le señalaba que tan sólo en él reposaba lo que aquí sucedía, por tanto debía permanecer de cualquier forma. Tenía razón. Lo otro sería la tragedia y justo esa ha llegado. Su clímax dramático será el 7 de octubre y la victoria del joven y vigoroso Henrique Capriles. Algo de biología y metafísica, a más de historia y política, hay en este teatro de la vida: efectos del tiempo inexorable.
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